Aseamos el exterior cuando por dentro estamos pudriéndonos y dentro de poco eso hederá, desvelando una autenticidad hórrida.
—¿Por qué?
—Es el sacrificio por tu dignidad.
—¿Te sacrificarías… besándolo?
—Es un virgen, si destrozo ese corazoncito no se volverá contra ti —corroboró Brenda flemática—. ¿Este o este? —Señaló dos vestidos.
No puedes destrozar lo que ya fue destrozado.
—El salmón —apuntó—. Y no, no hay por qué ser sanguinarias con él —enfrentó Alexia.
—¿Y él sí contigo? —contrarió ingresando en el probador de la boutique con ambas alternativas.
Alexia se quedó dubitativa. Michael sí era bestialmente ruin con ella.
—No lo hagas y punto.
—Burda. —Se escucharon prendas caer y unos gemidos del otro lado del cubículo—. ¿Por qué las costuras son tan ceñidas? ¡Mierda! ¡No puedo con este zipper!
—A ver... —Alexia peleaba con aquella cremallera, que una capa fina de sudor se amontonó en su frente—. ¡Esto es trabajo para los espartanos!
—¡Oye! ¿Insinúas que estoy gorda y que requerimos un ejército de la Antigua Grecia para esta faena? —reclamó falsamente herida.
—Tracemos la línea entre gordita y curvilínea... —jaraneó.
—Al menos tengo más curvas que tú —contrarrestó agarrando sus pechos por encima del escote.
—Sí, eres un sensual costal de papas.
La calurosa tarde de aquel sábado se fue entre comentarios grotescos de una hacia la otra, y era así desde que Brenda se mudó a la casa de enfrente hacía un año, desde que llegó de Perth por el divorcio de sus padres. Honestamente, eran «mejores» amigas por proximidad, no por similitud; y porque nadie aguantaba el ritmo de Alexia a más de tres «reclusiones» por mes.
—¿No te compraste siquiera una falda?
—No.
—¿Cómo irás al baile? ¿Con un taparrabo a lo Tarzán? ¡Qué contraste con tu cita! —declamó su tía. ¿Realmente era para escandalizarse? A Alexia no le importaba.
—Para ser sincera, lo estaba considerando. —Viró los ojos—. ¿Cuál cita? Yo no...
—Hola, Ale.
—¿Me están…? ¡Qué coños! —berreó simulando estrellar su cabeza contra la pared.
—Jovencita, ese vocabulario... —censuró Roxy—. ¿Qué va a decir tu enamorado, hija?
—¿Enamorado? —Carcajeó—. ¿Quién putas dijo que «esto» es mi...? —Registró con repulsa a Brad.
—Ella tan delicada —adicionó el degradado a «esto» o «cosa».
—Les daré su espacio.
Roxy les guiñó antes de distanciarse prudentemente del living para espiarlos desde otro margen, la cocina.
—Mira, Peacocke. Tú no me agradas y yo no te agrado...
—Con más sentido.
—¡Déjame proponerte! —chilló.
—Prosigue. —Giró su muñeca junto con su mano.
—Katheleen me tiene en la «zona de amigos», y como no es un secreto que te odia..., finge ser mi novia. —La rubia casi regurgitó el raspado de hacía unas horas—. Please...
—Ella no me odia…
No, la morocha capitana del equipo de vóleibol no odiaba a la simplona de Alexia, solo estaba «celosa» de la inaudita relación entre el atlético de Brad y la tabloide que no destacaba en ninguna asignatura que no fuera la «polémica social». En eones él se fijaría, de esa manera, en Alexia, apenas eran semiamigos y semienemigos. Pues fuera de la secundaria, los Peacocke y Cooper eran de parrilladas domingueras e hijos que se conocían desde el preescolar; rivales desde el útero.
—Le das asco.
—Tú me das asco.
—Y tú a mí.
—Eres un imbécil. —Alexia le propinó una cachetada que retumbó de allí a Canadá. Él ni se tambaleó.
—¿Eso es un sí?
—Sí —confirmó conviniendo por dos razones: no tenía cita para esa noche y había la antifeminista restricción de «en pareja».
—¿Un helado? —entonó con burla.
—¡Tía, saldré con mi novio! —informó empujándolo para retirarse.
En la analogía, Michael tomó su celular y marcó el número de Alexia, que después de varios timbres, e intentos, lo redirigía al buzón. —¿Por qué carajos no contesta? —Y lo estampó contra su póster de Carmen Electra.
No puede afectarme tanto.
Los argumentos insulsos de Brad satisficieron a Alexia, deliberadamente lo ayudaría, aunque vacilaba sobre el posible resultado.
No era competencia para Katheleen.
—No eres tan fea como piensas, Peacocke.
—No eres tan idiota como creen, Cooper.
Serían cerca de las 9:30 p. m. cuando Brad se fue del local y el ruido había menguado en la calle. Alexia no estaba muy animada y todavía no desentrañaba por qué. Empero, el destino era algo preciso, puesto que Michael atravesó el umbral como contestación. Para él también era una extrañeza.