Días de campo sangrientos

Capítulo 11

 

   Había que avisar urgente a la policía. Carla y yo fuimos adentro de la casa para llamar al 911 y comunicar la muerte de Valeria y avisar que nos encontrábamos en peligro; Iván y Luciana se quedaron acompañando a Sebastián, quien no dejaba de mirar al cadáver de su novia y llorar desconsoladamente.

   El terror continuó cuando Carla levantó el tubo del teléfono y comprobó que no andaba, la línea estaba cortada.

   -¡Tenemos que ir a la casa de Miguel! -le dije tomando un cuchillo de un cajón-, allí están los celulares de tu primo y Valeria.

   Carla entendió la situación (un loco asesino andaba dando vueltas) y también agarró un cuchillo. Les avisamos a los chicos y nos fuimos los dos caminando los cien metros hasta la pequeña casa del casero. Sólo se escuchaba el canto de los grillos; Con mi amiga observábamos para todos lados y estábamos preparados para usar las armas cortantes que teníamos.

   Llegamos y llamamos tres veces a Miguel. Parecía estar profundamente dormido. Carla abrió la puerta y comprobamos que no se encontraba, su cama estaba vacía.

   -¿Sabés dónde dejó los celulares? -le pregunté a mi amiga.

   -Sí, en esa caja -señaló un cofre negro.

   Lo abrió y estaba vacío.

   -¡No lo puedo creer! -expresó casi llorando.

   A simple vista, los teléfonos parecían no estar en aquel lugar. Comenzamos a revisar los dos pequeños muebles que tenía y tampoco los hallamos. Me sorprendí al ver una carpeta con fotos: todas pertenecían a soldados de la Alemania nazi.

   -¿Y esto? -le pregunté a mi amiga mostrándole las fotos.

   -Este tipo está loco, mirá -me señaló una pequeña bandera con la cruz esvástica.

   Seguí viendo la carpeta y también poseía recortes de revistas y diarios sobre noticias de nazis después de la segunda guerra mundial.

   -Tal vez fue él -dijo, tristemente.

   -¿Y por qué querría hacernos daño?

   Seguimos revisando y los celulares no estaban por ninguna parte, Miguel se los había llevado. Volvimos a la casa y, en la puerta de entrada, se encontraban los chicos esperándonos.

   -¡Voy a buscar al que lo hizo! -expresó Sebastián sosteniendo un machete.

   -¿Pudieron comunicarse? -preguntó Luciana.

   -No -le contesté-, Miguel despareció con los celulares.

   -¡Fue ese viejo hijo de puta! -gritó Sebastián- Se vengó de la perra… Debe pensar que la mataron ustedes.

   -Puede ser -dijo Carla-. Además, le encontramos fotos y banderas nazis…

   -¡Que hijo de puta! -expresó Iván- El viejo está loco.

   -Ahora entiendo el nombre de la perra -comentó Luciana-. Blondi se llamaba la perra de Hitler.

   Todas nuestras palabras y gritos fueron interrumpidos por un ruido de ramas y hojas. Los cinco nos sobresaltamos y miramos hacia unos arbustos, allí se veía una mano. Nos acercamos lentamente con los cuchillos y el machete.

   -¡Quién es! -gritó Sebastián.

   Cuando estuvimos más cerca, nos asombramos al ver un brazo arrancado. A seis metros se hallaba tirado sobre el pasto y rodeado de sangre, un hombre.

   -Es el hombre que los espiaba -señaló Sebastián.

   Nos acercamos a él, a un metro estaba su bastón, tenía cortes en su abdomen y cuello y, obviamente, le faltaba un brazo.

   -¿Quién fue? -le pregunté- ¿Quién te hizo esto?

   Me miró fijamente (expresaba horror) y tomó mi hombro; no podía contestar, estaba agonizando. Lo rodeamos intentando, inútilmente, poder ayudarlo y después de unos segundos cerró sus ojos y murió.

   -¡No puede ser! -gritó mi novia- ¡Esto es una pesadilla!

   -No toquen nada -dijo, Iván-. Miguel está dando vueltas y quiere matarnos a todos. No hay forma de comunicarnos con alguien que nos ayude y estamos lejos de todo. Tenemos que mantenernos juntos y estar atentos.

   -Mi moto -dijo Sebastián -un poco más tranquilo-. Puedo ir hasta el pueblo y pedir ayuda. Tienen que esperar, lo haré lo más rápido que pueda.

   Nos fuimos en grupo hasta la casa y nos desesperamos al ver la moto de Sebastián: se encontraba con sus dos ruedas pinchadas y le habían quitado todo el combustible.

   -¡Hijo de puta! -gritó el primo de mi amiga-, nos quiere matar a todos.

   -Entremos a la casa -les dije-, vamos a estar más seguros. Mantengámonos juntos. Cuando aclare, tendremos que ir caminando hasta el pueblo.

   Trabamos puertas y ventanas desde dentro y vigilamos, espiando entre las cortinas, que nadie ande por los alrededores. Miré hacia los árboles y escuché el canto del zorzal (estaba amaneciendo) que nos acompañó desde el primer día. Ahora, el escenario era distinto: nos encontrábamos sin comunicación y refugiándonos dentro de una casa porque alguien merodeaba por los alrededores y ya había matado a dos personas.

 



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En el texto hay: crimenes, vacaciones, misterio amistad

Editado: 25.11.2021

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