Así, un día vio las señales.
El lugar estaba tan lleno de éstas, que ella no supo cómo no se había dado cuenta antes.
Una enorme flecha colorada le indicó a la detective Rojas el camino de salida.
¿Y cómo había sido? ¿Cómo se había encerrado así? Ya no importaba. Lo difícil ya estaba hecho. Ahora estaba a punto de lograr la libertad de nuevo.
Salió por la oreja izquierda. Hubiera preferido evitar deslizarse por semejante conducto, más que nada por la cera que lo tapizaba todo, pero sabía que había opciones peores.
Con cuidado, bajó por el cuello, gracias a unas cuantas hebras de cabello oscuro que sirvieron de sogas. Llegado cierto punto, no le quedó más que saltar. Cayó en la superficie suave y acolchada de la almohada. Y corrió. Corrió como nunca en su vida.
Llegó hasta el límite de la cama y tuvo que detenerse. El vacío al que tendría que lanzarse era demasiado grande, demasiado oscuro. Sintió miedo.
Entonces, por primera vez desde que estaba afuera, se volvió a mirarlo. Todavía estaba ahí, con los ojos cerrados, respirando tan profundo… Se planteó volver. Pero era el temor al abismo de allá adelante. No era el gusto lo que la invitaba al pabellón oscuro de esa oreja otra vez.
Se dio una palmada en la frente, molesta. ¡Si había nacido para resolver misterios, era lo que hacía antes de todo aquello! Podía salir de ahí.
Así que pasó al otro lado de la cama, bordeando los brazos, las piernas, los zapatos todavía puestos del que dormía. Echó un vistazo al resto de la habitación enorme en la que se había metido. La ventana no estaba tan lejos. Y la puerta del patio no tendría llave, eso seguro.
Más animada, puso manos a la obra. Podía tardar, eso sí, habría peligros, también, pero no iba a renunciar.
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Editado: 14.10.2022