—¿Eh?
Él me miraba como si no entendiera nada.
—¡Que lo hemos hecho sin maldito condón, Jack!
Lo empujé de malas maneras y me lo quité de encima. Se quedó tumbado
a mi lado un momento, mirando al cielo con el ceño fruncido.
—Ah, eso. Ups.
—¡¿Ups?! ¡Si no me hubieras llevado por los caminos de la perversión,
no estaríamos así!
—¿Caminos de la perversión? —repitió, entre perplejo y divertido—,
¡te recuerdo que has sido tú la que ha cerrado esa puerta!
—¡Y yo te recuerdo que he subido aquí porque tú eres un idiota!
Puso los ojos en blanco y yo me apresuré a incorporarme. Tenía la falda
del vestido hecha un desastre. Solté una maldición mientras intentaba
quitarle las arrugas, estresada, y él se abrochaba el cinturón con toda la
tranquilidad del mundo.
Yo, al verlo tan calmado, me estresé aún más.
—¡¿Quieres darte prisa?!
—Relájate, pequeño saltamontes.
—¡No puedo relajarme porque, literalmente, acabamos de follar sin
condón en una maldita tumbona!
Se detuvo y me miró, sorprendido.
—Nunca creí que algo tan sucio saldría de una boca tan bonita.
—¡No es el momento, Jack!
—Sabes que la ciencia ha avanzado, ¿no? —murmuró, incorporándose
tranquilamente—. Hay unas pastillitas que sirven mucho en estos casos. Te
las tomas después de follar sin condón en una tumbona y todo listo.
Me detuve un momento. Mi corazón seguía latiendo a toda velocidad.
—Ah... —murmuré, medio perdida.
—La de la farmacia va a flipar —él empezó a reírse—. El otro día con
la prueba de embarazo y hoy con la píldora del día después. Vamos a
terminar siendo sus clientes VIP.
Yo no estaba de humor para reírme. No en ese momento.
—Y puede que ni lo estés —añadió, deteniéndose delante de mí—. Es
decir... ¿estás ovulando?
—Algunos novios preguntan a sus parejas cómo están, si han tenido un
buen día, qué quieren para cenar... y tú me preguntas si estoy ovulando.
—¿Ya vuelves a llamarme no-romántico? —protestó.
—No sé si estoy ovulando —mascullé, recogiendo mi chaqueta del suelo
y poniéndomela.
Me detuve antes de subir la cremallera cuando me di cuenta de que me
estaba mirando fijamente.
—¿Qué? —enarqué una ceja a la defensiva.
Su semblante pensativo no me gustó demasiado.
—Nada —sonrió como un angelito.
—No, ¿qué?
—Solo pensaba... hay otras opciones.
Entrecerré los ojos.
—¿Qué opciones? —imité su voz en la última palabra.
—Bueno... también podríamos esperar un poco más y hacerte un test.
Otro.
Durante unos segundos, solo le fruncí el ceño.
—¿Por qué esperar?
—Porque... podría salir que no.
—O podría salir que sí, ¿o esa parte se te ha olvidado?
—Sí, también podría salir que sí —se encogió de hombros.
—Y podríamos tenerlo —empecé a ironizar—. Encajan las fechas. Ya
habrá nacido cuando nos casemos. Se lo dejaré a mi madre o a la tuya y
nosotr...
Me detuve en seco cuando vi que él sonreía como un angelito y empecé a
negar con la cabeza rápidamente.
—No —le dije al instante.
—¿Por qué no?
—¡Porque no!
—Yo quiero un mini-Jay.
—¡Hace una semana y media estabas aterrado en el suelo del cuarto de
baño!
—¡He madurado mucho desde entonces!
—¡Jack, un hijo no es...! ¡No es algo para tomarse tan a la ligera!
—¿Te crees que no lo he pensado hasta ahora?
—¿Y quieres tenerlo? —pregunté, perpleja.
—Ni siquiera sabemos si hay un bichito ahí dentro que podamos tener
todavía.
—Me has entendido perfectamente, Jack.
Él suspiró y se pasó una mano por el pelo.
—Yo solo digo...—se encogió de hombros—. ¿Y si es una señal?
—¿Una señal? —repetí con una mueca.
—Sí. Si dentro de una semana, o lo que se tenga que esperar, en el test
sale que no... entonces, seguiremos con nuestras vidas como si nada. Y si
sale que sí...
—¿Qué? —pregunté al ver que se quedaba en silencio.
—Bueno... ¿por qué no? ¿A ti no te apetece?
Iba a darle un no rotundo, pero me di cuenta al instante de que no podía.
Y ni siquiera estaba segura de por qué. Apreté los labios y me crucé de
brazos a la defensiva.
—Somos unos críos. Yo ni siquiera tengo claro qué quiero hacer con mi
vida, Jack. No tenemos casa. Ni siquiera hemos intentado criar a un maldito
periquito juntos para saber si valemos para algo.
—¿Me estás intentando convencer a mí o a ti misma?
—¡A ti, idiota! —le espeté, enfadada porque no estaba tan segura y él lo
sabía—. Vámonos de aquí.
Me siguió a la puerta recogiendo mi bolso de nuevo, que había vuelto a
terminar en el suelo de malas maneras, y me detuvo por el hombro.
—¿A la farmacia o a casa?
Lo miré de reojo y vi la llama de la esperanza brillando en sus ojos.
—A casa —cuando vi que empezaba a sonreír, lo detuve—. Sigo
pudiendo tomar la píldora mañana.
No dijo nada, pero abrió la puerta para mí. Pasé por su lado y me detuve
en uno de los espejos del pasillo para ver mi horror absoluto de maquillaje.
Suspiré e intenté arreglármelo como pude. Él esperó pacientemente mientras
me frotaba la cara con los dedos de malas maneras.
—¿Cómo se me ha corrido el delineador? —protesté en voz baja.
—Si quieres, te lo digo. Pero no será muy caballeroso.
Le puse mala cara a través del espejo y él sonrió.
—Entonces, mejor cállate —mascullé.
—Sí, señora.
—Y todavía estoy enfadada.
Dejó de sonreír juguetonamente y puso una mueca.
—¿Lo de antes de no ha sido un polvo de reconciliación?
—No.
—¿Y qué ha sido?
—Un polvo de cabreo.
—¿Un...? ¿Eso existe?
—¡Sí, me lo acabo de inventar porque siempre me cabreas, Jack!
—Bueno, si conlleva más polvos, por mi no hay problema —se encogió
de hombros.
—¡Estoy hablando en serio!
—¡Yo también! —protestó.
Me di la vuelta y lo señalé. Él intentó no sonreír con todas sus fuerzas
cuando le clavé un dedo en el pecho.
—Estoy harta de Vivian —le advertí.
—No volveré a acercarme a ella —me aseguró—. Si quieres, la
despido.
—No quiero que la despidas, quiero que dejes de ir a su maldita casa. O
de relacionarte con ella fuera del trabajo de esa forma.
—Jen...
—No es una broma, Jack. Estoy harta de esa chica.
Se quedó completamente serio por un segundo y pensé en si me había
pasado. Pero me relajé un poco cuando vi que asentía con la cabeza.
—Tienes razón, no volveré a acercarme a ella —murmuró—. No debí
haberlo hecho desde el principio, aunque fuera mi actriz principal.