Luciana cerró la puerta del cuarto con llave y la trabó con una pequeña cajonera. Me besó en los labios y se acostó pidiendo que llegue rápido la mañana siguiente.
Antes de cerrar la cortina de la ventana de la pieza, observé la noche: las ramas de los árboles se movían levemente por efecto de un viento fuerte que comenzaba a aparecer. La lluvia ya había terminado y no parecía querer volver; la luna, ya se dejaba ver completamente y las nubes se habían esfumado. Me senté en la cama y mientras me quitaba las zapatillas que aún contenían barro, en un segundo, medité sobre todo lo que había sucedido y las imágenes de sangre poblaban mi mente. Me acosté y miré el techo intentando encontrar una explicación; pasados unos minutos, di vuelta la cara y noté que Luciana ya se había dormido.
Comencé a sentir cansancio y mis ojos se cerraron. En el sueño volví a ver al hombre encapuchado. Se hallaba entre los árboles observando la casa en medio de la noche silenciosa y oscura; la luna llena iluminaba parte de su rostro: dos ojos miraban a través de una máscara de tela que le cubría el rostro. El hombre comenzó a acercarse cada vez más a la casa hasta llegar al picaporte, intentó abrir pero no pudo; entonces, se fue hasta la puerta trasera, llevaba un machete. Cuando iba a romper los vidrios de la puerta, desperté.
Transpiraba y me dolía el cuerpo. Me incliné de la cama y me quedé sentado intentando recuperar la respiración normal; mi corazón seguía muy acelerado y mi brazo derecho temblaba levemente. Estuve unos minutos en esa posición hasta que logré tranquilizarme. Me levanté, me coloqué un short y observé el reloj: las tres de la mañana.
Bostecé, me peiné los pelos con la mano, me puse una remera, las ojotas y comencé a destrabar la puerta del cuarto para salir. En un instante miré a Luciana que continuaba descansando y me provocó ternura, era hermosa. Abrí la puerta y cuando iba a salir recordé que me olvidaba del cuchillo; lo agarré y, llevándolo en la mano, fui al comedor.
Todo estaba oscuro, iba a prender la luz y un grito me asustó. Carla se hallaba arrodillada al lado de la cocina con algo en sus manos. Prendí la luz y vi a mi amiga que sostenía un brazo humano.
-¡Es terrible! -me gritó con lágrimas en los ojos.
Vi el brazo y sentí tristeza al ver los tatuajes de grupos de rock que me había enseñado Sebastián; los trazos negros, blancos, celestes y rojos se mezclaban con la sangre seca que estaba impregnada en la piel.
-¿Cómo llegó acá? -le pregunté a Carla observando que la puerta se encontraba trabada por dentro.
Mi amiga abrió los ojos expresando terror y comenzamos a revisar las tres ventanas.
-¡Acá! -expresó señalando la ventana que se encontraba cerca del hogar-, está destrabada. Alguien pudo arrojar el brazo desde aquí.
Miré hacia la otra habitación y la cama estaba vacía.
-¿E Iván? -le pregunté a Carla.
-En el baño.
Con mi amiga nos quedamos observando por la ventana, todo era oscuridad y viento. El zorzal que vivía en una higuera, pese a que aún no había salido el sol, comenzó a cantar; luego, Carla envolvió en un pequeño nylon el brazo de su primo y me señaló que lo llevaría al lado del cadáver al amanecer.
Luciana se hizo presente y se horrorizó al ver el miembro amputado de Sebastián.
-¡Esto es una mierda! -expresó y se abrazó a mí.
Intenté calmarla y después de acariciar su cabeza me ofrecí para hacer té. Comprendí que ya nos quedaríamos despiertos hasta que llegue Ernesto con su camioneta, era imposible poder relajarse y dormir. Puse a calentar el agua y busqué las hierbas para realizar las infusiones: manzanilla y tilo. Mientras lavaba las tazas, mi amiga se disculpó con nosotros:
-Perdonen, chicos… Les prometí unos hermosos días de campo temáticos, riéndonos y jugando a vivir la década de los noventa, y todo esto es un infierno.
-No es tu culpa -le dije-. Nadie podía imaginarse que esto ocurriría.
-Obvio -agregó mi novia-, un psicópata nos arruinó los días; nadie puede predecir esas cosas.
-Pero -volvió a hablar Carla-, tendría que haber averiguado más sobre lo que sucedía en esta zona; yo venía cuando era pequeña y nunca ocurrió nada.
-Y tu tío, el casero y Ernesto -señaló Luciana-, nos dijeron que era un lugar tranquilo. Creo que nuestra llegada coincidió con la de un loco.
-Sí -afirmé-. Era imposible poder prevenir esto…
-Sin embargo -me interrumpió mi amiga-, no había necesidad de dejarle los celulares a mi tío, y esa fue mi idea; tendríamos que haberlos apagado y guardado en esta casa. Hubiésemos podido pedir ayuda. Tendría que haber pensado que podríamos necesitar comunicación.
-Ya está Carla -la calmé-. Además, hay un teléfono en la casa, pero fue inutilizado por el asesino que ronda por los alrededores.
Los tres observamos el teléfono y nos quedamos en silencio. Comencé a servir el té.
-¡Iván! -le grité a mi amigo mirando hacia la puerta del baño- ¿Té de manzanilla o tilo?