Querido tú,
Aún recuerdo cuando te has aparecido la noche de Navidad...
Mi familia entera se hallaba reunida en el interior de mi casa, específicamente en la sala de estar, mientras yo recorría todo el jardín a largas zancadas, tratando de mantener a mi mente alejada de aquellos problemas que me agobiaban desde lo ocurrido entre tú y la tal puerca Sabrina Hudson. Más era imposible. Siempre que intentaba dejar de pensar en ti, mi principal problema en la vida, las imágenes de aquel se hacían cada vez más presentes en el interior de mi cabeza.
—¡Te odio, Carlos Beltrán! ¡Te odio con todo mi ser!
—Pues veo que tendré que buscar las maneras de que vuelvas a amarme, amada Elizabeth Young —Escuché decir a mis espaldas, pero no he volteado a mirarte en ningún momento.
—Veo que tienes huevos para haber venido hasta acá —Comenté con brusquedad, pues hacía tiempo había perdido los modales, al menos cuando se trataba de ti—. Sabes bien que no tienes permitido volver a pisar esta casa, así que lo mejor será que te vayas o llamaré a mi primo para que te eche a patadas —Agregué antes de comenzar a caminar hace el interior de la vivienda.
Me sujetaste la muñeca con bastante fuerza. Solté un quejido y comencé a tratar de zafarme, pero era inútil. Me jalaste hacia ti para luego aferrar tu mano libre en mi cintura, provocando que un pequeña estremecimiento recorriese mi cuerpo, el cual notaste al instante; cosa que supe porque te has reído. Inflé mis mofletes en intento de demostrarte lo furiosa que me hallaba, a pesar de ser consciente de lo que vendría luego: estallaste en carcajadas.
Y fue entonces que decidí aprovecharme de la situación.
Tal como esperé, habías aflojado tu agarre en mí, por lo que te he empujado para así liberarme. Comencé a correr, a pesar de que podía escucharte seguirme, pero has logrado cogerme en plena carrera para luego lanzarte al suelo conmigo entre tus brazos, provocando que terminásemos en una posición muy comprometedora.
Me sonrojé al toparme con tu mirada, aquello que logró reaccionar esta atracción que por ti siento. Nuevamente aquel azul grisáceo hizo su hechizó en mí, me volví a sentir enamorada de ti, las mariposas dentro de mi estómago revoloteaban una vez más.
—Eres muy hermosa, pequeña Lizz —Decías mientras acortabas la distancia entre nuestros rostros—. Tus ojos, tu cabello, tu rostro... Toda tú eres perfecta.
Te escuchaba atenta, sin saltarme o distraerme de alguna palabra que saliese de tus labios (carnosos con un leve tono rojo), los cuales me tenían hipnotizaba y me estaban tentando a callarles con los míos. Sin embargo, a causa de mi curiosidad, reprimía mis deseos de adueñarme de esos labios que la estúpida de Hudson me había quitado.
—Carlos, creo que... Mira, lo mejor será que te vayas. En serio: podrías meterte en un grave problema —Fue lo que te advertí mientras colocaba ambas manos sobre tus hombros, en un malogrado intento por sacarte de encima—. ¡Carlos! ¡Quítate!
—No planeo hacerlo hasta que oigas lo que tengo que decirte —Tú voz sonaba tan firme, clara y poderosa. Te hallabas muy decidido en que yo supiese tu versión de los hechos.
—No estoy para escuchar más de tus mentiras, Carlos. Ya estoy harta de ellas.
Saqué fuerza de donde no tenía para empujarte a un lado. Ahora que estaba libre podía regresar con mi familia a celebrar la festividad.
—¡Fue una apuesta! —Gritaste desesperado, logran hacer que me frenara.
—¿Cómo dices?
—Besé a Sabrina porque el imbécil de Chris perdió una apuesta —Volteé a mirarte con incredulidad ante tu confesión y tú me regresaste la mirada con tristeza—. No tienes que creerme, jamás te obligaría a creer en mis palabras, pues eres libre de perdonarme o seguir odiándome. Pero lo único que te pido escuchar lo que tengo que decirte.
Tuve mis dudas con respecto a la decisión de permitirte explicar lo que aconteció, pero al final terminé concediéndote esa oportunidad y no me arrepiento de haber tomado esa decisión. Resultó ser que me encontraba equivocada: Todo fue culpa de Chris por haber apostado contra Dan, tú solo terminaste siendo la víctima que pagó las consecuencias de su torpeza.
Ya al verse arreglado el problema entre nosotros, decidí que lo mejor era invitarte a entrar para que conocieses a mi familia, pues era consciente de que tus padres no se encontraban en la ciudad y que por lo sucedido te rehusabas a celebrar las navidades con tu hermano. Entonces me dije a mi misma «¿Por qué no invitarle a celebrar que el malentendido está arreglado?». Y gracias a esa razón que pudiste quedarte a dormir en mi casa esa noche.
¿Te cuento un secreto?...
Fue lindo despertar y encontrarte dormido a mi lado.