Destino de Sangre (libro 11. Sicaria)

Cap. 35 Viejos conocidos

 

En una sala de espera ubicada en un moderno edificio de oficinas, Luciano se dedicaba a uno de sus entretenimientos favoritos, analizar personas, aunque ya comenzaba a aburrirse. Había tres personas cuando llegó, una mujer de unos cuarenta y cinco años hojeando nerviosamente una revista; el cabello casi le cubría el rostro, vestía pantalón café y un suéter manga larga; unos minutos después Luciano había llegado a la conclusión de que la mujer en cuestión era víctima de violencia de género, y con seguridad sus ropas al igual que el cabello sobre la cara, ocultaban las huellas del maltrato. Otro de los ocupantes era un hombre joven que veía constantemente su móvil, y a quien Luciano clasificó como algún ejecutivo de cuentas con muchos problemas para cuadrar las mismas. Y por último estaba una jovencita de una delgadez extrema con la que no hacía falta esforzarse, pues era evidente que tenía problemas alimenticios y fue la primera en ser atendida.

  • Eres muy necio, Lucky – escuchó por su DTR – había mil formas más rápidas para hacer esto
  • Pero poco divertidas, Bite – murmuró él y la recepcionista lo miró elevando una ceja haciendo que a él se le dibujase una sonrisa en los labios – Mi amigo sustenta ideas diferentes a las mías – le dijo

Desempeñando el oficio que desempeñaba, era lógico pensar que la mujer se sorprendiese poco de que alguien hablase solo, pues lo estaba, pero también pensó, al igual que en la anterior visita de Luciano, que era una pena que un joven tan atractivo tuviese algún trastorno mental.

  • Cretino – escuchó Luciano que le decía Mauro y rio

Unos minutos después lo hacían pasar al despacho del psiquiatra, que después del amable saludo, le indicó tomar asiento y él lo hizo al tiempo que encendía un cigarrillo. Aunque aquello no era lo habitual y estaba generalmente prohibido, en el consultorio de un psiquiatra había ciertas libertades debido al estado de los pacientes.

  • ¿Y bien Emilio? – preguntó el hombre hablándole como si se conociesen desde siempre, aunque solo se habían visto una vez – ¿Cuéntame cómo estuvo tu semana?

Luciano no contestó en forma inmediata, sino que clavó sus ojos en los del individuo, aunque no lo miraba solo a él, sino todo el entorno. A pesar de que aquel sujeto en teoría debía estar preparado para situaciones incómodas como aquella, Luciano notó cierta incomodidad y lo atribuyó al instinto. Apagó el cigarrillo y sonrió.

  • Me sorprende que dedicándote a lo que te dedicas, hayas tenido la desafortunada idea de formar una familia, Manuel – dijo con tranquilidad y acentuando el nombre
  • ¿Disculpa?
  • Tristemente para ti, no puedo hacerlo

Aunque Luciano casi pudo ver el cerebro de aquel sujeto planteándose varias hipótesis rápidas, y que iban en distinta dirección a las primeras que había hecho con respecto a él, a raíz de su primera visita, solo sonrió y esperó.

  • Mi nombre es…
  • Manuel, como dije – lo interrumpió Luciano – que no sea el que figure en tus diplomas, no significa que no lo sea
  • Veamos…
  • Lo único que vamos a ver – dijo interrumpiéndolo de nuevo – o al menos tú lo harás, es lo que aparecerá en la pantalla de tu ordenador

El individuo se enderezó en su asiento y la expresión inicial de desconcierto había desaparecido, y había sido sustituida por una de alerta, del mismo modo que movió el brazo con cautela hacia el escritorio.

  • Sería inútil – le dijo Luciano – y lo que debes hacer es mirar tu ordenador - insistió

Lo primero obedecía a que Luciano sabía que en el borde del escritorio había un botón que él había llamado el botón del pánico, y que conectaba con el panel de la recepcionista, presumiblemente con el fin de pedir ayuda en caso de que algún paciente se pusiese violento.

  • ¿Me permites un momento? – preguntó el individuo poniéndose de pie y Luciano lo imitó
  • No, lo único que te permito es lo que ya te indiqué

Luciano se movió hacia él y el hombre miró  hacia la puerta.

  • Te dije que sería inútil, porque tu secretaria no está en su lugar de trabajo.

Después de eso lo hizo sentarse y mirar la pantalla el ordenador.

  • ¿Quién eres tú y qué quieres? – preguntó intentando conservar la calma
  • Lo primero carece de importancia, y sabemos que nunca lo sabrás si yo no quiero decírtelo, lo segundo sí la tiene, porque quiero algo que tú posees y que tendrás la amabilidad de darme – le dijo y se inclinó un poco como si intentase ver mejor la pantalla – Tuve dificultades para saber si esa era tu hija o tu amante, pero bueno, eso no viene al caso, volvamos a lo que nos interesa
  • Si es dinero lo que…
  • Vamos Manuel, eres más inteligente que eso – lo interrumpió de nuevo – Ahorremos tiempo, porque te advierto que no dispongo de mucho, no me gusta perderlo y mi paciencia es escasa, así que sería mal asunto ponerla a prueba – hizo una pausa y agregó – Ahora, quiero la lista de tus empleados, la quiero ya y la quiero completa
  • ¿Mis empleados? La única que…
  • Procedan – dijo Luciano




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