Querido tú;
¿Cómo has estado? Ya ha transcurrido un mes desde la última vez que hablamos o que te escribí una carta que nunca leerás, pero –si te encuentras interesado en saber cómo me siento– te diré que he estado mejor: Este mes ha ido fatal, por no decir catastrófico, y eso es gracia a que el recuerdo se encuentra presente dentro de mi cabeza las veinticuatro horas. Tú eres el culpable de que mi todo mundo se esté desmoronando a mi alrededor; destruiste lo que había construido en mi vida, lo convertiste en polvo.
Carlos, yo te di mi corazón y lo rompiste en mil pedazos. Lo golpeaste, lo arrojaste y en el suelo lo dejaste. Entiéndeme que aunque quiera no puedo perdonarte. No digo que te odie por lo ocurrido, ya que indudablemente no me quedaban fuerzas ni me siento con el derecho para hacerlo. En estos minutos de mi vida que ocupo para escribirte, ni mi alma ni yo tenemos arreglo: Ambas te llegamos a considerar mi vida, mi todo, por ello me cuesta entender por qué me has traicionado de esta manera.
No puedo más con este dolor que llevo conmigo. No quiero vivir así: no cuando sé que las cosas no serán como antes, que me olvidarás para siempre y que el amor ha perdido en esta ocasión. Igual sé que ha sido su decisión, que debo respetarla y reprimir esta esperanza de que vuelvas a amarme. La verdad es que siento que me estoy ahogando al tragarme las palabras: Te amo como no tienes una maldita idea, más me di cuenta que nunca fuiste la persona que pensé y que creí, mucho menos la que pedí. Sin embargo, a pesar de todo lo malo que estoy viviendo, sigo soñando con un universo paralelo en el que todavía me amas.
Créeme que no es fácil aceptar haber perdido, por ende te pido que me escuches con atención lo que diré a continuación, pues dudo que existirá otra ocasión para decirte que no me arrepiento de haberte entregado mi corazón.