Detrás de la máscara

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIII

—Katherine Sanders. Ya puede pasar a la consulta del doctor Wellington— asentí y entré con paso firme, aunque sentía que me temblaban las piernas. Jamás había visto a ese hombre en persona y sinceramente ya no sabía si era buena idea tratar con él de este tema. Quizá debería haber dicho que era la hermana gemela de Cassandra, por si Edgar no sabía de mi existencia y hubiera malentendidos. Pero ya era tarde para pensar eso, sobre todo porque ya estaba cerrando la puerta de su consulta. Él estaba enfrascado en su libreta, tomando apuntes, supuse, de su anterior paciente.

—Buenas tardes— saludé intentando que mi voz no sonara temblorosa y creo que lo conseguí. Alzó su cabeza y pude ver una cierta sorpresa en su rostro antes de sonreír cálidamente.

—Buenas tardes, Kate. ¿Te puedo llamar así? — asentí un poco descolocada ante su poco interés por mi parecido con mi hermana—. Por favor, siéntate y ponte cómoda— me señaló un diván que estaba a su lado y me acerqué un poco nerviosa. No. Muy nerviosa. Edgar era tal cual me lo había descrito mi hermana. Alto, rubio, con cierto atractivo y con una sonrisa que hace que confíes rápidamente en él. Supongo que eso es una gran ventaja en su trabajo—. Soy Edgar Wellington, supongo que ya lo sabes— volví a asentir y le estreché la mano antes de tumbarme en el diván—. Eres igual que ella— le oí murmurar y sonreí levemente. Sabía que no podía ser tan indiferente en ese aspecto.

—Lo sé— me mordí el labio sin saber que más decir.

—Bueno, Kate— soltó un suspiró y después de acomodarse en el asiento me miró—. Cuéntame. ¿Qué te ocurre? — su mirada azulada penetró en mí y me estremeció.

—No sé cómo contar esto— moví mis manos inquietas sin saber cómo empezar a explicarle lo que me pasaba, sobre todo sabiendo que ya sabía la historia contada por mi hermana—. Tengo pesadillas— solté de golpe y él asintió sin ninguna expresión en su rostro y se dispuso a escribir en el cuaderno—. Las mismas que Cass— el bolígrafo se detuvo y él levantó la cabeza con cierto asombro en su mirada.

—¿Cómo dices? — cogí aire y lo expulsé. No me apetecía nada comenzar a relatar todas las pesadillas, pero sabía que debía hacerlo. Además, era un consuelo saber que Edgar era un completo desconocido para mí y eso me hacía más fácil contar esas cosas.

—Tengo las mismas pesadillas que mi hermana antes de que se suicidara— repetí concretando un poco más, aunque estaba convencida de que Edgar ya sabía a lo que me refería. Edgar se removió un poco en el asiento y cambió su expresión.

—Cuéntamelo desde el principio. ¿Desde cuando tienes esas pesadillas? Algo debió desencadenarlas— adoptó una expresión mucho más profesional y me sentí más cómoda ante eso, aunque sabía que, en el fondo, Edgar estaba tan o más nervioso que yo por saber que me atormentaba, sobre todo si era lo mismo que le ocurría a mí hermana.

—Verás, hace una semana justamente me mudé de casa— él asintió escribiendo.

—Lo sé. Continua— exigió, pero no podía. ¿Había dicho que sabía que me había mudado o lo había entendido mal?

—¿Lo sabes? — asintió—. ¿Cómo que lo sabes? — comencé a sentirme incómoda y tensa a su lado. Ese hombre con cierto aspecto desgarbado no me daba buena espina y menos ahora.

—Te vi con un chico cuando estabas de mudanza. Vivo en el edificio de enfrente al que vives ahora. Cuando te vi por la ventana creí que eras Cass— sonrió con algo de tristeza—. Pero no. Después recordé que tenía una hermana gemela. Ella me hablaba de vez en cuando de ti. Por eso cuando has entrado en la consulta no he montado un número al ver tu parecido con Cassandra— parpadeé un par de veces confundida. Entonces Edgar vivía delante de mi casa. Genial.

Sinceramente, eso era lo último que esperaba que me dijera. Por un momento pensé que era un loco demente que se había obsesionado conmigo creyendo que era Cass. Después de esa explicación, me sentí más aliviada, aunque no mucho por el simple hecho de tener al acosador de mi hermana delante de mi apartamento.

—Vaya, no lo sabía— me acomodé de nuevo en diván soltando el aire que no sabía que estaba reteniendo.

—No te preocupes. Lo más seguro es que tu hermana hablara cosas horribles de mí— se mordió el labio negando con la cabeza—. Bueno, cuéntame. Estamos aquí para hablar de ti. Continúa, por favor. Te mudaste y…— me instó a seguir hablando y carraspeé para poder hablarle sobre las primeras noches que pasé en mi nueva casa.

Edgar me escuchaba con atención y yo relataba sin parar, cosa que me sorprendió. No sabía que necesitaba hablar sobre ello con tanto detalle. Al acabar me sentí otra. Me sentí muchísimo mejor conmigo, como si me hubiera quitado un peso de encima. Ni a Zack ni a Marien quería contarles cada uno de los detalles de esas horribles pesadillas por el simple hecho de que no quería preocuparles o llenarles la cabeza con mis problemas, pero con Edgar era distinto. Era su trabajo y no me había alegrado tanto de haber accedido a acudir a él.



#12526 en Thriller
#7182 en Misterio
#5126 en Suspenso

En el texto hay: amor, pesadillas

Editado: 17.04.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.