Kira cruzó lentamente el pasillo, aún indecisa, a pesar de que sabía que ella no tenía nada que perder. Ni siquiera creía que pudiera ser un golpe para su autoestima el ser rechazada por alguien a quien imaginaba como un excéntrico o ambicioso niño mimado. Pero toda esa fachada de persona arrogante que se había formado en su mente minutos atrás, se derrumbó incluso antes de que pudiera cruzar el umbral de la sala de estar.
En una esquina del sofá pegado a la ventana, se encontraba un hombre… completamente dormido. No era difícil reconocerlo por su cabello rojo fuego y, en su mano, todavía permanecía un vaso delator; que en algún momento debió albergar whisky, tal y como su amiga le había dicho. Kira se aproximó lentamente hacia él con una sonrisa en los labios. Claramente, esta situación le causaba mucha gracia y ya había olvidado por completo la imagen de hombre perfecto que le habían dibujado. En ese momento, para ella, él era un hombre más, uno cualquiera, y, tal vez, no precisamente de lo mejorcito.
—Hola —atinó a saludar suavemente Kira.
Pero no recibió respuesta. Entonces, ella se inclinó hasta quedar a la altura de su rostro y acercó sus grandes ojos castaños para examinarlo mejor, aprovechándose de la situación.
Era guapo, de eso no cabía duda. Observó especialmente su cabello tan prolijo y perfecto. ¿Cómo alguien podía tener el cabello así de perfecto incluso después de quedarse dormido en una fiesta? Ese hombre era la pulcritud llevada un escalón más arriba.
«¿Cómo será él?», se preguntó Kira. En su mente, alguien tan prolijo podía ser una persona extremadamente estructurada y, alguien así, no se llevaría bien con ella. La castaña arrugó los labios ante esa posibilidad. Él había conseguido acaparar su interés y eso era algo poco común. Tal vez si ella lo hubiera conocido en otras circunstancias, el resultado habría sido distinto, pero encontrarle de esta forma tan vulnerable y a la vez tan genuina hizo que ella le mirase con otros ojos.
Domhnall respiraba apaciblemente y ella estiró un brazo para tocarle amistosamente el hombro. A lo cual, él respondió abriendo lentamente sus ojos para caer directamente en los de ella, que le observaban con complicidad, y lejos de asustarse o sentirse intimidado, le devolvió la mirada.
—¿Te has dormido? —susurró Kira aparentando extrañeza en su voz.
El pelirrojo se acomodó en el sofá, irguiéndose.
—No —empezó él, pero en un instante se relajó y admitió—, es verdad —asintió sobreponiéndose a cualquier tipo de vergüenza que alguien pudiera sentir en esta situación—. Es un placer conocerte, Kira —habló con un dejo de ansiedad—. Mi nombre es Domhnall o Dom, como más te guste —expresó nervioso—. ¿Dormido? Más bien… cansado —rió.
Ella se sentó en el sofá a su lado con naturalidad.
—Entonces, te llamaré Dom, tienes un bonito nombre ¿Es gaélico? —preguntó con interés.
—Sí, así es —asintió.
—¿Qué significado tiene?
—Tengo entendido que significa gobernante. No lo sé muy bien en realidad, es lo que mi madre suele decirme —se encogió de hombros, mientras dejaba a un lado el vaso sobre una mesilla aledaña—. Tu nombre es hermoso —comentó él casi por lo bajo, pero ella lo escuchó y sonrió.
Kira se sintió en confianza, entonces, sintió el impulso de contarle un poco sobre su vida.
—Para que me conozcas mejor, puedo decir que adoraba a mi padre —explicó antes de añadir—, él falleció cuando era pequeña, y también quiero mucho a mi mamá.
—Oh, lamento oír eso.
—No te preocupes, fue hace muchos años —le tranquilizó ella—. Mi lugar en el mundo es Londres, crecí allí y me encanta, aunque el tiempo no sea el mejor del mundo —rió iluminando la habitación—. Me gusta el helado hasta que se me congela el cerebro —aseguró con su sonrisa pícara que se fue transformando en una expresión meditativa—. Me encantaría ser actriz, hice algunos cursos, aunque es uno de esos sueños que no busco cumplir —añadió restándole interés—, porque trabajo en un orfanato con niños pequeños y eso es muy importante para mí.
—Con que actriz, ¿eh? Eso suena interesante —valoró.
—¿A ti qué es lo que te gusta? —le inquirió ella sintiéndose al descubierto.
Él pensó durante unos minutos antes de responder.
—¿Qué puedo decir yo? Adoro a mi padre y a mis tres, no, cuatro hermanos —rectificó—. El más pequeño acaba de nacer y no he podido verlo aún —explicó—, espero que sea pronto. Con mi madre la relación empezó de cero desde que volvió con mi padre, pero aún me resulta extraño tenerla cerca —admitió él ensimismado por un momento—. Adoro esta ciudad, al punto que no quiero salir de aquí y mi sueño de ser médico pasó a segundo lugar cuando ví que no podía estudiar en mi lugar en el mundo. Así que dirijo una universidad privada desde hace poco y lo que espero es que se convierta en un lugar donde muchos, no sólo la gente de aquí, quieran asistir.