Los dos Gigantes quedaron fascinados por lo que estaban viendo. Al inicio, cuando pasaron el portal, todo era confuso y extraño. Se imaginaban otra cosa al llegar a la Tierra, pero lo único que se encontraron fue con un lugar desierto. Sentían mucho frio cada vez que daban un paso.
Siguieron caminando por aquel sitio, lo estaban explorando. Era totalmente blanco.
A lo lejos se divisaba el fin del camino. Los dos les dio curiosidad que había después del fin del camino. Corrieron hasta llegar a él, notaron que había un gran acantilado. Era muy alto y después del mismo, estaba un gran océano. Sus esperanzas de que estarían en un sitio seguro se fueron cayendo conforme pasaba el tiempo.
Volvieron a caminar hacia donde habían estado cuando pasaron el portal. Caminaron más de donde habían llegado hasta que el atardecer comenzaba a verse. El Sol se metía dejando una luz en el cielo de color escarlata. Era muy hermoso de verlo. Después de diez minutos, notaron a varias figuras que iban hacia ellos. Furatt alcanzaba a ver que eran de color negro y blanco.
No tuvieron miedo lo que se tratara esas figuras, desde lejos se veía que aquellas figuras eran muy pequeñas a comparación de ellos. Al estar muy cerca, Furatt le advirtió a Deror que no se preocupara de nada, se trataban de unos pingüinos.
—¿Cómo sabes el nombre de esas criaturas? —pregunto Deror confuso.
—Hace ya mucho tiempo, el rey Hodens me llamo al cuarto, donde llegaron los parientes de Haise. —relato Furatt— Al entrar, note que estaba viendo imágenes de animales, en especial este tipo de animales a los que les llamas criaturas. Le pregunté al rey de que era eso, él solo me respondió que eran pingüinos. Son bonitos y gorditos, no lo crees.
Deror se limitó a hablar. Antes de que se oscureciera por completo. Encontraron una cueva, un poco pequeña para ellos, pero servía para que pasaran la noche ahí. Cenaron unas galletas que Furatt tenía guardadas.
Al día siguiente, al salir de la cueva, sintieron que alguien los estaba vigilando. Habían comenzado a caminar por unas pequeñas colinas. Deror vigilaba todo a su alrededor, tenía un mal presentimiento. Sus armas las tenían a la mano, aunque no les serviría de mucho, minutos después habían sido emboscados por unos diez hombres. Estaban rodeados.
—No me hagas hacerlo Deror —dijo un Hombre alto y corpulento. Tenía las ropas sucias y rasgadas, su bufanda negra le cubría la broca y la nariz, así como una capucha negra—. Solo ríndete.
Deror volteo para verlo, miro unos ojos azules de furia. Recordó lo que había sentido hace ya más de veinte años. Reflejaba miedo y desolación, comenzó a temer por su vida. Furatt lo veía desconcertada, ella quería atacar, pero ver a Deror en ese estado, comenzó a dudar de ella misma.
Deror soltó su arma mirando al Hombre que le dijo que se rindiera. Tenía que agachar la cabeza, pero no tanto. Furatt hizo lo mismo que su comandante, su líder. El Hombre se acercó a ellos tomando las armas para después dárselas a uno de sus soldados. Volteo a ver de nuevo a Deror y le dio un par de palmadas en el estómago.
—Tranquilo, grandullón, no te haremos nada malo —dijo el Hombre sarcásticamente—. No tengas miedo que eso me provoca náuseas, y más si lo veo de ti. Tú no eras así Deror, has cambiado mucho estos últimos años, me sorprende eso…
—Noto que no solo yo he cambiado, todos ustedes no han hecho —dijo Deror con la misma frialdad de siempre—. Aunque ciertamente no recuerdo cómo eran antes, pero eso no importa ahora. Importa más saber cómo ustedes están aquí en este lugar tan desierto y frio. También me importa saber cómo supieron que estábamos en esta cueva.
—Bla, bla, bla, me importa un carajo lo que quieres saber o no —dijo el Hombre con brusquedad—. Solo cierra la boca, sé un buen Gigante y no nos des problemas. Vámonos, ya mero será la hora del desayuno.
Mientras tanto, Haise comenzaba a despertar. El ruido a su alrededor era insoportable, miro a su alrededor, no sabía lo que estaba pasando. Se levantó buscando a alguien que conociera, pero fue en vano. Se encontraba en una gran bodega, estaba en un segundo piso. A lo lejos, diviso a un grupo de personas, estaban dentro de una sala, solo los veía gracias a una gran ventana, no alcanzaba a distinguir cuantas eran ni si estaban sentadas o no.
Estaba un poco desconcertado, recorrió la bodega y bajo al primer piso. Mientras caminaba hacia el pequeño grupo de personas, noto que había muchos cuartos grandes. En ellos había muchas personas trabajando, Haise no sabía que era lo que hacían.
Hasta que por fin llego con el grupo de personas, que, claramente, estaban sentadas. Él pensó que estaban leyendo pergaminos como el Celestil, pero no era así. Lo que veía era lo mismo que vio cuando estaba en Cyler con los Gigantes, una tecnología muy avanzada.
—Haise, por fin despiertas —dijo el rey Jaeck—. Al parecer no resistes pasar por los portales y eso me hizo confirmar lo que tenía especulado.
—¿Qué tenías especulado?
—Que eres débil —dijo el rey—. No creí que en verdad lo fueras, eres igual a tus amigos los Gigantes. Hablando de ellos, pronto vendrán aquí, puedes ir a verlos cuando lleguen. Estarán encerrados en aquella celda que ves ahí. —el rey señalo una gran cerca al inicio de la bodega, desde donde estaban, se veía pequeña, pero era enorme—, o tal vez ya lo estén. No lo sé, si quieres ir a verlos, ve, sino, vete de aquí. No te quiero ver.