Ya habían pasado cuatro meses desde esa cena. Era junio. Por fin, había
vuelto todo a la normalidad de siempre.
Jack no había vuelto a las entrevistas. De hecho, se pasaba la mayor
parte de su tiempo en casa o en casa de su abuela. Me daba la impresión de
que realmente había necesitado ese descanso. Quizá estaba saturado del
trabajo con la película. Después de todo, había tenido que trabajar muy duro
para poder sacarla en tan poco tiempo.
Por otro lado, yo no había tenido mucho tiempo para él. Había estado las
dos primeras semanas del mes haciendo mis exámenes finales, que me tenían
bastante ansiosa. Alguna vez me había quedado estudiando hasta tan tarde
que Jack venía al salón y me obligaba a ir a dormir, divertido. Al menos, ya
estaban terminados y solo me quedaba esperar por las notas.
No sé si es peor estudiar o tener que esperar por los resultados.
Los demás también habían estado con sus exámenes finales. Mike había
desaparecido al ver que no éramos una compañía muy agradable durante ese
tiempo y se había centrado en su banda, aunque estaba casi segura de que
volvería no mucho después.
Naya ya tenía cinco meses de embarazo y se le notaba en la tripa. La
pobre se quejaba continuamente de que la ropa y los zapatos le estaban
pequeños. Decía que se sentía hinchada, gorda y amargada, pero se le pasaba
cuando Will empezaba a darle mimitos. Jack me había confesado que Will se
había estado molestando en buscar un piso para ellos y el bebé, cuyo género
no habían querido saber todavía.
Naya también se había quejado y vanagloriado por partes iguales de que
el bebé solía dar pataditas cuando escuchaba su voz o la de Will. Alguna
vez, me había dejado poner la mano en su tripa y, efectivamente, lo había
notado. Al principio, me había dado un poquito de mal rollo pensar que
había un bebé ahí dentro pateándome la mano, pero había pasado a ser
divertido cuando habíamos descubierto que también daba pataditas al
escuchar a The Smiths. Jack estaba especialmente orgulloso de esa parte.
—Ese niño-barra-niña va a ser muy listo-barra-lista —dijo con la boca
llena de pizza al descubrirlo.
—¿Por qué no queréis saber qué es? —pregunté, curiosa, mirándolos.
Will puso una mueca y miró a Naya.
—En realidad, yo soy quien no quiere saberlo —admitió ella—. Es
que... no sé. Me da un poco de cosa, como si el día del parto no fuera a ser
tan emocionante.
—Vas a parir un bebé, Naya —le dije, perpleja—. Claro que será
emocionante.
—Sí, yo una vez parí un niño y fue alucinante —murmuró Jack—. La
mejor experiencia de mi vida.
—Oh, cállate —puse los ojos en blanco, divertida—. Yo querría
saberlo. Para poder pensar en nombres, más que nada. ¿No tenéis alguna
preferencia?
—Niño —dijo Naya enseguida.
—Niña —dijo Will a la misma velocidad.
Bromas a un lado, decidieron volver al ginecólogo al día siguiente. Al
volver, por sus sonrisas, supe que lo habían descubierto.
—¿Y bien? —preguntó Sue, que también estaba emocionada aunque no
fuera a admitirlo.
La sonrisa de Will se ensanchó.
—Es una niña.
De eso ya habían pasado unos días. Al abrir los ojos por la mañana, me
los froté perezosamente.
Noté algo rozándome la mejilla. Miré hacia abajo y vi que Jack se había
dormido tumbado sobre mí, con la cara en la curva de mi cuello. Yo me
había dormido pasándole una mano por la nuca y la otra por la espalda. Se sentía tan bien despertar con él en esa habitación... todavía no me creía que
ya hubieran pasado cuatro meses desde que había visto a su padre por última
vez.
Intenté moverme y él murmuró algo en sueños, apretujándome un poco
más. Sonreí y volví a intentarlo, empujándolo ligeramente del hombro.
Conseguí dejarlo boca arriba. Empezaba dar signos de despertarse. Me
incliné hacia delante y le rocé la mandíbula con los labios.
—Buenos días a ti también —murmuró sin abrir los ojos, con media
sonrisa.
Bajé hasta su garganta y él me rodeó la espalda con un brazo,
mirándome.
—Creo que alguien se ha levantado de buen humor.
Enarqué una ceja, divertida.
—¿Qué día es hoy?
—Ni idea, pero ya me gusta cómo ha empezado.
—Jack, en serio —me reí.
—A ver... —lo pensó un momento—. No es tu cumpleaños. No es mi
cumpleaños. No es Navidad. No es...
—Hoy cumplimos cuatro meses desde que volvimos a salir.
Dejó de enumerar para mirarme, algo perplejo.
—¿Llevas la cuenta?
Entreabrí los labios, sorprendida.
—¿Tú no?
—¿Eh? —al ver mi cara, asintió con la cabeza—. Claro que sí. ¡Anda!
¡Si hoy hacemos cuatro meses! Lo tenía apuntado en... el calendario de mi
móvil.
—Sí, seguro —puse los ojos en blanco y me separé.
—Vale, puede que no llevara la cuenta, pero ahora sí —sonrió
ampliamente, volviendo a atraerme—. Todos los días 15 de todos los meses
voy a montarte una fiesta.
—Tampoco hace falta una fiesta, exagerado.
—¿Y qué demonios quieres que haga?
—Nada —suspiré y me puse de pie, poniéndome algo de ropa—. Qué
poco romántico eres cuando quieres, de verdad.
—Oye, yo soy el novio más romántico que tienes.
—¡No tengo otro!
—Pues por eso.
Le puse mala cara y me sonrió hasta que vio que iba hacia la puerta,
ahora con el pijama.
—Eh, espera —me detuvo—. ¿Dónde vas?
—A ducharme.
—¿Y no vas a terminar lo que has empezado antes? —se señaló el cuello
justo donde lo había besado.
Me detuve con la puerta abierta y lo miré.
—Oh, vaya, se me había olvidado que lo había empezado —me llevé una
mano al corazón—. Qué olvidadizos estamos hoy, ¿verdad?
Me puso mala cara cuando cerré la puerta, riendo. Me di mi querida
ducha y fui al salón, ya vestida. Tenía hambre. Él estaba sentado en la barra,
desayunando, mientras Naya y Will charlaban con él desde el otro lado.
—Buenos días —los saludé, sentándome en uno de los taburetes libres.
Me pareció que se habían quedado en silencio un momento cuando llegué—.
¿Pasa algo?
—Naya quiere aprovecharse del dinero de los padres de Ross para ir a
nadar —murmuró Sue distraídamente, mirando su móvil desde el sillón.
Naya estaba roja como un tomate.
—¡Eso no es verdad!
—Un poco, sí —Will sonrió.
—Solo le he preguntado (muy amablemente, por cierto) si quiere que
vayamos a la piscina esa gigante, preciosa, llena de agua cristalina... en casa
de sus padres. Nada más.
—Sí, Naya, eres muy sutil —Jack enarcó una ceja, dándole un gran
mordisco a su tostada. Le quité una del plato disimuladamente.
—¿Eso es un no? —Naya puso un puchero.
—Por supuesto que es un no.
—Will, por fa, por fa... —se giró a su novio, todo pucheros.
—No es mi casa, lo siento —él se encogió de hombros.
—Os odio a todos —protestó.
—Tampoco pasa nada —dije—. Seguro que podemos ir a cualquier otra.