Día de Poder

PARTE 6

—Como ya te dije, Ademar era muy astuto y había concebido un plan secreto para despertar el poder oculto de otros— habló Eduardo—. Cuando entendió que debía morir, encontró una forma de que su proyecto continuara después de su muerte: te inició a ti.

—¿Qué?— frunció el ceño ella, descreída.

—Tú tienes su poder, Clara, por genética y por iniciación.

—Tío, lamento informarte que yo soy una persona común y corriente, y no tengo ningún poder. Todo esto está en tu imaginación— trató de convencerlo Clara.

—No es así, Clara. El poder que tienes es incluso más grande que el de tu padre y puedo probártelo.

—¿Probármelo? ¿Cómo?

—Quítate el anillo— le indicó él.

—¿Qué?

—Quítate el anillo— repitió, animándola con un gesto afirmativo de su cabeza.

Clara lo miró con desconfianza a través de sus entrecerrados ojos recelosos, pero después pensó que tal vez este era el acto que convencería a su tío de que todo su relato era un delirio. Cuando se quitara el anillo y nada sucediera, podría finalmente sacarlo de su fantasía. Con una mirada desafiante y anticipatoriamente triunfal, Clara tomó el anillo con su mano izquierda y lo tiró de su dedo.

La habitación que la rodeaba cambió de repente, transformándose en patrones geométricos extraños, colores danzantes y energías ocultas reveladas.

—¿Qué…?— atinó a decir Clara.

Pero eso fue todo lo que alcanzó a articular. Ante ella, las imágenes comenzaron a expandirse y a mezclarse. Con una sacudida que agitó todo su cuerpo, las paredes de la habitación parecieron explotar y desaparecer. Sintió que las barreras del espacio que la rodeaba se dilataban y se desvanecían, sumergiéndola en una percepción de la realidad como parte de sí misma, abarcativa de un todo inexplicable, inimaginable. La sensación era eufórica y a la vez serena, inefable, poderosa. Y en ese estado de comunión infinita con todo el universo, comenzó a escuchar las voces.

Al principio fueron susurros ininteligibles, pero poco a poco, Clara comenzó a comprender el significado de algunas palabras aisladas. Había voces en distintos idiomas, pero ella parecía poder comprenderlas sin esfuerzo, sin impedimentos. Algunas voces tenían anclas físicas, pertenecían a personas vivas, pero otras, eran solo energía de personas muertas, que en realidad no estaban muertas sino que vivían en otro estado, en dimensiones yuxtapuestas que Clara podía percibir con cristalina naturalidad. Algunas voces clamaban suplicantes, otras exigían, enojadas, otras lloraban en abyecta desesperación. Y cuando las voces se dieron cuenta de que Clara las estaba escuchando, se hicieron más fuertes, más penetrantes e insistentes, compitiendo por su atención, por su ayuda. Las voces se volvieron gritos multiplicados, envolviéndola, aturdiéndola más allá de lo soportable. Clara cayó de rodillas al suelo, llevándose instintivamente las manos a los oídos. Su gesto no detuvo las voces, ni siquiera las aplacó.

Clara comenzó a temblar, hundida en un abismo de sufrimiento ajeno del que no sabía cómo escapar. Abrumada más allá de sus fuerzas, se revolcaba en el piso sin poder atinar a nada más. Entre la cacofonía infernal de pedidos, ruegos y gritos, una voz logró imponerse a las demás, una voz suave, serena, firme y determinada:

—Permite que Eduardo te ayude, es la única forma— dijo la voz.

Aún sin ver quién era, Clara supo que tenía una conexión especial con aquella voz.

—¿Papá?— inquirió Clara, con anhelo en la voz.

Ademar había muerto cuando ella era apenas una bebé, así que ella no tenía forma de recordarlo. Sin embargo, sentía que era él, sentía que lo conocía.

—Oh, mi querida Clara, te amo tanto, mi cielo— dijo la voz—, pero esta comunicación es demasiado peligrosa en este momento. Te prometo que hablaremos después. Solo hazle caso a tu tío, te lo ruego.

—Papá…— lo llamó Clara, pero la voz no respondió.

Clara sintió que la presencia de su padre se alejaba, se desvanecía, ahogada por las implacables voces que volvieron a atosigarla sin descanso. En medio del torbellino de angustia y dolor con que las voces trituraban su ser, percibió de forma lejana e irreal que alguien tomaba su mano derecha y deslizaba un anillo en el dedo mayor. Luego todo se volvió negro a su alrededor y las voces cesaron de repente.




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