Detrás de la puerta gris

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Trato de dormir como lo hacen ellos, no obstante mis pensamientos ruedan hasta el pasado de la persona que se suicidó aquí hace ya tantos años. Puedo decir que me siento en paz y con la suficiente valentía para declararle a mi padre que no puede moldearme. De alguna forma me ha servido encerrarme aquí. Me siento eufórico pensado que soy capaz de hacer lo que sea, incluso irme de casa y estudiar Astronomía como siempre lo desee. 

Arrecostado sobre la pared doy toques al piso de madera. Esta ahuecado y hay unas borrosas letras, al principio no le di importancia, pero luego me planteo la hipótesis de que quizás Nando este enterrado ahí debajo del piso de este cuarto. Mi intuición me dice que el cadáver del suicida descansa aquí. Empiezo a imaginar su cara y el cuerpecillo delgado que probablemente tenía. 

Imagino a Nando conviviendo en la casa que ahora me pertenece. Encerrado en el cuarto de la derecha, bajando las escaleras y observando el atardecer tras la única ventana que existe en el vestíbulo de nuestra casa. Acabe reemplazando el fantasma de él, tal vez nuestras vidas sean similares, sin embargo ahora no podría suicidarme sería cortar mis alas en vano porque mi familia todavía seguiría viviendo como si nada hubiese ocurrido. La resolución es enfrentarlos, mirar a los ojos a Leonor, Marieta y mi padre. 

Me pongo la pijama y apago la lámpara. Es inevitable no pensar en las formas en las que intente autodestruirme. Primero probé con las cuchillas que utiliza mi padre para quitárse la barba. El pavor que le tengo a la sangre es irracional y morir desangrado era muy tradicional y asqueroso. En mi segundo experimento el techo de la casa se volvió mi punto exacto para dejarme caer, lo intenté un día que me dejaron solo y descubrí que no era apropiado, pues no terminaría de morirme. La casa no era suficientemente alta para lanzarme. 

"El veneno es la mejor manera" me convencí, el tercer intento no fallaría. Mi papá tenía Arsénico en el almacén donde trabajaba. Hurte un bote y lo prepare todo a detalle para acabar con este teatro de una buena vez. 

El nerviosismo me invadía, en cambio mi euforia era descomunal deseaba verter el Arsénico en la bebida favorita de mi padre su limonada. 

Acepto con descaro mi psicopatía y que no tenga perdón por lo que quise hacer. Quizás merecía estar toda la mísera vida que me quedaba encerrado en aquel internado psiquiátrico, pero mi demencia la consideraba justificable. Ahora comprendo mi error, el culpable no fue mi papá ni Leonor ni mi hermana. Soy yo por dejarme sabotear mis propias decisiones y dejar que esta tristeza me penetratra hasta llevarme al extremo. 

La culpa es mía por no rebelarme y exponerle a mi padre que no quiero ir a estudiar esa profesión que el corazón  me pide otra cosa. Una carrera distinta y ajena a él. 

"Voy a ser mi propio peso y no el de mi familia" fue lo último que me dije antes de quedarme dormido en el frío escondite. 

Tuve un sueño. Tomaba el tren que me llevava directo a casa del tío Berne. Lo visitaba los fin de semana cuando todavía  respiraba.  

Me monte en el penúltimo asiento, tranquilo y seguro de que mi destino sería mejor volando solo y sin darle explicaciones a nadie. Llegué a mi destino y me recibió la mujer de tío Berne y me fui a vivir con ella, mientras trabajaba y estudiaba. Después se vino una gran tormenta y aterrize en el sofá de la sala de mi casa, al tiempo que mi papá me decía: 

"Ya es hora de irnos" 




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