Alexia gozaba de dos grandes dilemas: el baile y quién sería su pareja. Y, eso no era todo; el año escolar concluiría en dos semanas y no faltaba expresar lo intranquila que estaba; más castigos que estrellitas la candidateaban a reprobar el curso. Algunos profesores eran vengativos, aun lo negaran.
—Vaya, Srta. Peacocke, ¿es cierto que tiene pensado asistir al baile a pesar de que este no se realizará? —La Sra. Snipes arqueó una de sus despobladas cejas.
—En primer lugar, usted retiró su decreto oral mediante una cláusula que suscribí accediendo a no ir siempre y cuando incite al «desorden público» —recalcó Alexia con su dedo índice en alto al igual que su nariz. Mucha de la terminología que empleó la emuló, sin noción, de una emisión televisiva de debates—, por lo cual, mi conducta es y ha sido intachable.
¡Recórcholis! Este era «el apoteósico altercado» con una abogada adolescente en sus diez años como directora.
—No esté tan orgullosa, Peacocke. Algunos sugieren que usted escribió en las paredes del baño de mujeres: «Snipes necesita un polvo con Víctor el portero» —adujo circunspecta. Alexia no lo hizo, mas cualquier excusa servía.
—¡Yo jamás dañaría las paredes de esta institución! —Sus puños golpearon el mueble de madera haciendo que Snipes brincase en su silla—. Y usted lo sabe.
—No te alteres, toma asiento. —Ladeó los labios y esa torsión era satánica, del anticristo.
—Soy inocente hasta que se demuestre lo contrario. —Se cruzó de brazos—. Deje de calumniarme.
—Te indultaré por los delitos cometidos, pero... —Constantemente había peros— ocuparé ese entusiasmo tuyo.
—La escucho.
Mientras tanto, Michael no fue a la clase de literatura. Se instaló en el patio trasero con su libreta y lápiz en mano para dibujar, y cuando garabatearía la hoja percibió que carecía de interés en ello y el entorno; y eso era en parte la depresión, ¿no?, carencia de interés.
—Gracias por hallar a Alexia.
—Ya me iba —rivalizó tratando de ponerse de pie; Brenda se lo impidió.
—¿Hace cuánto se conocen con Ale? —Se sentó al lado de él e inspeccionó esa inexpresividad; Michael no era feo, algo antipático, mas no feo.
—¿Crees que tienes derecho a interrogarme? —revirtió ecuánime, incluso le miró mal, pero Brenda era de lo más entrometida.
—Creo que eres impertinente y apuesto —tentó a su suerte.
—Creo que eres metiche y basta.
Ella se desternilló. Qué infantil era Michael.
—¡Guau, justo en el páncreas! —bromeó de humor.
—¿Qué se te ofrece? No comparto el oxígeno a un radio mínimo de cuatro a quince metros de chicas insoportables.
¿Ni con Alexia?
—Dialogar.
—En un diálogo intervienen dos o más, y aquí, la única que piensa «dialogar», eres tú.
—No eres muy sociable.
—No.
—¿Has tenido novia?
—No.
—Entonces, no te han besado aún... —murmuró para sí—. Arreglémoslo.
Michael intuyó qué osaba la pelirroja con ella avecinándosele.
—No te pedí arreglarme. —La apartó, reunió lo suyo y se fue. Brenda, boquiabierta, no objetó.
Paralelamente, Alexia salía de la oficina mayor. No estaba contenta, pues la propuesta de Snipes era buena, aunque no para ella.
—¿Estarás en la fiesta? —Dereck la abrazó por la espalda, sorprendiéndola. Después de aquel beso, no delimitaron qué eran; los amigovios eran tendencia contemporánea.
—De «encargada de disciplina».
—¿Un nuevo puesto?
—Una nueva forma de evitar que me divierta.
—Te divertirás conmigo. —Dereck la atrajo por los hombros y besó fugazmente.
¿Ellos?
Michael y su fatalidad. Su corazón crujió con lo que acontecía… otra vez, y aunque sus miradas armonizaron por milésimas, Alexia juraría haber oído esos crujidos cuando lo verde laceró su azul.
¿Por qué no le agrado?
—¿Se te antoja una hamburguesa? —Dereck solazó aquella futilidad que desconocía, ya que desconocía quién era Michael.
—Álgebra —declinó alejándose de ambos.
Ninguno.
La última clase del día era la más estresante para Alexia: matemáticas.
—Nos apremia resolver el ejercicio; el chisme para luego —sermoneó a Brenda que le había llenado el tablero con pelotitas de papel.
—Peacocke, deje de lanzar papelitos —recriminó el Sr. Nicholson cuando por accidente le impactó uno en la cabeza.
—Yo no...
—¿Se atreve a desafiarme? —obstaculizó mientras hundía más la expresión.
—Yo solo...
—A detención.