TANIA
Las tres nos habíamos sentado en una pequeña mesa redonda. El lugar era realmente acogedor. Nos atendió una chica, que tenía nuestra misma edad, y un bonito color de cabello. Un fogoso rojo. Nos explicó que trabajaba allí porque era el negocio de la familia. Yo quise decirle que trabajabamos en un caso, extraoficial de la policía. Pero las chicas me taparon la boca cuando quise hablar.
La comida era muy buena. No había casi nadie, ya era casi la hora de cerrar. Sólo nosotras, y una mesa donde un chico se sentaba solo. Luce no paraba de mirarlo. Como yo, no podía parar de mirar a la tierna mesera que nos había servido este manjar de los dioses. Y podría jurar, que Bel, no dejaba de pensar en Marcus.
Decidí romper el silencio.
—Bel...— hablé.— ¿Por qué estabas en el baño la noche en que nos conocimos?
—Oh...— esa pregunta la descolocó.— Encontré a mi novio y a mi amiga besándose. Ahora, ya no lo son. Claro. Digo, ni mi novio. Ni mi amiga.
—Y… ¿De qué hablaba tu madre cuando gritaba?— inquirió Luce, con su boca llena. Nunca pude entender como en un recipiente tan pequeño entraba tanta comida.
—Específicamente, ¿en qué momento?— se rió Bel desganada.
—Tu estabas en tu cama… Y ella decía que… Y luego ella dijo que...— Si, también era muy mala explicando.
—Eres tan específica, Luce.— comentó de manera sarcástica. No pude evitar reírme.— Intentaré responder. Mi madre y yo no somos las mejores amigas que digamos. Al menos, desde hace unos días. Ella, ella descubrió que corría carreras clandestinas con Marcus. Y se enfadó conmigo. Y decidió irse de viaje con su novio, las últimas dos semanas de vacaciones. El castigo fue dejarme con mi padre, que nos abandonó cuando yo tenía ocho años. Y volvió hace un mes, intentando tener una relación conmigo.
—Ese bastardo...— soltó Luce, con total impunidad. Yo le pegué por debajo de la mesa con mi pié. Me miró enojada.
—Pero, él… ¿Por qué se fue?— inquirí, mientras comía el borde de la pizza relleno de queso.
—Por mi madre. Ella se comportaba igual que yo ahora. Corría carreras clandestinas, y le robaba autos a la concesionaria de mi padre.
Ambas se miraron.
—En un principio era divertido. Digo, cuando se conocieron. Eran jóvenes. Pero, luego llegué yo y arruiné la existencia de todos.— suspiró.— ¿Y tú, Tania? ¿Qué hay de tu vida? ¿Es en serio que tu madre arregla citas para tí?
—Sí.— suspiré.— Pero en realidad me gustan las mujeres.— solté sin pensarlo. Tapé mi boca, sorprendida. Me ruboricé por completo. Luce y Bel se echaron a reír.
—Deberías decirle eso. Tal vez te haga una cita con la mesera.— comentó Luce. Y Bel no podía dejar de reírse.
—No se rían. Es un pecado para mí ser así.
—Y eso, ¿Dónde lo dice?— me preguntó Bel, mientras dejaba los bordes a un costado. Los bordes, que claramente, yo le robaba. E intentaba que Luce no me los robara a mí. Me quedé callada, pensativa.
—¿Y por qué Marcus?— preguntó Luce.— No le vayas a robar el novio a Bel.— bromeó. La cara de Isabel, se desfiguró por completo. Y comencé a reír a carcajadas.
—Basta ya de decir eso. Marcus no me gusta.— rezongó.— Además, ahora…
—Saldrá bien. Deja de torturarte.— le recordé.— Mi madre, no sólo elige mis citas, deben ser religiosas, y con el cabello rojo.
—Bien. Eso sí es una locura.— Luce habló entrecortado.
—Es una locura que aún no te hayas escabullido para hablar con el muchacho que no has dejado de mirar de aquella mesa.— Crucé mis brazos por encima de mi pecho. Superándome. Bel me hizo señas, para chocar los cinco.
—Me lo merecía.— se encogió de hombros.— Si Bel acepta confesar su amor eterno por Marcus. Y tú, Tania García, le das tú instagram a esa chica. Yo, me sentaré a hablarle.
—¿Es tan obvio?— suspiró Bel, rindiéndose.
—No se si de tu lado. Pero de él, es seguro.— hablé.— Sin embargo, no es justo. No es para nada justo. Lo de Bel es sencillo. Lo mío no.
—Te lo mereces, Nia.— me recordó Bel.— Tuviste una cita con el maldito DeSantis. Te mereces tener una buena cita.
ISABEL.
Las tres reímos. Hacíamos tanto ruido, que el padre de la muchacha, el cocinero, salió a ver que todo estuviera bien. Y divisó a su hija mientras observaba cómo Tania reía.
Vi como Nia se levantaba, y caminaba hacia lo que probablemente iba a ser su primera decepción, y su primer corazón roto. O tal vez, no. Tal vez, duraban para toda la vida.
—Y… cuéntame, Bel. ¿Por qué tus padres cambiaron de opinión acerca de tu libertad?
—Vé. Ahora.— señalé a aquel chico, que ya estaba mirando a la mesera para pedir la cuenta. Luce bufó, se colocó bien su campera, y cuando se levantó, se topó con un cuerpo desconocido.
Tambaleó para caerse. Pero aquel muchacho la tomó del brazo, y lo impidió. Se acomodó sus lentes. Era alto, con un cabello castaño, y ojos grises. Era un maldito nerd. Reí para mis adentros.
—Ho...Hola.— se acomodó nuevamente los lentes.
—¿Hola?— preguntó Lucinda, mientras se cruzaba de brazos. Él se alejó de inmediato. Como a más de un metro.
—Yo…
—Tú…
—Yo…
Carraspié, intentando que mi amiga tome la iniciativa. Y así lo hizo, porque escuché su dulce voz hablar.
—Me llamo Lucinda.
—Yo me llamo Trévor.
—Cool.
—Cool. Sí.
Se hizo un silencio incómodo, que pareció durar una eternidad. Mientras, saqué un boli de mi campera, y en una servilleta copié el número de teléfono de mi amiga. Me levanté. Ambos se seguían mirando, y sonriendo. Me acerqué a él, y le entregué el papel.
—Llámala. Sino, te cortaré las bolas.— le sonreí. Luego, me acerqué a mi amiga, y le di un empujoncito.
Ambos comenzaron a hablar, mientras reían. Salieron afuera.
Me acerqué a donde estaba Nia. Ambas muchachas charlaban, y también, se oían sus carcajadas.
Le dejé el dinero de nuestra cuenta, y la del muchacho en la mano a Nia. Y me fui, caminando, hacia el hospital. Esperando que Marcus esté despierto.