Destierro

1 - Guardianes

Junio de 2137

Sus manos temblaban incontrolables, aferradas a su lanza desplegable. Apretaba los párpados como si su vida dependiera de ello, ocultando sus ojos color marrón claro. “Levántate, Ira, levántate”, se decía a sí misma, pero sus piernas se habían entumecido y parecían de gelatina. A pesar de su estado anímico, su chaqueta y pantalones azul marino no tenían ni un solo rasguño. Mientras tanto, todo a su alrededor temblaba, los pequeños pedazos de estuco se desplomaban a sus pies, detrás del áspero muro en que se apoyaba, se oían los tenebrosos rugidos graves y los retumbos de sus pasos que agrietaban los suelos. Entre tanto escándalo, podía oír los gritos desesperados de Dan y Siny.

—¡Ira! —Le gritó Dan, jadeando desesperado—. ¡Sal de ahí y ayúdanos! ¡Te necesitamos!

—¡Reacciona! —insistió Siny.

“No, no puedo. No puedo”. El pánico encerraba su corazón entre sus garras de desesperanza. No podía contener aquellos sentimientos, solo una escena parecida a esa invadía su mente: tenía ocho años, se cubría la cabeza con los brazos, encogida en un rincón; Dan y Siny de pie delante de ella protegiéndola como siempre.

—¡HAN HERIDO A DAN! —La voz exaltada de Siny la sacó de sus pensamientos—. ¡SAL DE AHÍ!

Ira ocultó su rostro apoyándolo contra el costado de su arma—. Soy… soy valiente —musitó. Qué lema tan conveniente para su patética situación actual—. Soy leal, soy… una máquina de destrucción…

Creía que ya había superado sus miedos, pero ellos estaban ahí. Latentes, calando hondo, recordándole a sus padres que nunca regresaron y cómo se había quedado esperándolos inútilmente. Su corazón palpitaba tratando de huir de su pecho, incluso acallando el retumbar de los pasos de la bestia. Intentó seguir recitando:

—A-Aunque destrocen m-mi cuerpo…

—¡¡Ira!! —Oyó de nuevo a Siny que soltó un horrible gemido de dolor—. ¡Por favor! ¡Ayúdanos!

Levantó la vista y frunció el ceño, luchando contra su patético miedo, pero sobre todo contra sí misma. Dubitativa, dio dos pasos adelante, respiró hondo y trató de espabilar. Salió de su escondite con dramática lentitud, a cada paso que daba, sentía el vértigo de dejarse caer a un abismo, pero no importaba. Vio a Dan y Siny, tirados en el suelo con profundas heridas que supuraban sangre; si no terminaba rápido, no solo ellos morirían. Ella también.

“Mientras respire, mi corazón latirá por la humanidad.”

La torre Eiffel a lo lejos, visible a través de los humeantes escombros de los edificios destruidos a su alrededor, manchas de sangre de civiles que habían sido incapaces de huir, aerodeslizadores destruidos, aún en llamas por las explosiones. Con las patas sobre el cemento y soltando rugidos agudos ensordecedores, la bestia de apariencia de insecto de diez metros de altura se alzaba imponente: sus ojos carentes de iris teñidos de rojo sangre, largas y encorvadas garras afiladas; sus duras escamas marrones accidentadas por las costras que le protegían de cualquier ataque enemigo a larga distancia. Demolía los edificios a su alrededor con los iracundos movimientos giratorios de sus fornidos brazos que se arrastraban por el suelo, raspando el asfalto irremediablemente. Ira tuvo que taparse los oídos con ambas manos a cada lado de la cabeza, pero un sonido agudo y constante quedó latente en su cerebro.

Ahí lo vio, sus ojos se encontraron por un instante en que el tiempo se detuvo. Se dio cuenta de que no tenía forma de perforar las duras escamas de la criatura que, sin previo aviso, lanzó su garra como cuchilla contra la Guardiana quien reaccionó al instante, esquivando el ataque dando una voltereta a un costado. A continuación, dio un salto de dos metros de alto y cayó con pesadez sobre el grueso brazo de su enemigo, tambaleándose; recuperó el equilibrio y dio inestables pasos ascendiendo lo más rápido que sus piernas le permitían a través de aquella superficie pegajosa.

La adrenalina reemplazó el pánico mientras todo lo que estaba alrededor suyo se tornaba borroso a la vista, solo quedaron el monstruo y la Guardiana. “Sé matar, soy una máquina de destrucción”, se decía a sí misma ignorando los horribles rugidos de su enemigo. Dio un último salto con la lanza en alto, sintió el viento cortando su piel, impiadoso. No dudó más y arrojó el arma con toda la fuerza que su brazo derecho le permitía. La punta perforó el ojo en una explosión de sangre azulada dejando el paso abierto para la segunda estocada. La Guardiana desplegó otra de sus lanzas y sosteniéndose de una de las costras de su enemigo, la clavó en su cerebro, perforando hasta el mismo centro.

Ira resbaló al caer, pero logró sostenerse del hombro de la criatura mientras ésta rugía y se revolvía agitándose de un lado a otro por el dolor. La joven trató de incorporarse, pero de pronto, todo a su alrededor se ensombreció. Asustada, levantó la mirada y se encontró de cara con la garra como cuchilla que se precipitaba sobre ella para partirla por la mitad, solo alcanzó a alzar el brazo para protegerse del impacto.

Ese día perdió el brazo derecho por primera vez.

 

Octubre de 2139

Abrió los párpados con lentitud mostrando las pupilas dilatadas de sus ojos color marrón claro. Todavía tenía en mente los recuerdos de lo que había ocurrido hacía casi dos años. Su corazón latía tan rápido que parecía que iba a explotar en cualquier momento, sus manos temblaban y respiraba con dificultad, acosada por los incontrolables jadeos. La joven tenía veinte años, medía un metro y setenta y seis de altura, tenía la piel clara y el cabello castaño oscuro que le llegaba diez centímetros por debajo del hombro. Su enterizo de entrenamiento azul marino, empapado de agua y sudor.




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