1
Camino en medio de la carretera, disfrutando del sonido que produce la lluvia al impactar contra el pavimento. Durante unos minutos consigo olvidarme del mundo y dejar la mente en blanco, evadiendo con éxito la frustración e ira que constantemente alteran mi cabeza. Pero esa gloriosa sensación de paz y tranquilidad se esfuman en cuanto uno de mis sentidos se concentra en lo que está sucediendo a mí alrededor, permitiéndome percibir la presencia de alguien más junto a mí.
Aunque sus pasos no se oigan, él está a mi lado, caminando en silencio. Aunque las gotas de agua pasen a través de su cuerpo, él está aquí, debajo de la lluvia. Aunque su corazón haya dejado de latir hace mucho tiempo, él continúa en mi mundo, en busca de regresar al suyo.
Recordar que él está a mi lado me produce frustración, porque me recuerda que nunca seré una persona normal. No sé si estoy demente o si soy alguien cuerdo con un don especial, pero definitivamente no soy una persona normal. Toda mi vida he estado acompañado por alguien que nadie más es capaz de percibir, alguien que desde que tengo uso de la memoria me ha torturado con desgarradoras suplicas para que lo ayude, para que lo ayude a descubrir su rostro oculto detrás de aquella tenebrosa máscara partida en cinco partes. Pero jamás me he atrevido a responder ninguna de sus plegarias... Hasta ese día.
Él aprovechó un momento de vulnerabilidad para pedirme una vez más que lo apoye, insistiendo después de haberlo ignorado. Insistió, insistió, e insistió, hasta que rompí en llanto y le prometí que lo ayudaría si se callaba; su voz me atormentaba, y solo conseguía desquiciarme cada vez un poco más. Él no volvió a hablar, y en ese momento mi locura se desató por completo, ya que había cumplido con su parte del trato, y era mi turno de cumplir con la mía.
Soy un loco, un demente, un maniático, un... Un...
—Soy un desquiciado —mascullo, dándole una patada a una roca, lanzándola a varios metros lejos de mí —. Mierda —maldigo al sentir los dedos de mis pies arder.
«—No lo eres —me contradice, con esa voz que en tantas pesadillas identifiqué.»
Un muerto está intentando convencerme de que no estoy loco. Qué irónico.
Lo ignoro, como lo hice desde que tengo uso de la memoria, y continúo con mi recorrido. Mientras camino, la escena de lo ocurrido hace media hora se repite en mi mente, una y otra vez, y me pregunto si mis compañeros pensarán que actué como cualquier persona en mi situación, o se percataron de que soy un maldito violento y desquiciado... Es complicado intentar averiguarlo, porque no recuerdo con exactitud lo que sucedió. Lo único que soy capaz de recordar es mi puño estrellándose contra la nariz de Gautier Stewart, un chico de nuestro curso cuyo pasatiempo favorito es molestarnos a mis amigos y a mí. Creo que le rompí la nariz, aunque no lo sé con certeza, porque me apresuré a escaparme del colegio... ¿Por qué me preocupo por eso? Se merecía más que una nariz rota.
De pronto, alejándome de mis pensamientos, siento que algo impacta sobre mí, consiguiendo que pierda el equilibro y caiga al suelo, y como el maldito universo conspira en mi contra, caigo encima de un charco de lodo.
—¡Aleksy! ¡Estás bien! —reconozco la alegre voz de Kilian.
Kilian es uno de mis escasos amigos, con quien me llevo demasiado bien por el parecido que tenemos. Sí bien él tiene las mejores notas de la clase, mientras a mí me regañan constantemente por encontrarme disperso, a ambos nos caracteriza una misma cualidad: la seriedad.
—¡Yo tenía razón! ¡Alek no se perdió en el bosque! ¡Enzo, me debes diez dólares! —grita Abner.
Abner, ¿quién sería yo sin Abner? Él es mi mejor amigo, mi complemento; tiene la felicidad que a mí me falta y las ganas de vivir que dudo tener algún día. Es la persona que más aprecio en todo el mundo, aunque jamás lo reconozco en voz alta, y dudo hacerlo algún día.
—Oh, cierra tu boca, Abner, tu voz es irritante —gruñe Enzo.
Y el malhumorado Enzo le pone fin a mi lista de amigos. No tengo un pensamiento claro sobre él, ya que su personalidad es muy cambiante; lo único que siempre está presente es su malhumor, así que es la palabra que utilizo para definirlo.
Con los parpados repletos de lodo, me reincorporo y tomo una bocanada de aire, para, luego de unos segundos, dejarla ir, y repito la acción varias veces, inhalando y exhalando. Siento que continuo en medio de un ataque de ira y no quiero acabar golpeando o insultando a mis amigos, por lo que intento tranquilizarme como Kilian me enseñó hace un tiempo.
Inhalo... Y exhalo.
Dirijo mi mano a mis ojos, quitando el lodo de ellos, y los abro. Lo primero que distingo es a mi casa delante de mí. ¿En qué momento llegué aquí? Estaba seguro de que me encontraba caminando en dirección contraria a ella. Definitivamente mi sentido de la orientación apesta, al igual que todo lo que se relaciona conmigo. Soy un perdedor.
Comienzo a caminar hacia mi hogar, y no tardo en oír los pasos de mis amigos detrás de mí.
—¡Eres una rata inmunda, Enzo! ¡Si tú hubieses ganado la apuesta yo te habría dado los diez dólares! —se queja Abner.
—Bien, te daré tus diez dólares cuando tú me pagues los cincuenta que me debes de la apuesta acerca de que Kilian comenzaría el año sin novia, la cual evidentemente gané, porque no veo a ninguna chica enojada cuando él se encierra durante horas en su habitación, jugando a ser un detective. Lo cual, de hecho, me parece ridículo.
Entramos a mi casa.
—¿Apostaron sobre mí? —se indigna Kilian —. Y, Enzo Gordon Kristiky, lo que hago no es ridículo; es un don.
Muerdo con fuerza mis labios, tratando de retener el grito de desesperación que amenaza con escapar de mi garganta al oírlos hablar en tonos tan elevados. Me siento tan aturdido que, por puro instinto, llevo mis manos a mis orejas, tratando de disminuir la intensidad de sus voces.
Editado: 22.04.2020