Unos pedían beldad y fortuna. Alexia solo que cada paso en la arena se coleccionara en su epopeya y que esos 5 segundos de verano fuesen eternos, tan eternos como infinitos en el calendario; Michael se limitaba a repulsar el clima veraniego.
Antagónicos en paridad.
Un paseo por el costero de Brighton sería aburrido a su consideración, sin embargo, estar de acosador era uno de sus talentos. Él la vigilaba sin que Alexia lo supiera, puesto que ella no recordaba su minideclaración de amor o lo disimulaba sin sobreactuar.
—¿Claflin?
—¿Mayer?
—¿Qué haces aquí? —El morocho se sorprendió de encontrarse con él en un lugar tan concurrido. Algo que Michael detestaba: la multitud, y la humanidad en general.
—Quería aire —respondió acomodándose las gafas oscuras.
—En todos lados hay aire. —Rodó los ojos por tan risible contestación.
—Quería broncearme.
—¿En una sudadera negra? Te estás asando, hermano. —Cole se rio enterado de que Michael se acomplejaba de su figura un poco fofa, a diferencia de la suya que se remarcaba por músculos tonificados.
—Esa es la idea.
Conversando en la barra de la cabaña de refrescos, con gaseosas individuales, Cole cada ínterin piropeaba algún trasero regordete que modelaba por su delante, Michael lo escuchaba extasiado con la manera en que Alexia jugaba vóleibol de playa.
—¿Checaste a la pelinegra de shorts beige? —Señaló con el mentón a Camile, la porrista amiga de Katheleen.
—No.
—A veces pienso que eres gay y que ni siquiera te masturbas —zanjó a risotadas.
—A veces pienso que eres un pedófilo —contragolpeó viendo que el grupo de Alexia se aproximaba. Inherentemente viró en el taburete.
—¡Tengo 20!
—Ella 16 —habló bajo, encubierto de la rubia a unos nimios metros de él.
—Lo que quieras gratis, preciosa. —Repugnancia y ganas de partirle la cara al fanfarrón del barman indujeron a que él se tensara en su asiento
—Un jugo de piña con frutilla, por favor. —Esa vocecilla ensordecía entre los huesos craneales de Michael.
—Hay de frutilla con maracuyá, linda.
—Que sea maracuyá —acotó educada. ¡Dios! Ella era tan azucarada con cualquiera.
—¡Hola! —saludó Cole a las señoritas que escoltaban a Alexia; Michael rogó que un rayo lo partiera en gúgol.
—¿Michael? —Alexia lo examinó acercándose.
Mierda, mierda, mierda. No te fijes en su escote. Se aconsejó mentalmente, pero fue lo primero que hizo. Cole se paró detrás de ella realizando los trillados ademanes sexuales. Era simpáticamente degenerado el moreno.
—¿Cómo has... estado? —curioseó Alexia a modo de confraternizar. Ella perjuraría que el temblor de sus rodillas junto a su transpiración eran culpa de la energía enigmática que florecía de la piel blanquecina de él; mas era el calor.
—Igual.
—Yo también igual. Gracias, eh. —Bebió de su licuado y golpeó con su puño el hombro de Michael.
—De nada.
¿Por qué era tan cabezón? ¡No era para desaprovechar!
¡Bésala!
—Felices vacaciones —dijo ella veloz para engullirse el nudo acreciente de su garganta antes que recitarle el sueño apodado pesadilla por haberlo besado en sus más salvajes anhelos.
Alexia acusaba a su imaginación de aquel «desliz», pues luego de él cayó dormida y Michael la cargó hasta su casa. ¿Cómo? Ni él despejaba su propia incógnita, pero la dejó sobre su cama gracias a la llave de emergencia debajo del tapete de «bienvenido» que olvidó por estar sometida a los efectos etílicos. Michael solamente se esforzaba en dar vista gorda y no acreditar al gustoso error; y le era imposible, su fisonomía le delataba, sin contar que su mente y cuerpo lo contrariaban en favor de ella.
Alexia despegó la mirada de la que debería ser la de Michael, lo único que divisaba era el vidrio negro que protegía ese verde que cargaba tantas dolencias, y rendida a retirarse, rotó en sus talones. No obstante, él oyó a sus instintos, o quizá al vigor de su organismo estimulado por las piernas desnudas de ella, no importaba, lo que sopesaba era que la tomó del codo con valor, haciendo que ella diese media vuelta y quedasen frente a frente.
—Adi…
Alexia tumbó su bebida para hundir los dedos en la cabellera de Michael. No le atañó danzar con su desorden psicológico, porque él estaba rememorándole lo que fue real y lo que sería.
La pirotecnia detonó en un espectáculo privado donde sus labios eran anfitriones de los albores de la locura. Las manos de él aprisionaban las mejillas de quien besaría hasta robar cada gota de aliento, ansiando consumirla, tal como ella lo conseguía con él. Y, debatir si la desesperación era mutua sería imparcial, ya que si se esfumaran de los alrededores sus disecciones físicas se fundirían, transmutándose en amor o algo más extravagante.