Despierta (híbridos 1) (en proceso)

Capítulo 3 - Presta atención

Marcos:

I, I wish you could swim.
Like the dolphins, like dolphins can swim.
Though nothing, nothing will keep us together.

— ¡Papá! ¿Qué estás cantando? —Ignoro a mi hija y subo el volumen de la radio, antigua pero potente.

We can be heroes, just for one day.
We can be us, just for one day.

— ¿Otra vez estás cantando lo mismo? ¿No te aburre? —Mi hija entra a la cocina con cara de ojete y el pelo revuelto. Bajo el sonido y la miro, curioso. Estuvo de mal humor todo el día, ¿se habrá peleado con algún amigo, amiga, pareja?

¿Pareja?

No, no creo. Si fuese así me lo hubiera dicho, ella siempre me cuenta todo.

— ¿Cómo que otra vez? ¡Hacia años no escuchaba el tema! Lo encontré de milagro en la radio, una de las viejas —respondo indignado, sin animarme a preguntar el motivo de su mal humor. Quizás hasta se ponga peor.

Ay, la adolescencia.

—Sí, otra vez. Ayer me dijiste el mismo verso, ¿ya te olvidaste? —Pregunta ella, diría que casi con un poco de miedo por el tono de su voz. Aunque de qué, no puedo saberlo.

¿Me está haciendo una broma o de verdad me olvidé?

—No puede ser… —digo haciendo memoria—. La canción está en la radio, en un especial sobre David Bowie que solo pasan hoy. Estás confundida.

—Para mí el confundido sos vos, pero déjalo ahí. No dije nada. —Sonríe, como restándole importancia, aunque me deja con dudas. ¿Qué le pasa hoy que está tan rara?

—Venía a preguntarte si ya estaba la pizza. —Comenta cambiando de tema, antes que pueda abrir la boca.

—Ya le puse el queso, justo me iba a fijar si estaba. ¿Por qué no vas poniendo los platos? —le pido y me pongo las manoplas para no quemarme. Es mejor dejarlo ahí, como dijo ella. Si quiere hablar va a venir sola.

—Dale. —Contesta y agarra los platos que dejé preparados sobre la mesada.

Abro el horno y el calor expedido casi me carboniza las cejas. Dejo que se disipe un poco y saco una pizza, que por suerte ya está. La apoyo en la mesada y me fijo la de abajo. Está también, aunque se me tostó un poco el queso.

Tienen muy buena pinta.

Lluvia de orégano. Las corto y las llevo para el living, haciendo equilibrio con una pizza en cada mano hasta que llego a la mesita frente al sofá. La noche está para comer acá en lugar del comedor. Solamente espero que no se manche el tapizado blanco.

Apenas dejo las pizzas, mi hija mete mano y se lleva una porción, dejándome un hilo de queso caliente pegado en la mano derecha.

—Auch. —le recrimino. Está caliente, pero tampoco tanto.

—Perdón, es que tengo hambre. —Ríe por primera vez en el día. Hoy no comió, dijo que no tenía hambre ¿Qué será lo que la tiene así, que ni comer la deja?—. Aparte sos muy buen cocinero.

—Lo sé. —contesto, pura humildad, y su sonrisa se apaga un poco. Estoy tentado a preguntarle qué le pasa, aunque preferiría que salga de ella. Siempre es así cuando algo le molesta. Si no dice nada le preguntaré después de comer. Quizás con la panza llena sea otra cosa.

Me acomodo en el sofá y la observo con detenimiento, como si pudiese leer su mente.

Está cada día más hermosa, más grande. Bueno, no tanto. Tiene una estatura adorable (aunque ella suele decir que es muy baja), los ojos verdes y el cabello rojo como el fuego. Y le están comenzando a salir unas pequitas hermosas en la zona de la nariz.

Si nos vieran juntos no creerían que es mi hija. Yo soy alto, “alargado”, y con el pelo marrón  Los ojos verdes son lo único que mi hija tiene de mí. En todo lo demás es idéntica a su madre.

Y la extraño tanto.

Fue tan difícil salir adelante sin ella. Tuve que aprender a ser un papá y una mamá para una nena que crece a una velocidad tremenda. Pero ella lo vale. Cada vez que la veo sonreír, aunque esté teniendo un mal día, me alegra la vida.

Cada vez más viejo y sensiblero.

— ¿Qué miras papá? —Lisa me pesca viéndola.

—Nada, tenés queso en la cara.

Se limpia con un papel y sigue comiendo. Ella también se ve pensativa.

— ¿Le avisaste a tu abuela de la comida? —pregunto y agarro una porción.

—Sí, papá. Ya sabes cómo es ella, vive a su tiempo. —Bromea.

Justo en ese momento sale Nora de su habitación, ataviada como para irse de fiesta. Siempre toda una diva. Falta poco para que se cumplan tres años de mi suegra viviendo con nosotros ya, y tres años desde que murió mi esposa… cómo pasa el tiempo.

— ¿Me dejaron pizza? —Dice sentándose— Tardé porque me enganché con una película que no terminaba más, y encima tuvo un final malísimo.

¿Tres? ¿O eran dos?

Siento un frio recorrer mi espalda.

¿Cómo puede ser que no recuerde con exactitud la fecha en la perdí al amor de mi vida?

—Como un poco y me voy a descansar, que mañana salgo con las chicas —Nora se sienta en el sofá toda sonriente, arrancándome de mis pensamientos. Para tener 68 años se conserva muy bien. Cualquier persona pensaría que tiene unos 50, con su pelo corto rojo oscuro bien arreglado y su brillante sonrisa.

— ¿A dónde van de paseo? —le pregunto, intentando no volver a pensar en mi esposa. Sé que tengo la fecha anotada por algún lugar, mi olvido es solo cansancio.

Creo que Nora me había mencionado antes a dónde iba, aunque no recuerdo ahora con exactitud. Miro de reojo a Lisa, que busca algo en la televisión ignorándonos por completo.

—Vamos a desayunar al café nuevo que abrieron acá a unas cuadras. Dicen que está muy bueno. —Responde mi suegra sirviéndose una porción en un plato. Nunca voy a entender a la gente que no le gusta comer la pizza con la mano—. ¿Y vos nena? ¿Cuándo salís con tus amigos? Tanto encierro no te va a hacer bien.

—Abuela, ayer me preguntaste lo mismo y te dije que están de vacaciones. ¿No te acordas? —Contesta Lisa, fastidiosa, y yo siento una especie de Deja Vu. Esto ya lo viví antes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.