-No, eso no es aceptable -le dijo Iván, riendo, a Valeria cuando la vio usar un celular-. En los noventa no usábamos eso…
Valeria lo observó sin entender lo que le decía.
-Me olvidé de decirte, amor -le comentó Sebastián a la joven-. Es una reunión temática: debemos vivir como en los años noventa.
-¡No vale primo! -expresó Carla-, ya te había avisado…
-Yo también traje el mío, prima. Perdón, pensaba apagarlos y guardarlos acá hasta que nos vayamos… Entendeme, el viaje era largo y debía usar el gps.
-¡Esta bien!, pero ahora apáguenlos y hagan de cuenta que no los trajeron.
-Para ser más justos -comentó mi novia-, los teléfonos tendrían que estar fuera de esta casa, tal vez en la casa de Miguel.
-Buena idea -señaló Carla-. Los llevo yo y de paso habló con Miguel.
Mi amiga llevó los celulares apagados a la casa del casero y nosotros nos quedamos dentro de la cabaña escuchando unos casetes de AC-DC que había traído Sebastián. Iván sacó unas latas de cerveza de la heladera y les preguntó a los recién llegados si conocían la historia del lago soledad.
-¡El lago soledad! -expresó sorprendido el primo de mi amiga-, ¿conocen su historia?
-Sí -le dije-, algo nos contó Enrique, el hombre que hace las compras en el pueblo.
-Veo que ya conocían la leyenda -les dijo Luciana, mirándolos a ambos.
-Ella, no -señaló Sebastián a Valeria-. Yo recuerdo algo de la historia, uno de los que se suicidó en la orilla era amigo de mi padre.
-El tío de Carla -señalé.
-Sí -comentó Sebastián-, pero no el dueño de esta casa, el hermano. Mi padre. Ocurrió cuando eran adolescentes, el chico se llamaba Pedro; mi padre jamás entendió los motivos de su suicidio. Dice que era una persona alegre que no tenía problemas con nadie y hacía pocos días había comenzado una relación con una muchacha que le gustaba. Parecía que estaba más contento que nunca…
-¿Y no dejó una nota o algo que explique su decisión?
-Nada… De repente, una tarde apareció ahorcado con una soga atada a un árbol que está a orillas del lago.
-¿Y no sospecharon nada? -pregunté.
-Sí, pero los peritos comprobaron, más de una vez, que había sido un suicidio.
-¡Que triste, amor! -expresó Valeria abrazando a su novio- Nunca me contaste nada de eso.
-No. Fue una tragedia que vivió mi padre y que creía olvidada; ahora que la nombraron, volví a recordar sus detalles. Fue y sigue siendo todo una incógnita: una persona que se la ve feliz, con proyectos y cumpliendo sus sueños, una tarde se suicida.
-Cada cabeza es un mundo -comentó Iván-, ¿quién sabe cómo habrá sido su historia y qué pensó antes de tomar ese triste camino?
Di vuelta el casete, pues el lado A ya había terminado. A los pocos segundos llegó Carla sonriente y mostrándonos sus manos:
-¡Listo! -dijo mi amiga- Ya nadie tiene celulares ni ningún objeto relacionado con la época actual. Se los dejé a Miguel y logré sacarle una sonrisa. Me aseguró que él nunca tuvo uno, dice que jamás se llevó bien con la tecnología.
Continuamos hablando y escuchando AC-DC; ninguno, en ese momento, sospechó que esos celulares, tal vez, hubiesen evitado la masacre que aguardaba al acecho y en silencio.