Días de campo sangrientos

Capítulo 15

 

   Cenamos mal y poco debido a la angustia de no saber qué estaría ocurriendo afuera. Creí que todos pensábamos parecido hasta que escuché a mi amigo Iván:

   -Es de noche, llueve, hay viento y Sebastián desapareció con el machete. No tengo nada contra él -dijo mirando a Carla-, pero no lo conocemos.

   -¿Qué estás insinuando? -preguntó Carla.

   -No te enojes, amor; pero, no conocemos a ese pibe, qué se yo…

   -¡Sos un imbécil!, ¡es mi primo!

   -Sí, pero no sabés nada de su vida; apareció en la casa y te asombraste por sus tatuajes, no conocías a la novia y no conocés sus actividades: trabajo, etc.

   -Confío en él. Es verdad, hace tiempo que no sé de su vida, pero nos criamos juntos. En la infancia éramos hermanos.

   -Cuando crecen, las personas pueden cambiar y tomar caminos equivocados.    

  Carla, enojada, se sentó en el sillón y se agarró la cabeza con sus dos manos.

   -Sí -comentó mi amiga-, una persona puede cambiar, yo de él no lo creo. ¿Pongo las manos en el fuego por mi primo?, no sé, pero lo siento  así. Se sabe que muchas personas que son queridas por unos, son asesinas de otros. Están en su derecho a desconfiar, no lo conocen. Yo creo en él, pienso que no sería capaz de hacer todo esto.

   -Te entendemos, Carla -dije-. Pero, lo que está pasando no es normal, es lógico que analicemos todas las alternativas. No sé si Sebastián organizó esto; sin embargo, hay que reconocer que es muy raro lo que sucedió cuando fue a buscar ayuda: los vecinos asesinados, sus celulares robados y el crimen de Miguel “sin querer”.

   -Sí -comentó, más calmado, Iván-. Yo no creí nada de lo que dijo. Y no me quiero enojar con vos, amor -habló mirando a Carla-; pero, entendeme y entendenos: no lo conocemos y su relato es muy irreal. Y ahora, desaparece. Eran sólo unos metros, debía dejar el machete y volver. Sólo eso.

   -¿Y si le pasó algo? -preguntó Luciana, indignada- ¡Y nosotros, ahora, estamos desconfiando de él.

   -Bien -dijo Iván-, ahora vamos a salir a buscarlo.  

   -Como acordamos -aclaró Carla-, una vez que pare esta tormenta, salimos.

   Limpiamos la mesa, lavamos los platos y nos sentamos en los sillones observando la tormenta por las ventanas; todos estábamos armados, éramos conscientes de que alguien (Sebastián o no) deseaba matarnos a todos. Después de sacar varias conclusiones, hubo un momento de silencio en el que sentí sueño. Apoyé mi cabeza en el hombro de mi novia y sentía que se me cerraban los ojos; parecía que iba a dormirme, pero recordaba al instante que un asesino se encontraba afuera y enseguida despertaba.

   El que volvió a hablar después de varios minutos de silencio, fue Iván:

   -¡Ya paró de llover!

   Mi mundo onírico se esfumó y me levanté, al igual que mis amigos, del sillón. Los cuatro nos encontrábamos con los cuchillos en nuestras manos, abrimos la puerta principal de la casa y salimos.

   -¿Cerraron bien todo? -preguntó Carla cuando ya estábamos afuera.

   -Sí -contestó Luciana-, todas las ventanas fueron trabadas.

   -Y la puerta trasera, también -agregué.

   Nos mantuvimos juntos y caminamos en fila hasta donde se encontraba el cadáver de Miguel. Mirábamos para todos lados y, de vez en cuando, alguno se resbalaba debido al barro intenso que nos provocaba dificultad para andar. El sonido de los grillos y ranas comenzó a ser intenso, las nubes se corrieron y permitieron que se vea una enorme luna llena que contemplaba nuestra búsqueda.

   Vimos el cuerpo de Miguel y no había rastro de Sebastián, ni siquiera una huella.

   -Si alguien lo agarró a mi primo -dijo Carla poniéndose al lado del muerto y mirando a la casa-, tiene que haberlo agredido en este trayecto. Debemos buscar por los alrededores.

   Tratamos de no alejarnos tanto y gritábamos su nombre: “¡Sebastián!”, no había respuestas, sólo nos respondían las melodías de insectos y animales nocturnos.

   -¡Acá está! -gritó Iván que se encontraba a dos metros de mí.

   Luciana me apretó fuerte la mano imaginando lo peor y Carla corrió hasta donde hablaba su novio; por el apuro tropezó y cayó de rodillas ante Sebastián. La imagen era tétrica: el primo de de mi amiga estaba sentado en el pasto con su espalda apoyada en un árbol, toda su remera estaba manchada con sangre y le faltaba el antebrazo derecho. La sangre perdida de su cuerpo se mezclaba con el barro y el agua. Sebastián agonizaba, pero seguía vivo.

   -¡Que te hicieron!- gritaba desconsolada Carla, aferrándose a los hombros de su primo.

   Los cuatro lo rodeamos y no sabíamos qué hacer para ayudarlo, su muerte era inminente. Iván se quitó la remera y se la envolvió en el brazo para que deje de perder sangre. Yo le sostuve la nuca y lo miré fijamente a los ojos.

   -¿Qué pasó?

   Me tomó la mano, movió su cara e intentó hablar; fue inútil, murió en segundos. Carla dio un grito desgarrador y Luciana comenzó a llorar. 



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En el texto hay: crimenes, vacaciones, misterio amistad

Editado: 25.11.2021

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