Diez años después

1 A primera vista

Nos metieron a todos al auditorio, íbamos en fila india mientras los de cursos avanzados no paraban de mirarnos, éramos carne fresca. Mis amigos y yo procuramos estar todos sentados en la misma fila, no creímos necesario fraternizar con extraños antes de lo debido, de cualquier forma, la mayoría de las personas dentro del auditorio habíamos compartido por lo menos un salón de clases o un patio de juegos en algún momento de nuestras vidas, esta es una ciudad muy pequeña; pero aún así queríamos prolongar nuestra compañía el mayor tiempo posible, porque nos habían dicho que una vez iniciada la preparatoria nuestra amistad no volvería a ser como antes, y siendo honesta, en ese momento no estaba lista para algo así.

 

Después de un rato un profesor entró apresurado y hubiese azotado la puerta de no ser por la rápida reacción de una de las chicas de intendencia que estaba pasando cerca. El profesor no se dió cuenta de todo el drama que sus prisas habían causado y subió las escaleras del escenario lo más rápido que pudo, su respiración estaba agitada y a pesar de que yo no estaba ni cerca de la primera fila, la luz que entraba por las ventanas del costado me permitió ver el reflejo de gotas de sudor en todo el perímetro de su barba. Tomó el micrófono y se paró en el centro.

 

—¡Hola, chicos! Una disculpa enorme por la espera, soy Santiago Hernández, profesor de Estructura de la Lengua y de Literatura, pero hoy soy quien les da la bienvenida a la preparatoria “José Martí”. —Se quedó en silencio un momento mientras caminaba de un lado a otro en el escenario como si buscara qué más decirnos—. Dado que compartirán tres fugaces años de su vida, mejor rompamos el hielo de una vez. Necesito a tres chicos y tres chicas que estén dispuestos a venir al frente, alcen la mano.

 

Si en ese momento hubiera apostado un millón de pesos con quien sea sobre quiénes alzarían las manos, los hubiera ganado. No hacía falta ser adivino, solo observar un poco alrededor e identificar a las personas que hicieron un esfuerzo sobrehumano escogiendo qué ponerse y cómo peinarse para causar una buena impresión el primer día de clases, por simple lógica, ellos no permitirían que todo su trabajo fuera en vano. 

 

Había cinco manos en el aire, todas eran de chicas. No me sorprendió ver que justo a mi lado se alzaba una mano, la de Cintia, mi mejor amiga, bonita al natural y muy atlética. Uno de los rizos de su exageradamente largo cabello hizo que su mano se atascara por un instante, muchas personas lo notaron, ella ni siquiera se inmutó; si eso me hubiese ocurrido a mí, hubiera sentido una vergüenza brutal, suena tonto, porque lo es, pero a esa edad no solía perdonarme errores, por más mínimos que fueran. Todos volteamos hacia todas direcciones para localizar a las chicas que alzaron la mano, había bullicio en el auditorio, no duró mucho porque el profesor Santiago seleccionó a las elegidas para pasar al frente.

 

—Tú, tú… y tú —Por último señaló a Cintia, ella y las otras dos chicas se dirigieron al escenario—. ¿Qué pasa, ningún hombre va a animarse? No se cohiban—. Sonaban murmullos, duraron un instante, hasta que un chico alzó la mano, se sentía cierta soberbia en su actuar, pensé que estaba loca, a final de cuentas, qué tanto puedes saber de alguien por la forma en que alza la mano, después me di cuenta que no estaba errada. Llevaba en la muñeca un reloj tan grande que casi podía ver el reflejo de todo el auditorio en el. Se levantó sin que el profesor se lo indicara y subió al frente, se hizo silencio y todo mundo siguió sus pasos atentamente, no estoy muy segura de cuánto tiempo duró esta extraña escena pero la recuerdo eterna, me asombró ver que incluso mis amigas y amigos quienes no se caracterizaban por impresionarse fácilmente, no paraban de verlo. ¿Qué tendrá de especial?, pensé. Acto seguido, otros dos chicos también se levantaron, como si supieran que daba igual que no les hubieran indicado que lo hicieran, nadie más tenía intención de participar y ahora menos con este tipo al frente y sus aires de superioridad.

 

—Bueno, haremos lo siguiente —Dijo el profesor— voy a decir una palabra y a quien yo le indique tiene contestarme con algo que tenga relación, la persona de a lado debe decir algo que tenga relación con lo que dijo su antecesor y así sucesivamente, tienen cinco segundos para contestar, si dicen algo erróneo o exceden el tiempo, deben volver a sus lugares y soportar la humillación de haber perdido un juego en su primer día de clases. 

 

Antes de comenzar con el juego, todos dijeron sus nombres y supe que el sujeto del reloj enorme se llamaba Matías, ese mismo día también me enteré que a casi todas las chicas del auditorio, incluyendo mis amigas, Matías les había gustado o como mínimo les había parecido atractivo. Aunque todo mundo lo dudó, en ese momento él no llamó mi atención, no sé si fue por haberme dado la impresión de ser un engreído, actitud que no suelo tolerar, o si no logré verlo con la suficiente claridad como para considerarlo atractivo; aún no entiendo el por qué, lo único que me queda claro es que me hubiese gustado saber todo lo que iba a pasar después y la manera en que este sujeto que en aquel momento era un perfecto extraño, y yo, haríamos que nuestras vidas se convirtieran en un completo caos culpa de una serie de decisiones que fueron producto de la tremenda inmadurez de nuestra tierna edad. 

 

Ver las cosas en retrospectiva precisamente hoy, el día en que debo tomar una de las decisiones más importantes en mi vida, me hace pensar que fueron mis errores, mis omisiones, sobre todo las que lo involucran a él, la razón por la que estoy aquí ahora, feliz y muerta de miedo, aunque con ese pequeño vacío en el corazón que ha estado presente cada vez que alguno de los dos comete un error con respecto al otro haciendo que todo se complique más. 




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