Dicotómico

XIV. Monopolios

Queremos todo y somos nada.

—¿Hacemos algo? —propuso Alexia pasando su sábado con Michael.

Mientras que Roxy cocinaba para su cena romántica con Kevin, el de la aplicación de citas, Alexia invitó a Michael para ver películas y no tener que asear su modesta morada; él accedió porque eran amigos, solo eso, ¿cierto? No fueron y no eran más allá que dos azarosos y totalmente opuestos a sus particularidades, aunque ambos tempestuosos en su condición: ella extrovertida, un terremoto; él tímido, un desierto.

—¿Ludo?                                              

—¿Monopolio?

Michael fustigaba ese presuntuoso tablero, pero Alexia se retozaba comprando propiedades, siendo el banco, subastando; según ella, entrenándose para ser una magnate de los negocios.

—Son dos horas de esta mierda —ladró reposando su cabeza en el colchón.

—¿Qué te quejas? ¡Estás en la delantera! —bramó halando de su cerquillo.

—Declárate en bancarrota —dictaminó plisando el sobrecejo.

—No.

—Perfecto, yo me declaro en quiebra. —Pateó las fichas y el dinero al ponerse de pie.

Y ¿de dónde manaba esa bipolaridad? Tres días en su negativismo normal, cuatro en su negativismo exponencial. ¿Qué sucedía con él? Últimamente era más sensitivo a ene cosas o acciones de Alexia, alterándose con facilidad y eligiendo franquearla.

—Pero tú... —Alexia quedó con la oración inconclusa cuando este salió tirando la puerta tras él.

Dimitida, recogió las fichas. Michael era así, endeble, y no hallaría contradicciones para esa acritud tan inaceptable. A ratos se esperanzaba con la microscópica pizca de interés que percibía de él, luego detectaba que se ilusionaba a sí misma.

Como siempre.

Como cuando su padre le prometía viajes de cumpleaños.

Como cuando su mamá le prometía viajes familiares.

¿Alexander y Jaqueline Peacocke alguna vez cumplían sus promesas?

Michael no sería otra desilusión. Y si lo era, ¿por qué caminó al parque a pacificarse? Porque estar cerca de ella infringía en su pasibilidad, era reavivarse cuando no quería estar vivo. ¿Y lo intentaría? No, él era pusilánime y estaba eximido.

—¿Michael Claflin? —Katheleen lo observó con incredulidad.

—¿Por qué carajos me hablas? —profirió. Si ella era grosera y ácida con él en clases; él no se minimizaba tampoco.

—¿No es obvio?

—No.

—Soy cuidadora de perros, un trabajo de temporada —expresó sencilla. Katheleen era protectora de los animales en su sección más humana, y eso le impactó bastante a él; la había visto enfundar chalecos de piel.

Doble moral.

No obstante, ¿quién era para juzgarla? La aversión era su crimen no penalizado. Y él siempre sería el condenado, nunca el juez.

—No pensé que te preocuparas por «algo» que no fueras tú —comentó causando risas a Katheleen; la cual cansada de su día, se apoyó en el árbol junto a él.

—No soy tan desagradable. —Pinchó con su índice la mejilla de Michael.

Él la examinó raro, ella relucía contenta en su oficio, tanto que dijo, para sí, que era «agraciada» exclusivamente por hoy.

—¿Los paseas conmigo?

Michael vadeaba su tarde con quien un par de veces fue su compañera de grupo en literatura y otras en artes, con la cual connaturalmente se cayeron mal, con la cual nunca creyó compartir gustos musicales, con la cual pactó ir al concierto de una banda local la siguiente semana. Tal vez prorrumpir en el mundo era más que existir, era participar; y gracias a los tres dálmatas y al pastor alemán, mañana coincidirían de nuevo.

—Alexia debería unirse. Brad y yo esclarecimos lo nuestro, y considerándolo, ella no es tan perra. Además te gusta, ¿no? —Despeinó más la melena lila de él y el cosmos era un jugador careta.

Michael era un traidor.

Alexia una infortunada.

En el porche de Katheleen, lo atrapó con esa mueca que ella percibía a secas cuando se esmeraba, lo atrapó cuando iba a devolverle su libreta de dibujos que olvidó en su recámara. Lógicamente, la morena se despidió sin romper la barrera invisible, agitó su mano y Michael tropezó su mirada con la de Alexia cuando cogería rumbo.

¿Adelaide es un puñete en Australia?

—Somos como los gatos, nos rechazan y más nos acercamos. —Extendió el cuaderno para marcharse cuanto antes. Sí, estaba celosa, mas Katheleen estaba fuera de la liga de él, o era preferible pensar así a asimilar que él era como Brad, como Dereck, como los demás.

—Somos indolentes —anejó fijando su vista en la ajena.

—Yo no, por eso estoy aquí —alegó—. Sé que tú me gustas más de lo que yo te gusto, pero estoy dispuesta a esperar el tiempo que te tome estar listo para esto.

Y ahí comprendió él que jamás sería suficiente para ella.




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