Querido tú;
Había transcurrido aproximadamente semana una desde el momento en que nos conocimos, durante la cual conversando todas las tardes y madrugadas mientras yo hacía de niñera, tanto por vídeo-llamadas como a través de las famosas Notas de Voz. Con cada día que pasada, me enamoraba más de ti, por ende me hallaba aterraba, pero siempre hacías algo para que ese temor desapareciese.
El día de ayer me invitaste a salir, a pesar de ser consciente que esa noche debía llevar a Thiago a pedir "Dulce o Trato". Me insististe –e incluso me rogaste–hasta que acepté, bajo la condición de que nuestra cita ocurriese una vez culminado mi compromiso con el bebé de mis ojos.
Estuvimos alrededor de dos horas recorriendo el vecindario, tocando cada una de las puertas pertenecientes a los hogares de nuestros amables vecinos, hasta que no quedó una sola casa sin visitar. Apenas llegamos a casa, pesé las siete bolsas que habíamos llenado. (¿Por qué siete? Resulta que esa noche también tuve que hacerme cargo de mis primos: Christina y Dante, quienes ya habían hecho "Dulce o Truco" antes de llegar a casa de mis padres). Más de diez kilos recolectados en una noche; aquel fue un Halloween bastante productivo.
Tocaste el timbré cuando había terminado de acostar a Christina; me escandalicé. Fui corriendo como alma que lleva el diablo hacia el cuarto de baño, notando que aún traía puesto el maquillaje y el vestido que utilicé para disfrazarme. (Al poseer ciertas raíces mexicanas, era una tradición que en la noche de brujas las mujeres en mi familia se disfrazasen de La Calavera Garbancera; mejor conocida como La Catrina). No supe que hacer, y cuando estuve por comenzar a quitarme la pintura, me llamaste.
—¿Aló? —Respondí con nerviosismo al segundo tono.
—Buenas noches, señorita Elizabeth Young —Me saludaste de manera tan cordial, como siempre lo haces cuando intentas flirtear—. ¿Sería tan amable de salir para que podamos dar inicio a nuestra cita?
Examiné mi vestimenta, sintiendo como los emparedados que preparé esa noche estaban por salir por mi garganta. Cualquiera que me observara, y no fuese parte de mi cultura, diría que soy una Novia Payasa; y yo no deseaba que pensaras eso. Además: Estaba segura de que te habías vestido de una forma elegante, cómoda pero casual. Por nada en el mundo deseaba que las personas mirasen a un joven tan apuesto (tú) acompañado por una niña disfrazada de muerto (yo).
—Lo siento, pero creo que cancelaré la cita —Me disculpé entre titubeos e hipidos, en un tono de voz casi inaudible—. De verdad lo lamento, Carlos... No puedo.
—Es por tu disfraz, ¿cierto?
No me esperaba que preguntases eso.
—Princesa, es Halloween, no Semana Santa. Podemos salir estando tú vestida de lo que sea que estés disfrazada. Además... si te sirve de consuelo, yo también me he disfrazado. Te puedo asegurar que me veo ridículo con esto, así que te espero aquí afuera, porque no planeo irme de aquí hasta que tú y yo tengamos esta cita.
Y colgaste.
Observe por última vez mi reflejo, seguido acomodé con sumo cuidado la flor que reposaba entre mi rizado cabello. No obstante, antes de salir a tu encuentro, fui a dar un rápido vistazo a las alcobas para asegurarme de que los niños no estaban despiertos; y por fortuna para ambos no era así. Fue allí que recorrí el pasaje que me llevaba hasta la puerta de entrada, topándome con una imagen que jamás en mi vida pensé llegar a ver: a ti... vestido de muerto.
—Wow.
—Veo que tuvimos la misma idea —Comentaste antes de soltar una carcajada.
—Eso creo —Respondí entre risas, pues la tuya me había contagiado.
—Creo que te amo, tontita —Dijiste una vez se nos acabaron las ganas de reír, por lo que fui capaz de escuchar aquella confesión con claridad.
—¿Cómo dice? —Espeté estupefacta, sintiendo mis mejillas ruborizarse bajo tanto maquillaje.
—¡No dije nada de nada! —Me has asegurado en un tono de voz bastante elevado, tanto que temí que hubieses despertado a todos los niños de la localidad. Seguro también te habías sonrojado al percatarte de lo que dijiste.
—Bueno... ¿Listo para nuestra cita?
Sonreíste con amplitud y me extendiste tú mano.
—Estoy listo si tú lo estás, my lady.
—Debes dejar de ver Lady Bug.
—Eso jamás pasará.
Me reí ruidosamente, tú hiciste lo mismo. Los dos reímos hasta que el oxígeno en nuestros pulmones se terminó. Ciertamente tú excedías los límites cuando tenías tus momentos de idiotismo, y eso me gustaba. «¡Bésalo!» Me dije, sintiendo como mi corazón corría al igual que una locomotora.
... Pero te me has adelantado: Tomaste mi rostro entre tus manos para plantar un beso sobre mis labios, el cual duró solo unos segundos que no fueron suficientes para que despertase de mi ensimismo y pudiese responderte.
Me sonreíste.
—¿Nos vamos?
—Sí...