ISABEL
Llevábamos una hora recorriendo las calles aledañas al lugar de la carrera. Marcus iba contando el dinero. Le eché una mirada de: ¿En serio?¿Es necesario?
—¿Puedes por favor hacer algo más útil?— le pregunté.
—¿Qué quieres que haga?— rezongó aquel colorado.
—Quiero que llames a Tania...— bufé. Me agarró un semáforo en rojo.
Las calles de Northside por la madrugada eran muy tristes. Como era un pueblo perdido en el bosque, lo único de vida que se oían por las noches era el viento silbar de manera tenebrosa. Hasta que te acostumbras; Pero al principio, es realmente escalofriante.
Marcus, hizo lo que le pedí. Mientras hablaba, yo le iba diciendo lo que él debía preguntar. Parecía una conversación de locos...
—Pregúntale si está bien...— susurré.
—Pregunta si estás bien...— me copió, bufando. Por alguna razón ésta situación lo enojaba. Doblé en una esquina hacia la derecha. Se hizo un silencio.— Sí. Dice que está bien.
—Dile que dónde está...
—Dice qué...¡Está bien! No es necesario que grites, ya entendí que la oíste. Dice que está en la casa de Aurora.
—¡Por Jesucristo, Tania! ¿Dónde queda la casa de Aurora?— me exasperé.
—Dice que queda...— se rascó su cabellera hecha de fuego.
—¿Dónde? ¿Dónde?— mis dedos tamborileaban en el volante.
—Dice que queda en tu casa...— largó las palabras lentamente, un poco confundido.
—¿En la de mi madre, o la de mi padre?— dije, como si fuera totalmente normal que una extraña supiera dónde vivo.
—En la de tu padre.
—¿Cómo es que sabe que es mi casa?
—Pregunta que cómo sabes que es su casa...— la irritante voz de Tania se oía al otro lado del teléfono.— Dice que hay una foto tuya, con un señor que se parece mucho a ti.
—¡ES MENTIRA! Me parezco a mi madre.— grité.
—Deja tus daddy issues para luego, cariñito.— me contestó Marcus, tapando el micrófono. Le sonreí falsamente, y le saqué el dedo del medio.
—Púdrete.
—No, pues... si dice que el parecido con tu padre es terrible.— volvió a repetir. Bufé, y él se partió en risas.
—¿Cómo es que entonces Aurora vive allí?— pregunté al aire. Me pregunté a mi misma. Marcus, que ya había cortado la llamada telefónica, me veía nadar en un mar de dudas. Pero la ficha de cayó al instante. Aurora era la novia de mi padre. Mi corazón se partió en mil pedazos. Eso seguramente quería decirme en la cena.
No me di cuenta cuando mi pie aceleró con todo. El semáforo estaba en rojo.
—¡MIERDA, ISABEL! ¡MIERDA!— gritó Marcus, mientras sentía el impacto de otro auto chocarnos.
TANIA.
Mi madre llegó. Su cara de repente había envejecido lo que no había envejecido hasta ahora. Sus ojos oscuros estaban hinchados por llorar. En su tirante piel oscura se dejaban ver arrugas. El vestido que la recubría, estaba lleno de flores, también era amarillo. Y llevaba unos tacones de corcho. Mi padre no aparecía, y dado que mi madre no sabía manejar, la familia de Marcus la trajo hasta donde estábamos. La supuesta casa de Bel, cuyo padre tenía una novia que se llamaba Aurora. Que resultó ser la Aurora/contacto, que tenía Bel. El mundo es tan pequeño.
Me abrazó, como jamás me había abrazado en el mundo. Y su corazón se quebró tan profundamente, que comenzó a llorar desconsolada. Y a mi, me daba pena, porque aunque si estaba un poco asustada por lo que ella diría, la pasé muy bien. Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan viva. No luego de que en una reunión de la iglesia, un bonito muchacho me había dado un beso. Hecho que sucedió hace diez años.
Me preocupaba que Bel aún no haya llegado. Y bueno, lamentablemente Marcus, caía en esa bolsa. Mi madre me besó la frente, aunque era más enana que yo, siempre se las arreglaba para llegar, y me dijo:
—Nos vamos.
—Pero...— susurré.
—No hay más. Nos vamos. Lo que te hizo ese muchacho es una vergüenza.
Me tomó por el brazo, y comenzó a arrastrarme.
—Y, mira ése vestido. ¿Qué le dirás a tu prima que te lo dio con tanto amor?
—No tengo ganas de pensar en eso ahora, ma.
—¡Qué le diré!
—Por cierto... ¿Dónde está papá?
Pero no me respondió. La campana que la salvó fue gritar ¡TAXI! a toda voz. Era un pueblo chico, y sólo había un solo taxista. El señor Delgado; Un señor regordete con sus cachetes siempre colorados, y sus pelos engominados. Era realmente chistoso ver cómo manejaba con su auto todo roto. Él decía que era peor ir a pié. Y mi madre siempre respondía: así es. Yo le hubiera dicho que caminar era saludable, y que no le vendría mal. Pero romper ese diálogo cotidiano me partía el alma más que coartar mi libertad de expresión.
Agarramos un bache, en el cual nos sacudimos todos, y el auto hizo un ruido extraño. El señor Delgado, agarró por otra calle para llegar hacia mi casa. Maldita sea, tantos años sin decirle que no le vendría mal caminar un poco; Tantos años...
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un subidón de adrenalina. Mientras cruzábamos por la única avenida que existía en el pueblo, de reojo vi una mancha roja borrosa. Mi alma se preocupó tanto que no pude contenerme...
—¡DETENGA EL AUTO, SEÑOR DELGADO!— mi madre me regañó con la mirada. O al menos eso logré distinguir en la pura oscuridad del taxi.
—Si, señorita. Espéreme un segundo...
No terminó de frenar, que abrí la puerta que no tenía seguro, y comencé a correr sobre los pasos que había hecho el auto. Se me ocurrió otra frase: caminar resulta más seguro cuando su auto no cumple con los requisitos de seguridad del municipio. Pero era demasiado larga.
Me quedé pasmada cuando vi esa mancha roja en el medio de la noche. Las luces que iluminaban las calles, eran muy tenues. Mi mala visión no me dejaba distinguir nada. Solamente veía bien de día, o cuando había luz de sobra.