ISMAEL
Precisamente hoy que tengo que viajar al lado de la sombra durante muchas horas esta lloviendo como nunca. Mentiría si dijera que espere este momento durante todos estos años. Después de todo no esta mal que la ventana este cubierta de gruesas gotas de agua y que suene el rumor del frío, el viento y la lluvia allí afuera en donde se inundan las calles de un aguacero que parece ser eterno. Ojalas durará para siempre este clima y así no tendría que salir y me encerraria para siempre.
Es la última lluvia del mes de octubre estoy seguro porque siento que es mi último día en esta casa que aún conserva un poco de rigor y odio, sin embargo tratamos de esconder meticulosamente lo que es evidente. La verdad es que preferiría convertirme en un insecto para que nadie entrará aquí y me dejaran solo.
Aunque no quiera abandonar esta cama lo tengo que hacer. Esta estapa nos llega a todos el hombre de éxito. La mayoría a mi edad quieren ser independientes y abandonar el nido, pero yo no, quiero permanecer aquí acostada en mi lecho clausurado por el resto de mi existir. Quiero estar así invisible ante el ojo de los demás como un libro que no tiene nada interesante que decir y es desesperante a veces estar vacío y no tener nada.
Ayer Leonor lloriqueaba, pero sabía que eran lágrimas fingidas se conoce cuando una lágrima no es auténtica tu propio cuerpo te lo dice. Ella es mi madre, aunque no la siento como tal. Antes de dejar mi ropa lista en la maleta saco de una bolsa un sueter azul muy precioso que fabrico ella con sus manos un poco viejas. Hubiese llorado en frente de Leonor, sin embargo mi padre me había impuesto no llorar jamás en la vida porque era una regla natural de los verdaderos hombres. Mis deseos de llorar fueron reprimidos, era la primera vez que Leonor me regalaba algo propio de ella. Luego ella lloro y yo no pude evitar no sentirme enojado porque sabía que no eran lágrimas originales porque estaba mi hermana mayor y ella era más que suficiente para Leonor.
A mi hermana Marieta no le diriji la palabra. Yo supe que Marieta se encontraba en un estado de egolatría. Ella no pudo terminar la universidad porque salio embarazada y para mi padre era una vergüenza. Al final me dormí pensando en mi viaje y Marieta con su barriga enorme.
Bajó en silencio por las escalones. Ellos duermen y la casa está callada, la lluvia ha parado un poco. Mi pijama de rayas es cálida, antes de salir del cuarto me puse calcetines, pero el piso está muy helado como los días que han transcurridos. Abro la puerta de en frente de la casa, llego hasta el pórtico y me arrimo al pasamanos a contemplar el aguacero. "Hoy me tengo que ir" pienso y luego vuelvo a entrar a la casa con el afán de extinguirme para siempre ahí en medio de la sala.
Ellos no lo notan, pero los días se han vuelto tan monótonos. Lo único que a veces varía es el pitido del tren que se retrasa de su hora. Por la tarde mamá se va a un clud de lectura junto con Marieta y mi padre se reúne con sus amigos, eso solo sucede los jueves. Por mi parte me encierro en el cuarto y metido largas horas. Podría sonar muy raro, aunque cierto, odio que mi padre sea feliz y yo no.
El primer tren acaba de pasar, escucho como su pitido se pierde allá lejos con la lluvia mojando las aceras y los pasajeros apresurandose para no empaparse. Dentro de dos horas tendré que irme en el segundo tren, la estación está cerca de mi casa y por esa razón mi padre sigue durmiendo tranquilo sabe que tiene mucho tiempo. Sin embargo, yo no pude dormir pensando en el viaje al que estoy obligado a ir. No quiero marcharme y lo que es peor no quiero irme a la universidad a estudiar algo que no me gusta.
Tendré tiempo de sobra para hacerme un café y desayunar. Será que ellos piensen que no poseo una visión sobre lo que quiero hacer. Eligieron la carrera sin importarles lo que yo deseaba, lo único relevante era el recurso que tendrían que explotar y los beneficios que sacarían cuando trabajase.
La voz de mi padre abarca toda la sala cuando habla de sus días en el servicio de la guerra nacional pasada. Quiero que entienda que no soy como él, tal vez en las pecas nos parecemos un poco pero lo demá no. Me observa meticulosamente costurandome a su parecer. ¿Qué se sentiría llevarle la contraria a tus progenitores?
Reacciono de mis adentros para bajar el café que esta hirviendo. La cocina es pintoresca todo limpio desde el lavadero, los trastes, el piso de madera, la estufa reluciente y ese extraño estante de vajillas, muy caras y antiguas, que Leonor conserva como una colección intocable. Nunca deja que nos acerquemos a ese estante y creo que es el mueble más limpio de la cocina. Cierta vez dijo que era mágico y que es un mueble viejo porque esta maldito por el secreto de los dueños anteriores que vivieron en la casa. Lo cuenta de forma seria y yo contengo las ganas de reírme.
Parece que la lluvia no parara. Ha pasado media hora y yo siguo desayunando con mucho esfuerzo. Contemplo el estante de vajillas viejas y pienso en mi madre Leonor tan anticuada, sometida a todo lo que papá y Marieta le dicten se parece un poco a mi reservada, tímida y seria. A la vez tan diferentes porque ella no me conoce a mí y yo la conozco a ella. Leonor hubiese sido la madre perfecta si me amara a solo a mí.
Hay tanta tristeza en mí que podría llorar hasta llebsr esta cocina, pero no lo logro. Quisiera llorar, aunque mi padre me ha dicho siempre que los hombres no lloran. Intentaría otra cosa que no fuera llorar, sin embargo es desconocido para mí los pasillos del auto asesinato. Tocó la moneda que me regalo mi Tío Berne cuando cumplí doce años, el aún vivía en aquel tiempo. Siempre me calma acariciarla me hace pensar que el Tío continúa viviendo, quizás era la única persona que no me ignoraba.