Pasaron dos días antes de que el teléfono de la casa de Valbert sonara nuevamente y esta vez con noticias más agradables.
Bernard sería dado de alta a la mañana siguiente, por lo cual esperaba que Valbert fuera a verlo por la tarde para atender el asunto que tenían pendiente.
Al día siguiente y tras dejar a Klaudia en la casa, Valbert volvió a subir a su auto y se dirigió velozmente a casa de su amigo.
Al llegar a aquella pequeña y pintoresca casa en los suburbios de la ciudad y acercarse a tocar la puerta, iba pensando en qué sería lo que Bernard le diría ese día. La curiosidad que le producía el tema era enorme y lo hacía sentir aterrado al mismo tiempo que interesado.
Angélica lo recibió en la entrada, la chica acompañó a Valbert hasta la enorme habitación que servía de biblioteca y donde Bernard se encontraba sentado leyendo nuevamente la novela de Novo Edén.
- ¿De nuevo leyendo Novo Edén, Bernard? –Dijo Valbert a forma de saludo.
Bernard sonrió y dejó el libro que tenía entre sus manos, se veía mucho mejor que como lo había visto en el hospital, aun cuando seguía luciendo sumamente agotado.
-Querido amigo ¿Qué puedo decir si no que me encanta este libro? Y ¿Quieres saber por qué? Es porque te da la esperanza de que el mundo entero se pueda cambiar para bien si cada uno hace su parte.
Valbert y Bernard se abrazaron tras escuchar la respuesta también a modo de saludo inicial.
Bernard le pidió a Angélica que bajara y que no los interrumpiera bajo ninguna circunstancia, la joven asintió y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
-Toma asiento y ponte cómodo Valbert, pues lo que voy a contarte es una historia que jamás he contado a nadie, una historia sobre los días en los que yo era el Banisher.
En silencio Valbert se acomodó en la silla frente a Bernard y se dispuso a escuchar a su antiguo maestro.
-Como bien sabes. –Empezó a hablar Bernard mientras caminaba un poco por la biblioteca. -Yo inicie a ser el desvanecedor siendo mucho mayor que tú y ahora te contaré como ocurrió todo.
-Adelante maestro, lo escucho con atención. -Dijo Valbert mostrando total respeto, pues comprendía que era un momento verdaderamente importante.
-A mis sesenta y cinco años de edad yo era un gran abogado y tenía prácticamente todo cuanto un hombre podría desear: dinero, prestigio, una hermosa familia, estabilidad, en fin. Pero un día, un trágico accidente me arrancó a mi familia que era lo que yo más amaba y tras ese incidente mi vida entera perdió sentido, ya nada me interesaba y estaba como muerto en vida, había perdido la esperanza y las ilusiones y con ello comenzó el camino que tú conoces para convertirme en desvanecedor. Fue ahí que conocí a mi maestro, quien también era ya un hombre maduro y que me vio con potencial para ser su sucesor, yo sin nada que perder ni nada por qué vivir, acepté volverme el nuevo desvanecedor y al final de un año reemplacé a aquel hombre. Al igual que tú, yo eliminé a muchos a lo largo de los años y siempre fui infalible… o casi infalible.
Bernard hizo una leve pausa y Valbert comprendió que se acercaba el meollo del asunto, el momento culmen de la historia y que lo que Bernard estaba a punto de decir era algo verdaderamente difícil de aceptar.
- ¿Recuerdas que te dije que ningún otro eliminador había estado en tu misma situación? -Continuó Bernard. -Pues eso no es del todo cierto. Yo al igual que tú, me enamoré de una de mis víctimas. Se trataba de la amante de un político y fue la esposa de éste quien me contrató para hacer desaparecer a la mujer con quien su esposo se acostaba. Para mí no era nada del otro mundo y me dispuse a acabar con la presencia de esa mujer, pero al igual que a ti te ocurrió, yo no pude olvidarme de Carlota Sainz, pero a diferencia tuya, yo no la tomé bajo mi cuidado, sí la seguí y estuve atento de cómo vivía después de que la eliminé y pude ver cómo se hundía más y más en la desesperación del olvido comunitario. Finalmente terminó trabajando como prostituta en un burdel de mala muerte. -Bernard volvió a hacer otra pausa antes de retomar la historia. -En ese momento tuve miedo, no sabía qué hacer y no creía tener el valor de ver cómo la mujer a quien yo amaba caía tan baja. Mi maestro había muerto poco después de que yo lo reemplacé, así que no tenía a quien acudir y lo que hice entonces fue huir. Me fui un año del país, intentando olvidar a Carlota, pero no pude hacerlo y una vez que estuve de vuelta quise buscarla, no sabía para qué, pero no pararía hasta dar con ella. -Los ojos de Bernard se llenaron de lágrimas y con dificultad continuó con el relato. -Ella murió algunos meses después de que yo me fuera y fue ahí cuando volví a sentir el vacío que había sentido al perder a mi familia, pero en esta ocasión había algo diferente, pues me enteré de que Carlota había tenido una hija antes de morir. Fue muy difícil encontrar a esa niña y me tomó varios años localizarla, pero al final la encontré en el orfanatorio de Santa María Goretti.