«El que posee un amigo verdadero puede decir que posee dos almas»
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Marco.
El campo de entrenamiento me parecía inmenso, estábamos muy cerca del muro principal y era una de las razones por las que muchos evitaban formar parte de los exploradores. De pie, bajo el inmenso sol y en formación, escuchábamos las órdenes del comandante Harrison, el mejor entrenador de las fuerzas exploradoras y un veterano del caos mundial en el que nos encontrábamos.
Muchos de mis amigos habían elegido formar parte de los securitas, otros de los defensores y muy pocos de los ardidares. No había rostro conocido, o al menos es lo que creí, hasta que en el entrenamiento de cuerpo a cuerpo un par de ojos avellana formaban parte de mi oponente.
Dave Morris nunca me empatizó, desde la formación básica de la torre blanca, pocas palabras habíamos intercambiado. No dudó en humillarme en el primer día, no me dio ninguna oportunidad de levantarme y así hundió mi esfuerzo en tan solo un par de minutos.
Era mejor en todo lo que a mí me costaba, pero nunca le di el gusto de que me volviera a ver derrotado. Jamás pensé que, en la fase final del entrenamiento para convertirnos en exploradores por completo y empezar con las misiones, me salvaría de aquellos monstruos.
Observaba el mismo campo de entrenamiento a través de la ventana cristalina, podía visualizar mi propio reflejo. Tenía varias vendas cubriendo mi pecho y brazos. Percibí con facilidad cuando la comandante Katherine Sullen entró a la habitación.
—Marco—musitó—. Has despertado.
Continué viendo a aquellos niños que rondaban por los dieciséis años, dando lo mejor en el entrenamiento. Por un momento los vi como si fuera Dave y yo compitiendo en los viejos tiempos.
—¿Dónde está? — era lo único que podía pronunciar, lo único que me importaba en esos momentos.
La mujer dejó la metálica bandeja con alimentos sobre la cama, se acercó a mis espaldas. Podía ver su mirada a través del reflejo del cristal, pero seguía sin poder aceptarlo. Me negaba a que fuera realidad.
—Lo siento mucho—sus palabras me rompieron, sentí el ardor en los ojos y mi pulso empezó a descontrolarse—. Has sido el único sobreviviente, aún no encontramos al comandante Miller, a Philip o Grey.
Lo había supuesto al despertar sin el rastro de los demás, pero ser el único con vida era demasiado para mí. Solo tenía una cosa en mente cuando había despertado. Dave volvió a hacerlo, me salvó, pero en aquella ocasión no tuvo la misma suerte. Apareció cuando esos monstruos estaban por acabarme, también recordé como fue atravesado por el pecho a causa de esas mortales garras. Todo lo demás se había oscurecido desde ese momento.
Pasé demasiadas noches sin poder dormir adecuadamente. Cada vez que cerraba los ojos, recordaba aquella escena. Me reprendía mil veces. Nunca debimos dejar escapar a Gale. Las consecuencias fue una terrible emboscada que acabó con todos, menos conmigo.
La peor parte sucedió cuando se llevó a cabo la conmemoración de los caídos y registrados. Las placas colgadas en el muro central de la torre blanca, el grabado de sus nombres del cual había sido limpiado la sangre. No teníamos rastros de los otros grupos, ni siquiera de nuestro comandante.
No pude ver a los ojos de la abuela de Dave, me sentía demasiado culpable por continuar con vida, cuando él lo merecía más.
Esperé durante una semana, pero ningún escuadrón de exploradores daba con el resto del escuadrón seis y aquellas personas con las que viajábamos.
Cuando el escuadrón dos se preparaba para volver a salir de la torre, decidí ir con ellos.
—Comandante Sullen, déjeme ir con ustedes.
—No es una misión de búsqueda, se ha cancelado y lo sabes.
—Lo sé.
Observé a los demás que ya la esperan para guiar el escuadrón.
—Puedes venir, pero no te separes o intentes ir por otro lado.
—Entendido.
Me permitió ir en uno de los vehículos del centro antes de dar la orden de salir de la fortaleza. Habían unas tres personas más con las que compartiría el recorrido. Quizás los había visto durante los años de entrenamiento, pero nadie me era familiar.
—¿Nuevos exploradores? —pregunté, aunque uno parecía mucho mayor que yo.
La chica de cabello rubio pálido me sonrió negando.
—Enjambre 7 de recolectores—aclaró.
—¿Enjambre? —me desorienté, se rió.
—Es como solemos llamarnos, somos como las abejas en busca del polen de las flores lejos del panal.
—Lo que quiere decir es que somos recolectores del escuadrón siete.
Lo que mencionó la morena me ayudó a enfocarme mejor en la conversación.
—Tiene sentido—agregué—. ¿Qué hacen en esta misión?
—Búsqueda de suministros, principalmente de hierbas medicinales—aclaró la misma carismática chica.
—¿Ya no hay en cosechas?
—Lo hay, pero ninguna alivia la enfermedad de los niños—respondió—. Buscaremos otras que puedan servir como medicamento.
Nunca había pensado que los recolectores se vieran obligados a salir de la fortaleza. Muchos de mis conocidos durante la adolescencia se habían unido con la mentalidad de que nunca saldrían. Suponía que cada vocación tenía sus propios riesgos.
—Escuchamos lo que sucedió con tu escuadrón—no pude evitar sentir cierta tención al escucharla, no había mencionado el tema con nadie, lo había estado evitando—. Debió ser algo horrible.
Hice mi mayor esfuerzo por contener las lágrimas, no estaba seguro de que lograría superar lo que había sucedido.
—Lo fue.
—No es de mi incumbencia—habló el tipo con grandes rasgos físicos—. ¿Por qué has vuelto al campo?
Su pregunta tenía mucho sentido, ¿por qué volver afuera?
—Si me quedaba, solo perdería la cabeza—confesé con la mayor sinceridad.
La morena me observó por primera vez desde que el trayecto empezó.
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Editado: 07.12.2023