Sentada en un cómodo sillón en la cabaña de su tío, Clara miró en derredor con cierto nerviosismo. El lugar se veía impecablemente limpio y ordenado, lo cual volvía a contradecir la imagen que ella se había formado de Eduardo. Su tío la había invitado a pasar con la intención de hablar con ella sobre algo. Clara no sentía deseos de charlar con él, pero siendo que esta era la primera vez que el tío Eduardo mostraba algún interés por el contacto con la familia, decidió consentirlo, más por compasión que por interés en lo que él tuviera para decirle.
—¿Cómo has estado?— le preguntó Eduardo, sentado en otro sillón frente a ella.
—Bien— se encogió de hombros ella.
—Bien— repitió él—. Excelente, me alegro de que esté funcionando— agregó satisfecho, mirando de reojo el anillo que ella llevaba puesto en su mano derecha, el anillo que él le había dado.
Se produjo un incómodo silencio. Clara lo miró a los ojos y percibió que él quería decirle algo importante, pero que no sabía cómo comenzar. Seguramente se trataba de un intento de poner sobre la mesa viejos odios acumulados, viejas ofensas. Clara decidió ayudarlo, dándole pie para que pudiera sacar a la luz lo que necesitaba:
—Mamá piensa que la odias, que la culpas por la muerte de papá— dijo despacio.
El rostro de Eduardo se tensó de repente.
—Está equivocada— dijo, un tanto envarado—. Yo no la odio, y sé perfectamente que ella no intervino en la muerte de Ademar.
—¿Intervenir? La muerte de papá fue un accidente— frunció el ceño Clara.
—Sí, esa fue la historia oficial, pero la verdad es otra.
—¿De qué estás hablando?
—Ademar fue asesinado en un ritual de sacrificio de sangre, pero tu madre es inocente. Ella no sabe nada del asunto. Él se encargó de que ella lo ignorara todo, por su bien y por el tuyo.
Clara se lo quedó mirando con la boca abierta. Comenzaba a pensar que a pesar de lo articulado y coherente que parecía su tío, en el fondo, era víctima de algún tipo de paranoia alucinatoria. Sabía que si negaba su aserción, si lo cuestionaba de alguna manera, eso solo haría que él se empeñara más en convencerla, sucumbiendo a su propio delirio, así que trató de cambiar de tema:
—Mamá estará aliviada de saber que no la odias— trató de sonreír.
Eduardo suspiró, descorazonado. No le gustaba tener que develarle a su sobrina la verdad sobre su identidad. Veía claramente que ella no estaba preparada, pero el tiempo se agotaba y tenía que advertirle, prevenirla… ¿Pero cómo podía hacer para que ella entendiera?
—No, no la odio— le aseguró él—. Aún en su ignorancia, cumplió con su promesa.
—¿Qué promesa?
—Esta invitación a la cena navideña familiar no es casual. Esta es la navidad de tu decimosexto año de vida.
—¿Papá le hizo prometer que te contactaría para esta fecha?— inquirió Clara.
—Sí. Le hizo prometer que no me presionaría para que yo tuviera una relación familiar normal con ustedes, excepto en esta navidad.
—¿Por qué? ¿Qué tiene de importante esta navidad?
—Clara…— tragó saliva él, temeroso de que ella rechazara su revelación—. La navidad es un día especial…— comenzó, sin atreverse a anunciar con claridad lo que debía decirle.
Al ver que él no se explayaba, Clara trató de ayudarlo:
—Sí, por supuesto, es especial. Se celebra el nacimiento de Jesús que viene a salvar al mundo, es un día en el que se nos exhorta a vivir en paz y armonía, en unión…
—No. ¡Mira a tu alrededor, Clara! ¿Es posible que no te des cuenta?— la cortó Eduardo, tratando de controlar su exasperación—.Tal vez Ademar cometió un error al no prever tu educación en estas cosas— suspiró—, y ahora estás desprotegida, expuesta.
Oh, no, pensó Clara, el delirio otra vez. Mientras trataba de pensar en algún tema que no llevara a su tío inevitablemente a la paranoia, Eduardo continuó:
—Intentaré explicártelo— dijo—, por favor ten la paciencia de escucharme. Es muy importante que lo entiendas. Tu vida depende de ello.
—De acuerdo— aceptó Clara con un suspiro de resignación.