Detrás de una Sonrisa.

23

Elizabeth.

Caminar por el parque siempre me ha parecido una manera de distraerme. Ver todos aquellos árboles de los cuales caían pequeñas gotas de agua debido a la lluvia de anoche era lindo.

La noche anterior, llegué a casa después del baile de graduación. Y aunque había sido todo lo contrario a lo que esperaba, confesarle de esa manera tan abrupta a Cameron de mi gusto por el había sido precipitado. Aunque debo admitir que me gusto saber que el sentimiento era recíproco.

Después, en casa mamá discutía con Mitchell. No estuve muy segura que lo causó, pero era sobre mi. Según lo que me dijo Mitch después de la charla pasivo-agresiva que tuvo con mi madre: ella le había pedido que avisara a Alex del dichoso evento para que pudiéramos reunirnos como familia, Mitchell por su puesto no lo hizo pero no descartó la idea que pudiera enterarse por otro lado y por eso le pidió el favor a su amigo de la guardia nacional.

Claro que, l llegar a casa mi madre llamó a su hermano y le preguntó el porqué de su ausencia, y allí se enteró de que no había sido informado.

Pero yo creo otra cosa.

Sé con exactitud que él lo sabía, él lo sabe todo. Siempre.

Y me preocupa más el hecho de que este tramando algo.

No podía estar tan tranquilo. Eso no era propio de él.

Así que debía cuidarme en todo momento. No sabía con exactitud de lo que sería capaz.

Caminé hasta que entre a una pequeña tienda a comprar una botella de agua. Tenía sed, así que fui directo al refrigerador y tomé una que no estuviera demasiado fría. Cuando me acerque al vendedor a pagarle, había una señora delante de mi. Llevaba bastante mandando y parecía discutir con el dueño.

Sin querer alcance a escuchar parte de la discusión. La señora le suplicaba que le fiara lo que llevaba para poder comer, él señor detrás del mostrado se negaba.

—No puedo hacer nada por usted, señora—le interrumpió el señor en una de sus súplicas—. Ya me debe demaciado, y hasta que no me paguen considerare el volverle a dar crédito.

—Por favor, Don Clemente, le juro que en cuanto tenga le pagaré, con interéses si así lo quiere. Pero por lo que más quiera, ayúdeme. Le firmó un pagaré para asegurarle que le voy a pagar.

—Ya le dije que no, señora—siguió negando—, le voy a pedir amablemente que se retire, esta deteniendo la fila.

Eche un vistazo tras de mi, era cierto que ya habían algunas personas formadas esperando su turno. Algunos incluso ya estaban molestos.

—Por favor, se lo suplico. Tengo una gran deuda con el banco y he quedado en bancarrota. Con lo que ganó apenas y puedo dar los pagos para que no me saquen de mi casa, mi hijo ya está viendo la manera de conseguir lo que le debemos y...

—¿Sería solo el agua, jovencita?—Don Clemente ignoro las suplicas de la señora, acción que me llenó de impotencia.

La señora agacho la cabeza, resignada.

—¿Cuanto es el total de lo que lleva la señora...?

Ella levantó el rostro, iluminado de lo que pude deducir como esperanza. El señor Don Clemente no pareció muy contento.

Al parecer iba a refutar pero al verme a lo ojos, exhalar, y después ver a la señora hizo la cuenta. Me dio el total, y pagué junto con mi botella de agua. Le ayude a guardar todo en las bolsas, porque en verdad era demasiado. Las personas detrás de mi fueron atendidas, y una vez el lugar quedó vacío ella no me dio las gracias.

—¿Cuanto es el total de la cuenta de... ella?

La señora, que estaba por irse regreso de inmediato.

—No, señorita. No es necesario que pague eso también.

—Concuerdo con ella—dijo don Clemente.

Le di una mirada que le dejaba saber muy en claro que esto no era de su incumbencia.

—Lo haré porque usted lo necesita—le dije a la señora tratando de reconfortarla—. Además, prefiero usar este dinero en esto, que en otra cosa que no sea útil.

Eso último salió como un trago amargo.

—No, como cree usted. Es suficiente con lo que ya ha hecho por mi.

Don Clemente pareció que iba a objetar algo a favor de ella, pero se callo cuando lo lo mire fijamente.

—Dejem hacerlo, por usted y por su hijo.

Al mencionarlo le había hecho saber que escuche su conversación. Y claro, lo del banco también. Esta vez no puso objeciones, y le volví a pedir el total a Don Clemente, quién me lo dio sin opinar. Su cuenta era bastante larga, pero sin importar que cantidad era, pagué lo que ella debía. Incluso le di los intereses que le había prometido hace un momento atrás. Ahí si no puso pretextos.

La señora y yo salimos del establecimiento.

—Nunca olvidare esto que ha hecho por nosotros, señorita—musito limpiandose un lagrima que caía por su mejilla—. Le juro que le pagaré hasta el último centavo.

—No es necesario. Se lo que se siente no tener absolutamente nada para comer, así que no me debe nada. Tómese esto como un regalo de parte mía.

—Es usted un ángel, señorita...

—Elizabeth, me llamo Elizabeth.

—Muchas gracias, Elizabeth.

—No tiene nada que agradecer.

Se quedo un momento en silencio, como si dudará en preguntar algo. Y el gesto me pareció tan familiar. De hecho, sus facciones del rostro también me resultan familiares. Pero no pude hayar nada en mi mente.

—¿Usted es de por aquí?—preguntó finalmente—No te había visto antes.

—No, no soy de aquí. Vine a visitar a alguien. Ahora voy con mi padre.

—Su padre debe estar muy orgulloso de la hija tan bondadosa y linda que tiene.

—No es para mucho—le reste importancia, dudaba que mi padre estuviera orgulloso de mi realmente.

—Claro que sí, eres un ángel, no sabes cuanto te agradezco esto que has hecho hoy por mi.

—No fue nada.

—Dios te bendiga mucho y te multiplique lo que has hecho.

Sentí como mi rostro se enrojecia, al mismo tiempo que se me formaba una sonrisa, pero no era vergüenza o algo parecido. Era un sentimiento muy lindo ante las palabras de la señora.




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