Dicotómico

XVII. Aceptación

Si Alexia no hubiera disparado, nunca sabrían qué pudo haber sido. Ella era inquisitiva, tanto que Michael tuvo que ser honesto. Él no recordaba cuando comenzó «esto», solo que desde sus catorce los antidepresivos eran una dosis diaria, con recaídas por dejarlos y retomarlos.

―¿Fuiste a terapia de niño? —Eran demasiadas incógnitas previas a esa; ni él podía responderse a sí mismo, peor a terceros.

―No funcionó.

—Superémoslo juntos.

—Estemos siempre así.

¿Qué significaba «siempre así»? En una utopía, eran ellos mirando televisión sin otra preocupación que disfrutar esa comedia; en la realidad, era prometerse estar de la mano y discutir por banalidades. Además, Michael era un ejemplo de la primera ley de Newton, una constante agonía con movimientos uniformes; casa, escuela y soledad; aquello hasta que Alexia ejerció fuerza, adulterando ese estado por uno en el que él era remolcado, como observador y otras de actor.

Yo nací con esto.

Era un noviazgo estresante a veces, la bipolaridad de Michael y la hiperactividad de Alexia; mas ella era una excelente jinete, lo halaba con su versión más irreflexiva y algo incomprendida por otros; él se adaptó. Se adaptó a Alexia que era protestas por tala de árboles, por las minorías, por el altruismo; incluso era de las saltaban de un risco. ¿Cómo cabía tanto en su 1,67 m? Cabía porque sí. Porque Alexia no quería un «siempre así», quería un instante, uno real, uno donde estar plenamente eclipsada del mundo la hiciera un tanto verdaderamente feliz.

—¿Estarás conmigo?

—Hasta viejitos —afirmó con donosa réplica.

—Mientes —contradijo.

—Sí, no sobrepasaré los 40 con este estilo de vida a lo hippie protestante —bufoneó, y Michael lo percibió como un retroceso.

—Tú no me quieres de la manera en que yo lo hago, me ves como un proyecto, una obligación de benefactora —arremetió en uno de sus inquebrantables cambios cuando no era atendido en su necesidad de atosigarla.

—Sería más fácil si fuera por obligación, pero me quedo por el derecho que me he ganado contigo, me quedo por amor —musitó descongelando el iceberg que él era, porque Michael la abrazó voluntariamente.

—Estoy mal. Amarte me hace mal.

—No me ames, solo sé mi novio, del resto me encargo yo.

Oh, Alexia. No podía pedir algo tan inconcebible a un cerebro donde estar enamorado era lo más confuso y chocante, donde los conceptos irreales podían reconfigurar lo que él almibaraba por ella. Michael estaba atrapado entre la incomunicación y la cotidianidad, que ella estuviese dentro era mucho.

Cómo puede amarme si no ama vivir y yo sueño con vivir, vivir atípica, pero vivir.

Alexia después de clases investigaba sobre asequibles soluciones al pensamiento dicotómico. Porque, pese a que él no tomaba navajas o balas para deshacerse de su fútil existencia, su desesperanza hacía que cruzara la calle sin fijarse, que comiera sin cuidarse de sus alergias, que ingiriera en exceso medicamentos innecesarios hasta por un leve dolor de oreja… Brenda no la apoyaba en eso: Alexia jugando a la enfermera.

―¿Por qué Michael? ¡Aaron es mejor partido y mi hermano, por si no te bastara!

―Brenda, Aaron se fue a la universidad en Florida. No volverá de Estados Unidos porque me desvirgó. ¡Él era… mi amigo!

—Aaron fue más.

Sí que lo fue.

Alexia no descalificaría su promoción de quinceañera. Si bien Brenda le vendió expectativas, eso fue: metódico, doloroso y breve; con las siguientes tres veces compensándose sin ser estratosféricas, quizá porque faltaba el esfuerzo de ambos. Ella no lo negaba, quiso al castaño y fue mutual; sencillamente no estaban destinados. Aaron y Alexia ya no platicaban ni por vídeo chat.

—¡Michael no se curará por ti, no eres una maldita psicoanalista, no eres su psiquiatra! —atacó viéndola alejarse.

 —¿Y? Al menos él se esfuerza por mí. ¿Quién lo hace por ti?

—¿Es porque tu abuelo quería ser un hacedor de maravillas? Descuidó su hogar despilfarrando dinero que no tenía. ¡Tus padres ni siquiera se hablan por trabajar y pagar las deudas que él desobligó! —incriminó—. No eres él.

—Soy Alexia Peacocke.

Tal vez esa fue la última conversación entre ellas. Alexia pasaba su tiempo con Brad, Katheleen y Cole; aunque el moreno regresó a Sídney por sus estudios. Su actual círculo social era empático, más de lo que creía.

Entrópicamente, el universo se expandía y enfriaba, tal cual las relaciones humanas, por ello le atemorizaba la imagen de perderse de Michael.

—Neridah me comentó que… —Pausó—. Estaré para ti, no estarás solo. —Mordió la pared interna de su cachete rezando por una contestación de él. Fue en vano—­. El tratamiento no es… mucho.

—¿Qué hacemos aquí?

—Paseamos. —Alexia perseguía espirales en los iris de él, mareándolos y haciéndolos temblar.

—¿En el parque?




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