CAPÍTULO III
Abrí los ojos lentamente. La luz entraba por la ventana y me daba de lleno en la cara. Gimoteando, estiré mi brazo y cogí el móvil para ver la hora. Las ocho y media. Dejé el móvil en la mesita y hundí mi rostro en la almohada. Se estaba tan bien en la cama. De pronto me di cuenta realmente de la hora que era.
Mierda. Debía estar en la cafetería hacía más de media hora.
Me levanté a toda prisa y comencé a vestirme con lo primero que cogí. Me lavé los dientes, la cara e hice mis necesidades y salí de casa. Por suerte mi nuevo apartamento estaba más cerca de la cafetería que mi antigua casa.
Después de unos cinco minutos de carrera y esquivando a gente, llegué al local.
—Buenos días— dijeron al unísono Marien y Zack, este último sonriente.
—Siento llegar tarde— me metí en los vestuarios, dejé mi bolso y mi chaqueta y me puse el pequeño delantal negro que iba atado a la cintura.
—¿A alguien se le han pegado las sábanas? — se burló Zack nada más salir para atender a un hombre que acababa de llegar.
—Sí, lo siento— cogí el bloc de notas y un boli y le tomé la orden. Al volver a la barra para prepararle el café, Zack volvió a incordiar.
—Pensé que se te había aparecido un demonio y te había arrebatado el alma, como en la película de anoche— le miré con una ceja alzada y éste no perdía la sonrisa. Involuntariamente, las comisuras de mis labios se elevaron ligeramente, pero suficiente para que Zack se percatara de ello y su sonrisa se ensanchara.
—Pues para tu información, gracias a la estúpida película de anoche, esta mañana a las cinco me pareció ver a un hombre en mi salón. El susto más grande de mi vida— una carcajada brotó de su garganta y resonó por todo el local.
—¿De verdad? ¿Cómo era? Quizá era el demonio que venía a por ti— le pegué en el hombro y volvió a reírse.
—No te rías. Estaba medio dormida pero aun así casi me da un infarto— le llevé el café al señor y después de que me agradeciera, volví con Zack.
—Entonces pudiste dormir bien. Por un momento pensé que te habrías dormido a las cinco— entrecerré los ojos en su dirección.
—No, idiota. Pero después de esa alucinación, me costó dormirme cerca de una hora. Y no entiendo porque no me sonó la alarma— saqué mi móvil del bolsillo del pantalón y comprobé si estaba puesta. Lo estaba—. Está puesta— me encogí de hombros y volví a guardar el móvil.
—Quizá no la escuchaste. No le des más vueltas— se encogió y se apoyó en la barra. No había mucha gente en la cafetería y todos estaban atendidos. No podíamos hacer nada que no fuera esperar a que llegaran más clientes o pidieran la cuenta.
—La alarma suena varias veces si no la escucho a la primera. Me habría despertado tarde o temprano— suspiré y me preparé un café. Con las prisas no pude desayunar tranquilamente.
—La habrás apagado y no te acordarás— intervino Marien acercándose a nosotros y asentí. Seguramente sería eso. Llevé el café a mi boca y cerré los ojos. Sabía a gloria.
La mañana pasó con tranquilidad, sin mucho ajetreo, pero cuando la hora de la comida llegó, los clientes comenzaron a llegar y pedir sus comidas. Como siempre, el local se llenó y no dábamos abasto.
—Aquí tiene— le dejé un plato de ensalada a una mujer y ella me agradeció. Soltando un suspiro, volví a la barra. Ya estaban todos los clientes atendidos.
Poco a poco, los clientes iban abandonando el local a medida que acababan de comer. Mi turno estaba a punto de acabar, pero me quedaría un poco más. Tenía cosas que hacer, pero me daba tanta pereza empezar a desempaquetar todas mis cosas que prefería hacer horas extras.
—Ya he acabado por hoy, Kate— me anunció Marien poniéndose la chaqueta.
—Está bien. Nos vemos mañana. Tienes turno de mañana, ¿verdad? — ella asintió.
—Sí, el jueves lo tengo de tarde. ¿Te vas a quedar toda la tarde?
—No creo. Tengo que desempaquetar todas mis cosas y hacer de mi nuevo piso un lugar sin cajas por doquier— ambas nos reímos.
—Si necesitas ayuda, llámame. No tengo nada que hacer esta noche— lo pensé por un momento, pero negué.
—No creo que lo soportes, Marien. Zack también se ofreció y ayer estuvo a punto de irse y dejarme a mí con media mudanza— se rio a carcajadas haciendo que algunas personas se voltearan para vernos.
—Zack no te dejaría tirada y lo sabes. Te quiere demasiado— asentí. Tenía razón—. Y no lo digo en el sentido que tú crees— alcé una ceja.
—¿A dónde quieres llegar, Marien? — me crucé de brazos y ella se encogió de hombros.