Amón siempre acostumbraba a tomar su larga siesta en una mecedora que su dueña había colocado en el patio y que usaba cuando se cansaba de las cuatro paredes de su casa. Si había algo que tenían en común era que amaban respirar el aire fresco. Amón amaba el patio, le encantaba perseguir las moscas que paseaban cerca de las ventanas o que se paraban en las heces de su compañero Rocky, un labrador que con el tiempo había aprendido a querer.
Rocky llevaba más tiempo viviendo en esa casa cuando Amón llegó. Cuando tuvieron su primer encuentro la dueña casi se muere del susto: Rocky era un perro tranquilo que adoraba a los demás animales. Pero Amón, un gato recién llegado que no había convivido con otra especie era un poco difícil. Cuando Rocky acercó su hocico para oler a su nuevo compañero lo que recibió a cambio fue un zarpazo que le hizo soltar un chillido. Y como impulso de su naturaleza, se lanzó contra el peludo que lo había agredido, sin la intención de lastimarlo, simplemente quería intimidarlo y mostrar quién mandaba en ese hogar.
Estuvieron separados por un tiempo y solo tenían la oportunidad de olerse el uno al otro a través del pequeño espacio que quedaba entre la puerta de la habitación de Dana y el suelo.
Empezaba a desagradarle un poco la nueva visita a Rocky, pues él acostumbraba a dormir junto a su dueña en la cama, pero hubo un tiempo que no pudo entrar a la habitación que compartía con ella porque era el nuevo espacio de Amón y solo de él. Al menos por un tiempo.
Pasó un mes, y Dana decidió juntarlos a los dos por primera vez. Sostenía al gato con las manos cuando abrió la puerta de la habitación y se encontró con su primer hijo adoptivo sentado, observando con curiosidad.
Cuando ambos se olieron esa vez no hubo agresión.
Ni en la segunda.
Ni en la tercera.
Para la cuarta ya no fue necesario sostener a Amón. Dana se limitó a dejar la puerta abierta para que el gato saliera a explorar su nuevo hogar. Rocky siempre le dio sus espacio para no asustarlo.
Más pronto de lo que Dana pudo haber pensado, Rocky y Amón empezaron a convivir más. Amón amaba jugar con la cola de Rocky, pero cuando el perro lo hacía Amón lo ignoraba. Siempre tenía los ojos cerrados, como si no le interesara nada más en la vida que dormir.
La primera foto que tuvieron juntos fue digna de imprimir y enmarcar: ambos estaban en la cama de Dana, Rocky completamente estirado a lo largo y Amón utilizando el lomo de Rocky como almohada.
Ambos amaban pasar tiempo en el patio. Rocky perseguía las mariposas que en ocasiones llegaban a acercarse a las plantas de Dana, pero Amón siempre las reclamaba como suyas y se las comía. Tenían un mejor sabor que las moscas y eran más fáciles de cazar en comparación con esos insectos amarillos de franjas negras. Te picó una abeja había escuchado decir a Dana la vez que el lado derecho del hocico de Rocky estaba rojo e hinchado. Ella estaba muy preocupada. Tomó las llaves de ese monstruo llamado auto, los subió a ambos y fueron a visitar a esa persona que la última vez lo obligó a tragarse unas pastillas que Amón escupió en dos ocasiones. No sabían a atún, y estaban lejos de ser salmón. No entendía cómo Rocky se las tragó sin protestar. Eso corroboraba que los perros eran tontos y que los gatos debían dominar el mundo.
Cuando llegaron a casa, Amón se percató de lo incómodo que se sentía Rocky con ese collar que evitaba que se tocara el hocico. Pensó que no había mejor compañía que la de un ser tan maravilloso como el gato, así que ese día no se apartó de su lado hasta que no se quedó dormido en la cama de Dana.
Después Amón se levantó a jugar al arenero, pero cuando terminó regresó a su lugar junto a Rocky.
Los días siguieron avanzando, Rocky y Amón siguieron conviviendo y fortaleciendo su amistad, tanto que se buscaban el uno al otro cuando notaban su ausencia.
Tenía algunos días que Amón no veía a Rocky y se preguntaba por qué andaba tan desaparecido.
Cuando Amón se acomodó en la mecedora y se sumió en un sueño profundo sintió unas lamidas en la cara que lo hicieron despertarse, un poco molesto.
– ¡Hey, Amón! – escuchó su nombre y la voz tan familiar de Rocky –. ¡Hey, Amón, vamos a jugar! – Rocky tenía la lengua de fuera y sus ojos reflejaban la luz de los cálidos rayos del sol que Amón tanto amaba.
– ¡Hola, Rocky! ¡Cuánto tiempo sin verte! – Amón se levantó, se estiró y se sentó, enroscando su cola alrededor de su cuerpo –. ¿De nuevo tuviste que quedarte con ese humando sin corazón que lo único que hace es palparnos y darnos medicina?
– No es un humano sin corazón, ¡gracias a él me siento mucho mejor! Mira – Amón observó como Rocky agarró vuelo y corrió por todo el patio. Saltó para atrapar una mosca, pero fue más rápida que él. Regresó frente a la mecedora y colocó una pata cerca de Amón –. ¿Ves? Estoy como nuevo.
– Ya veo. La última vez que te vi correr no aguantaste mucho tiempo y te fatigaste muy rápido. ¡Que mala condición tienes!
– Me había sentido muy cansado, pero ahora tengo muchísima energía. ¡Quiero nuevamente salir a correr contigo y Dana! Como en los viejos tiempos.
– Ahora que estás de regreso puede que salgamos a pasear. Las caminatas sin ti no son lo mismo. Cuando un perro me ve a lo lejos y me ladra siento un poco de miedo. Cuando tú nos acompañabas se lo pensaban antes de ladrar, ¡nadie le ladra a Amón!