Necesitaba conseguirle un regalo a mi mamá, eran las ocho y todas las tiendas ya estaban cerradas.
Me regañé mentalmente por no darme el tiempo de hacer esto antes.
—¿Y si le damos un sobre con el dinero? —preguntó mi hermana menor, desde el asiento del copiloto.
Negué con la cabeza.
—Es muy impersonal.
—El hecho de que se te haya olvidado ya lo volvió impersonal —contestó. Rodé los ojos, dando la vuelta en una calle. Odio cuando tiene razón, pero un rayo de esperanza iluminó un local por la cuadra en la que me metí. Allí estaba, la vieja librería de la colonia. Sabía que a mamá le encantaban los clásicos y también las antigüedades. Parecía estar abierta así que me estacioné en la acera de enfrente. Al entrar, el olor a libros viejos y madera nos invadió.— Melissa, con cuidado —le advertí cuando se aventuró a correr por un pasillo, emocionada. Mi hermana comparte el mismo gusto por la lectura que mi mamá. Un señor de la tercera edad me sonrió detrás de la caja registradora.
—Buenas noches. Si se le ofrece algo, puede preguntar —me dijo. Le agradecí con una sonrisa y comencé a caminar por la librería. Buscaba algo de Jane Austen o... ¿Mark Twain?, me regañé de nuevo por no recordar los gustos de mi madre. Mientras me perdía en esos pensamientos, divagué hasta toparme con una cortina y un letrero con un símbolo misterioso encima. Hice la cortina a un lado, esperando ver algo distinto. Me decepcioné al darme cuenta que solo había más estantes llenos de libros. Pensé que tal vez era un almacén. Suspiré pesado. Pero justo antes de girarme hacia la salida, un detalle llamó mi atención.
Uno de los libros sobresalía entre todos, su lomo de un reluciente color dorado. Al tomarlo y abrirlo, un sentimiento de incomodidad se instaló en mi cabeza. Las páginas estaban vacías estaban llenas de fotografías. Fotografías de mi departamento, de mi auto, de mi perro, de mi familia, de mi oficina de trabajo. Y luego me topé con una última foto de una mujer que no conocía, pero yo estaba a un lado suyo. O al menos parecía ser yo si usara lentes y tuviera líneas de expresión. Nos veíamos felices...
Escuché un grito ahogado que me trajo a la realidad, el señor de la caja registradora se acercó a mí y me arrebató el libro con rapidez.
—¡¿Viste la última página?! —exclamó histérico.
—¡No, no! —le respondí asustado.
—¡¿Estás seguro?! —volvió a repetir. Y por un momento sentí un poco de terror por la forma tan agresiva en la que hablaba. Bueno, agresiva para ser un viejito de su edad.
—¡Si, si estoy seguro! —contesté, subiendo el tono de voz también— ¡¿Qué clase de libro es este?!, ¡tiene información personal mía!, ¡voy a llamar a la policía! —pero en cuanto saqué mi teléfono el señor me lo quitó.
—La policía no entendería algo tan complejo como esto, muchacho —suspiró pesado y me entregó el libro cerrado.— Solo una cosa: no hagas preguntas.
No había visto bien el título del libro hasta ahora.
"Vida y obra de..." y luego mi nombre en letras grandes.
Editado: 26.08.2021