Las alarmas resonaban en todo el planeta Atrix mientras bombas detonaban en diversos lugares. Desde cualquier punto del planeta, se podía ver cómo la destrucción se expandía.
La princesa Mistral, desesperada, corría junto a un pequeño escuadrón que, al igual que ella, intentaba rescatar a tantos ciudadanos como pudieran. El sistema de evacuación se dañó de repente y la voz que hace un momento decía "Alerta, todos los ciudadanos de Atrix diríjanse al palacio" de repente se apagó.
La princesa volteó a ver el palacio, solo para encontrarse con una enorme nave negra derrumbándolo. Quedó atónita por el ruido que causó la caída del palacio y solo veía con horror cómo unas criaturas negras salían de aquellas naves y empezaba la verdadera masacre. Su planeta se destruía frente a sus ojos, y no sabía qué era peor: ver morir a su gente o ver morir el planeta que la vio nacer.
Las criaturas negras, alargadas, se guiaban por los gritos y el olor a sangre ya que eran ciegas; sin embargo, su movilidad era increíble y así, comenzaron a comerse a la gente y el paisaje violeta de Atrix, de repente, se volvió rojo. El ejército de Atrix aún daba batalla; algunas naves intentaban desde el cielo hacer algo contra las criaturas negras, pero los ataques eran en vano, parecía que aquellos seres no podían ser afectados por nada y en su lugar solo morían más inocentes.
La alarma anunció de manera robótica y a duras penas, que quedaban 20 minutos para la autodestrucción y la princesa se estaba quedando sin tiempo, ni siquiera podría llenar la mitad de la nave de rescate. Corrió al palacio, pero uno de sus guardias la tomó del brazo.
—Princesa, el palacio está hecho escombros, es la cuna de los hostiles, no permitiré que vaya, es la única esperanza que nos queda —dijo el guardia, quitándose la máscara con la intención de hablar más y hacerla entrar en razón; sin embargo, ninguno de los dos pudo decir algo cuando una de aquellas criaturas cayó del cielo, justo detrás de la princesa. En seguida, sus guardias la protegieron.
Arion, el guardia que le había hablado, puso el brazo para proteger a la princesa del golpe que se le aproximaba, provocando que casi lo perdiera. Poco a poco, más criaturas se acercaron a ellos, acabando con la legión que antes la protegía.
—¡Corra! —le gritó el general a ella, y Mistral corrió al palacio.
Entró con sigilo a lo poco que quedaba de su hogar; las criaturas estaban demasiado ocupadas con la gente que ni siquiera la notaron. Así que, como pudo, buscó a su familia.
"Quizás ellos ya estaban en la nave", pensó.
Pero igual revisó los pocos lugares que seguían en pie y se sorprendió cuando vio solo a su hermano pequeño llorando en un rincón oscuro.
—¿Eldmis? —preguntó y se acercó de inmediato para tomar a su hermano de la mano y correr con él a la nave—. ¿Estás bien? —dijo agitada, y su hermano no respondía. Él no tenía la fuerza suficiente para hablar—. ¡Eldmis! Háblame, ¿estás bien? ¿Puedes caminar? ¿Dónde están papá y mamá? —insistió la princesa Mistral con el pánico tiñéndole la voz, pero su hermano seguía sin responder.
Con prisa, lo tomó de la mano y lo levantó, arrastrándolo para dirigirse a la nave. Rogó en su interior que sus padres se encontraran a salvo; sin embargo, una voz detrás de ellos los llamó.
—¡Mamá! —gritó Mistral corriendo a auxiliarla, y los tres empezaron a caminar como pudieron hasta donde se encontraba la nave. Cruzaron con dificultad varios escombros hasta llegar a una puerta bloqueada. Mistral tecleó en el aire un código y la puerta se abrió, dejando ver un cuarto enorme con una nave dentro. No era la nave nodriza, pero ya no había tiempo para buscar a los demás.
La reina soltó un grito, y tanto Mistral como Eldmis voltearon solo para ver a dos criaturas viniendo hacia ellos.
—Mamá, rápido —gritó Mistral con la intención de cerrar la puerta en cuanto su madre estuviera a salvo; pero cuando llegó y Mistral tecleó de nuevo el código para cerrar la puerta, esta se negó.
Lo intentó de nuevo, con prisa, maldiciendo en silencio el cacharro, pero la puerta volvió a negarse.
—Tenemos que cerrarla desde afuera, al parecer el sistema interno se dañó —dijo la reina.
Los príncipes ni siquiera pudieron reaccionar cuando la reina Eliara los empujó y se quedó fuera cerrando la puerta.
Mistral vio en cámara lenta cómo los hostiles llegaban a su mamá y la levantaban en el aire; a los pocos segundos, un charco de sangre escurrió.
Fue como si el tiempo se hubiera detenido, dejó de escuchar todo, los gritos, su hermano golpeando la puerta, las bombas...
Su respiración era fuerte, fue lo primero que volvió a escuchar, seguido de los gritos de su hermano, pero ella estaba en shock, mientras a su alrededor, los escombros del palacio caían amenazando con golpearlos.
—¡Mistral!
El grito la trajo a la realidad, su hermano la tenía de la mano, conduciéndola a la nave.
Eldmis sentó a su hermana en uno de los asientos y abrochó con prisa el cinturón. Tomó el asiento del piloto y comenzó a encender los botones del mando. Metió ambas manos en un círculo al frente y la nave se levantó mientras el techo se abría para dejarlos salir. Aún no volaba oficialmente en las naves. Las 30 veces que lo había hecho, solo fueron simulaciones, pero estaba confiado en que sería capaz por lo menos de alejarse una distancia considerable para que el colapso del planeta no los alcanzara.
Así fue, el príncipe sacó la nave tambaleándose un poco, fijó rumbo hasta que a lo lejos vio que alguien hacía señas.
—Mierda —dijo, sopesando en su mente las opciones que tenía, hasta que la respuesta fue obvia y Eldmis bajó a rescatar a quienes estaban ahí.
Para su sorpresa, se trataba del comandante Arion, que iba acompañado de una pequeña de no más de 8 años.
—¡Rápido, rápido! Todo se va a autodestruir en 5 minutos —dijo el comandante, tomando el lugar del copiloto y ayudando al príncipe a estabilizar la nave.
Los propulsores rugieron, y salieron de ahí.