Apretó el puño sobre la arena dorada, observando el cielo que se tornaba de colores rosa, púrpura y naranja a lo lejos. Era una puesta de sol hermosa y no quería dejar de verla mientras estará allí.
—Papá, ¿a qué hora vuelve mamá?— preguntó con pesar el pequeño, apartando sus ojos del cielo y colocándolo sobre el hombre a unis metros, sentado en una manta.
—No lo se.— respondió este, llevándose un cigarro nuevo a la boca. A su lado reposaba una botella vacía. El niño estaba preocupado. Su madre siempre se la pasaba trabajando fuera y pocas veces estaba en casa. Las veces que podía verla estaba notablemente cansado por los excesos de la escuela y el baile. Solo le decía buenas noches y besaba su frente.
Eso le hacía feliz, pero anhelaba más. Siempre la extrañaba.
Volvió a buscar el cielo, viendo los pájaros volar. Su padre solía llevarlo a la playa en fines de semana para que descansaran y despejaran la mente. El en realidad pensaba que eso no importara siempre y cuando estuviesen todos juntos. Pero cada que le proponía a su madre salir, está no tenía tiempo.
Suspiró.
En esos días su padre estaba tomando el mal hábito de fumar y beber en exceso. Se sentía avergonzado cuando la gente lo miraba con ese viejo borracho a cuestas en el metro o en el bus. Todos se burlaban de él y lo odiaba mucho. Quería que todo fuera como antes. Que fueran la familia feliz que recordaba a sus seis años cuando ni el trabajo ni el alcoholismo de su padre estaban influenciado su camino. Y haciendo que todos a su alrededor lo despreciasen.
—¿Quieres jugar?— dijo una voz a su lado. Era un niño de su edad, llevaba entre sus manos una cubeta pequeña repleta de juguetes. Él lo observó por un momento cohibido. No quería molestar, pero le gustaba mucho jugar y no tenía muchos amigos. —¡Vamos!— le dijo este, sin importarle si el más pequeño tenía una réplica para con el.
Lo llevó a la orilla del mar, sentándolo para luego imitar la posición de piernas cruzadas frente a él. El niño más pequeño le sonrió. Total, no tenía nada más por hacer. Su padre estaba con una tremenda cuba y él había estado aburrido todo ese tiempo.
—¿Te gustan los castillos de arena?— dijo el más alto con una sonrisa de hoyuelos, removiendo la arena.
—Si. ¿Haremos uno?— preguntó entusiasmado. Este le asintió efusivamente. El más bajo aplaudió en su posición. Estaba excitado por la idea, nunca había hecho un castillo.
—Traeremos a los cangrejos para que vivan en el.— dijo el más alto, incorporándose para coger agua del mar con la cubeta.
Ambos niños empezaron la tarea, dando detalles y armando el susodicho castillo, hasta terminar.
—¿Cuál es tu nombre?— preguntó el más alto. —Yo soy Kim Nam Joon.
—Jung Ho Seok. ¿Buscaremos los cangrejos ahora?— pregunto, el más bajo tratando de limpiarse las manos embarrotadas de arena con el agua.
—¡Joonie!— escucharon ambos una voz proveniente de atrás. —¡Tenemos que irnos!
—Lo siento. Me tengo que ir— dijo el niño de hoyuelos con una leve inclinación. —Nos veremos otra vez, amigo.
—¡Si!— asintió Ho Seok eufórico. Le había dicho que era su amigo. Tenía un amigo nuevo. Sonrió, dando pequeños saltos en sus posición. No podía estar más feliz.
Camino a casa se sentía muy alegre. Había parloteado a su padre sobre su nuevo amigo, sobre el castillo de arena que habían hecho y lo divertido que fue. Su sonrisa no se apartaba de sus labios, y aunque sabía que su padre lo escuchaba a medias, estaba dispuesto a seguir hablado.
Pero siempre suceden cosas malas cuando no lo esperas. Llegaron a casa cansados. Su padre abrió la puerta y ambos vieron una maleta en medio de la sala. Su madre salió de la habitación con un vestido elegante y de un color azul oscuro. Se veía hermosa y radiante, pero eso no era todo.
Tomó la maleta en sus manos dispuesta a irse sin mirar a ninguno de los que acababan de llegar.
—¿A dónde vas?— preguntó su padre tomándola del antebrazo. Ho Seok se quedó viendo la escena empezando a sentir que nada estaba bien. Olvidando su anterior sentimiento de felicidad.
—Lo siento, Suk He. No puedo estar más tiempo aquí.— soltó la mujer con un semblante serio y frío.
—¿Que quiere decir esto? ¿No abandonarás?— preguntó, su padre con una voz ronca, rota por el alcohol y quizá por algo más. La mujer se apartó. Ho Seok corrió hasta ella para sostenerse de sus caderas y abrazarás.
Eso no era cierto. Ella solo iba de viaje. Era su trabajo. La vería dentro de unos días como solía pasar.
—Mamá...— la aferró restregando su rostro en su vientre. Las lágrimas empezaban a picarle en los ojos, ansiosas por salir.