Esa mañana temprano, Kira salió de su trabajo en el orfanato. Había cumplido con su día de guardia y desde ese momento tenía dos días libres para descansar. Ella ya estaba acostumbrada a ese ritmo de vida, así que, a pesar de no haber podido dormir casi nada durante la noche, se sentía fresca como una lechuga. El viento soplaba en su rostro, jugando con ese mechón rebelde de cabello que se negaba a dejarse atrapar en una coleta. Kira observaba el camino, mientras se sumergía en la música que emanaba de sus auriculares. La camiseta turquesa ceñida y el bolso deportivo podrían haber sido indicios para suponer que acababa de salir de algún gimnasio si no fuera por los jeans clásicos desgastados que ya eran su marca registrada. Inmersa en sus propios pensamientos, caminó con tranquilidad por el predio parquizado, hasta una entrada poco frecuentada, casi escondida. Se deslizó por una puerta entreabierta que aún poseía un candado errumbrado que colgaba inerte de una chirriante cadena rota. Una vez en la calle, sólo alcanzó a oír una voz sin llegar a comprender lo que decía. Entornó su rostro para mirar a los alrededores, entonces, le vió. Había un pelirrojo acercándose rápidamente para alcanzarla e inmediatamente ella se apresuró a quitarse los receptores de música.
—Domhnall —exclamó sorprendida.
—Creí que te vería en el festival —respondió a modo de saludo.
Ella le miró descolocada.
—¿De qué hablas? —preguntó.
—Del festival —enfatizó—, de esos festejos que se hacen cada año en la ciudad y al que va todo el mundo —explicó para enfatizar su importancia.
—Ah, ¡qué tonta! Me había olvidado totalmente de eso —reveló ella aún atolondrada por el encuentro fortuito—. Pero… —empezó a decir con un aire más meditativo, un ceño fruncido empezaba a nacer en su frente— yo no te dije que iría —se extrañó buscando una explicación.
Él bajó la mirada por una fracción.
—Pero supuse que irías —confesó— y te busqué — añadió desvergonzado— por todas partes.
Kira rió al escucharle.
—No suelo asistir a esos eventos, no les hago mucho caso —declaró la joven.
—Pero, ¿por qué? —inquirió el pelirrojo sorprendido.
—Tal vez sea por falta de costumbre, crecí en una granja y pasé mi infancia casi recluida. No fue por gusto, sino más bien por cuestiones políticas, pero no sé explicar ese tema muy bien —se excusó—. Así que hubo años en los que no se me permitía salir ni a la esquina. Era muy aburrido, pero no me puedo quejar. Puede que, por eso, no me llame la atención ir a un sitio repleto de gente —rió.
—¿Cuestiones políticas? Espera, estas hablando de… —Domhnall no terminó la frase—. ¿Tú vivías en esta ciudad? —Frunció el ceño, incrédulo— ¿Estás hablando del primer mandato de Samuel Park? ¿De la catástrofe económica y política?
—Sí, fueron esos tiempos —asintió Kira—. ¡Qué buena memoria! —exclamó sorprendida—. Yo no recuerdo todo muy bien. Sólo sé que se sentaban a hablar durante largas horas en casa sobre qué era lo mejor —contó—. No tengo idea quienes estaban más molestos, pero no me cabe duda de que fueron lentamente trabajando en la idea de la revolución. —Ella rió nerviosamente—. Fue en ese tiempo cuando ví a mi padre por única vez enojado. —Entornó sus ojos—. Si se pudiera matar con la mirada, no hubiera hecho falta ninguna revolución. Perdona, tal vez te estoy aburriendo —se disculpó—. Tuve una infancia muy particular —finalizó con una gran sonrisa.
La incrédulidad del rostro masculino fue decayendo hasta dar paso a una mirada insondable, que se veía tan calmada como las aguas azules de su iris, y tan inesperadamente resplandeciente como el reflejo de ella en sus pupilas.
—Tengo buena memoria para recordar historias que mi padre me cuenta —explicó aún extasiado—. No sé mucho, sólo que mis padres trabajaban en una universidad durante aquellos días y que se buscaba gente que quisiera ayudar a proteger a la ciudad después del fraude electoral que realizó Park para ganar. —Él decidió cambiar de tema—. Por otra parte, envidio tu infancia en una granja, la mía la pasé entre juzgados, algún salón de clases y detrás del escenario con alguna niñera cuando mi madre se suponía que debía cuidarme. Por eso, odio la idea de ser cantante como ella, quiero echar raíces —bromeó con un atisbo de tristeza.