Die Blaue Blume

Una flor azul me trajo.

Paso hace tiempo, mucho.

El abuelo había hecho un viaje en tren al centro de Weimar, siempre viajaba en tren. Me acuerdo que me contaba que en el tren le encantaba sentarse a leer mientras que por la esquina de su ojo pasaban los colores que entraban por la ventana.

El abuelo viajaba mucho, apenas caminaba, pero su fuerza era más que su edad, no sé, no lo puedo explicar.

Le encantaba subir montañas altas, donde hacía frío, pero no por trabajo, a él le gustaba escalar y bajar flores, y… ¿Te cuento un secreto? Eran para mí, su nieta.

Una flor azul me trajo.

Era hermosa, yo tenía un abrigo, mi abrigo para jugar, que se empezó a romper. Bueno, en el bolsillo que tenia roto, puse la flor. Duró mucho porque yo la quería, no la regaba claro por que no tenia vida, no soy tonta, solo porque yo la veía colorida, mucho muy colorida. El azul me gustaba, el color que me había dejado de gustar, era el amarillo, por que justamente en mi abrigo para jugar, me habían pegado una horrible estrella amarilla.

¿Qué que me paso? No sé, no lo puedo explicar.

Yo tenía amigos, todos nosotros éramos alumnos de la Casita Weimar, una escuela muy linda, ahí nos enseñaban a leer y a escribir, y los viernes a la noche me encantaba prender las velas con Sophie, mi mejor amiga. Frau Clara, mi señorita, nos daba torta de frutillas cuando tomábamos el té, era muy buena, aprendí mucho. Cuando volvíamos caminando a casa, papá y mamá me preguntaban “¿Qué aprendiste hoy?” y yo decía “Nada”, pero… ¿Te cuento un secreto? Había aprendido todo.

Pero un día, no sé, no fui más. Tampoco volví a ver a mis amigos y mi mamá no me dejaba salir afuera, yo lloraba y lloraba y mamá también lloraba, y eso no era mejor, pero tampoco peor, por que hacíamos un té con galletas y nos íbamos al jardín, un rato, con mi perro, el perro más lindo que tuve. Negro era, yo le decía Negrito, y le hablaba, y él me hablaba a mí. Me lo había regalado mi abuelo. A pesar de todo, los días eran hermosos.

Cada vez que había que ir al mercado a comprar el dulce de frambuesa, yo iba, porque sabía cuál era el dulce de frambuesa que más me gustaba, era uno que tenía una abuela con las mejillas rojas, que me hacia recordar a mi abuela, a ella nunca la conocí, pero de alguna forma, me hacia recordar a ella, no lo puedo explicar.

Un día también dejamos de ir al mercado, no salíamos de casa y mamá decía “No hagas ruido amor” y yo decía “Perdón mami, es mi panza la que hace ruido”.

No me acuerdo bien que pasó ese verano, pero una noche, unos hombres de negro y botas muy muy pesadas entraron a casa, tenían unos perros marrones, que estaban enojados, como si fuésemos malos, pero no, yo no era mala. Igual… ¿Te digo un secreto? No me daba miedo que estén vestidos de negro, no, a mi me gustaba ese color, mi perro se llamaba Negro y mi torta preferida era la Selva Negra, pero si me daba mucho miedo que los perros me ladren tanto, y que me apunten con las pistolas ¿Por qué? Si nosotros no éramos malos, ellos sí, ellos eran malos, porque no me dejaron despedirme de Negrito.

Me acuerdo y lloro, estábamos en la estación de trenes, ¡ay como me gustaban los trenes! bueno, me gustan, porque esos que estaban ahí no eran trenes, eran feos. A papá y al abuelo los separaron de nosotras, los metieron en un tren, no, no era un tren, era feo, el tren más triste que vi en mi vida.

Mi mami me dijo “Te amo hermosa, nunca lo olvides, recuérdalo siempre” y un hombre muy alto me tomo del brazo muy fuerte y me llevó. No era soldado, no tenía casco, tenía sombrero, yo lloraba, no quería irme con él, pero mi mamá me saludaba, lloraba tristeza, pero no estaba triste, no lo puedo explicar.

Ese hombre era Bruno y me llevó a vivir con él y su esposa, Anna. Jugábamos, tomábamos té, nos vestíamos y leíamos mucho, mucho, nunca leí tanto en mi vida. Eran amigos de papi y mami, pero no conocían al abuelo, así que yo les contaba historias de mi abuelo, para que lo conozcan, y para que cuando los volviera a ver, Bruno y Anna digan “Tu nieta nos hablo todo el tiempo de vos” y yo me iba a sonrojar y mi abuelo me iba a decir con esa sonrisa picara y sin dientes “Te traje una flor azul, perdón si me fui por unos días, contámelo todo”. Anna y Bruno no prendían velas los viernes, ni comían pan trenzado, pero yo les contaba lo que hacíamos en la escuela a la que iba, y a veces, los recuerdos eran tan, pero tan lindos que me ponía a llorar, en medio de mis recuerdos.

De noche lloraba mucho, porque no podía soñar, y me daba miedo el ruido de las bombas, se oían como esos truenos que te hacían abrazarte a la almohada. Extrañaba a papá y a mamá, al abuelo, a Negrito mi perro más lindo, a salir a pasear o ir al mercado, no podíamos salir de casa, y no era como mi casa, era muy chiquita y feíta, teníamos mucha hambre y hablábamos despacito, casi en susurros. Anna y Bruno me querían, pero, obviamente, yo quería a mi familia de veritas, y extrañaba mis cumpleaños con amigos.



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En el texto hay: esperanza

Editado: 07.01.2020

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