Dos semanas. En esas dos semanas las cosas parecían irreales. Totalmente. La había pasado de lo mejor con Dae Hye, conociendo etapas en ella bastante llamativas. Cada segundo que pasaba a du lado, empezaba a revivir un sentimiento especial en su corazón. Era como si estuviese destinada para él. Se complementaban al máximo.
Nam Joon decía que no fuera tan rápido. Que aveces las cosas cuando funcionaban así, terminaban mal. Pero él se hacía el desentendido. A pesar de que posiblemente su amigo estará en lo cierto.
¿Que podría salir mal?
Preguntó muchas veces a su interior. ¿Que saliera lastimado? ¿Que se enamorara demasiado? Se miró al espejo listo para salir. Se sentía radiante, feliz y extrañamente complacido. Le sentaba bien tener una relación. Sonrió, bajando al aparcamiento e introduciéndose al auto, para encontrarse con su jefe.
Este volvería a Busan todo lo pronto posible. Los rumores del atentado contra su vida estaban rondando por todos los clanes y necesitaban tenerlo a salvo. Todos pensaban que el mejor lugar y más seguro era allí. Entró a la casa repleta de guardaespaldas luego de dejar el vehículo aparcado. Al entrar se encontró con uno de los hombres de Seok Jin que tenía la cabeza baja, con sus manos entrelazabas sobre su regazo frente a las escaleras. Frente a él un chico más joven de cabello pelirrojo.
—Cálmate, Hyeong. Él va a estar bien.— el pelirrojo alzó su mano al hombro del más pequeño.
Abrió la puerta suavemente para no hacer ningún ruido molesto y observó la cama con dosel en medio de la habitación. Una enfermera atendía la intravenosa con suma atención y dos aguardas estaban a los costados estáticos.
—Acércate.— dijo el hombre con un deje de dolor. Se veía muy pálido. Sus ojos tenían bolsas y dos medias lunas oscuras. Lo miró atentamente se veía muy débil. No podía creer que en algún momento de su vida llegaría a contemplar a ese hombre fuerte y rudo de esa manera.
—Señor...
—Tienes que quedarte en Daegu. Eres mucho más necesario aquí que en Busan. Tienes que capturar a esa mujer... — se detuvo un segundo para tomar aire e indicó que se acercará más. —Se que te escondí esto por muchos años, pero tienes que saberlo. Te preguntarás porque lo hago ahora. Es por él, por mi hijo. Quiero protegerlo de toda esta locura que está pasando. No quiero que sufra...— abrió y cerró los ojos lentamente. —Esa mujer que quiero que captures está buscándolo, pero no sabe quien es.— decía en palabras susurradas. —Esa mujer es una Assasin y no es una común. Está con el gobierno. El gobierno los está capturando a todos para su propio beneficio. Los quiere usar como armas con la excusa de mejorar la nación, pero no es así. Todo es una mentira. Jurame que lo harás.
—Lo haré, Señor. Lo juro.— asintió, tratando de digerir las palabras del mayor. ¿Assasin? ¿No que habían terminado con eso? Miró al hombre con decisión. Respiró profundo, para luego soltar el aire lento. Lo haría. Si ese chico estaba en peligro no dudaría en capturar a esa mujer cómo diera lugar.
La cuestión primordial allí era, ¿porque lo querían a él? Algo más estaba sucediendo. Algo muy grave que no le quería decir. Go Min le sostuvo la mirada por unos segundos, para luego pedirle que se retirara. Pasó todo el trayecto de camino a Key preocupado. Pensando en todas las cosas escuchadas en esa fracción de tiempo.
Necesitaba encontrar respuestas a las preguntas que se habían formado en su cabeza. Conocía plenamente el caso de los Assasin. Todo había terminado mal después del primer experimento y Park Go Min se había resignado a no continúar con algo tan absurdo. El en ese tiempo era parte del gobierno y hacía todo lo que ellos le pedían, pero luego de negarse se hizo una rebelión y quedaron como un Clan independiente. Enemigo de la Nación. Años después, él había llegado siendo un joven de al menos dieciocho años, creyendo que en ese lugar encontraría respuestas. Terminó por su propia cuenta siendo un guarda espaldas del jefe y mensajero.
***
—¿Donde está?— preguntó ante el escritorio. —¡Ya ha pasado tiempo suficiente así que dime!— gritó, golpeando sus palmas sobre él mismo. El mayor lo miró con suavidad, arqueando sus cejas. Era la primera vez que veía al pelirojo con esa actitud tan agria.
—¿Estás seguro de lo qué haces, Ho Seok? Esa mujer es casa y lo sabes.
—Yo solo quiero saber dónde está, quiero verla. No me importa otra cosa.— respondió este mirándolo enojado. Ya estaba harto de sus estupideces. De sus juegos al impedirle encontrarla. Había hecho todo lo que pedía.
—Te está esperando. Está en el salón de juntas.
El pelirojo salió a toda prisa del despacho y corrió hasta el lugar. Sentía que todos los sentimientos experimentados en esa semana se alejaban de él. La insertidumbre, el dolor, la desilusión, todos se entremezclaban en su interior mientras se acercaba a esa puerta.