Difícil de admitir

24. "Día mojado"

—Estoy trabajando —Le di a entender con los labios apretados.

—¡Soy tu jefe! ¡Ya se terminó tu hora de trabajo! ¡Lo ordeno! —Me contradice histérico.

—Según mi contrato al salir de este edificio, es cuando termina —Me giré en dirección al elevador, decidida a irme—. Y si quieres hablar conmigo afuera del edificio, lastimosamente estoy ocupada.

—¡Es mentira, Alison! —Ruge con fuerza y sus puños golpean mi escritorio con fuerza. Por suerte todos se habían ido.

—¡Sí! ¡Es mentira! —Me di vuelta para verlo fijamente y ese hombre obsesivo del control se me queda perplejo viéndome—. No intentes hablar conmigo, yo no quiero hacerlo... Después de esto no quiero oírte por ahora.

—Sé que estas enojada porque no te dije sobre ella —Hizo una mueca con sus labios y guardó sus manos en los bolsillos de su pantalón—. Te confieso que ella está acá por un trabajo que mantengo con su padre.

—Aún no entiendes, ¿cierto? —Retrocedí levemente cuando tuvo la intención de acercarse—. Estoy enojada porque me ocultaste algo muy importante. Para que ocultarlo, sabes lo malditamente que me dejó de preocupada.

Hubo un gran momento de silencio en el pensé que diría algo, pero nada salió de su boca. Suspiré rendida, toqué el botón del elevador y apenas llegó, me subí.

—Pero no te mentí, Alison.

Negué como si no me importara y esbocé una sonrisa fingida.

—Ambos sabemos que ocultar una verdad cobra el mismo precio que mentir —Las puertas comenzaron a cerrares—. Te veo luego.

Mi día no podía ser más espantoso. Tendría que ver a esa mujer, la misma que casi lleva a Jaiden a la tumba. Ahora tiene el descaro de meterse en su vida como socios. Genial. Este día es horrible. Llegué a mi departamento después de tomar el metro. El auto no era mi mejor opción, el precio del combustible estaba por las nubes. Abrí la puerta principal y los sollozos desgarradores de Victoria calaban las paredes de cada habitación. Su vida estaba hecha añicos. Todo lo que aconteció, la desmoronó por completo. Sin más, tiré mi bolso sobre el sofá y caminé hasta su habitación. La puerta estaba entreabierta dejando ver esa conmovedora imagen que rompió mi corazón.

—Hola, primita —Murmuré sonriendo y ella alzó su mirada, una que por dentro duele profundamente.

—Hola.

Ver sus ojos me rompía el corazón en pedazos. Ella siempre se catalogó por ser una mujer fuerte y con vida, pero ahora no. Se desmorona en lágrimas.

—No llores, por favor —Me acerqué a ella y la acurruqué entre mis brazos—. El bebé debe estar bien... No llores, le haces mal.

—No puedo controlarlo —El dolor en sus ojos es evidente.

—Inténtalo, tienes que hacerlo por el bebé que esperas.

Sacó un par de lágrimas.

—Yo... lo intentaré.

Esas simple palabras me dejaron un poco más tranquila y las lágrimas lentamente se desvanecieron junto con los sollozos. Sus ojos estaban ojerosos y vidriosos, me desconcertaron. Ella es una mujer tan fugaz y ahora es todo lo contrario.

—¿Mejor? —Pregunté.

—Sí, estoy más tranquila ahora que estás acá —Susurró levemente y me dio una ligera curvatura en sus labios.

—Me alegra escucharte —Le devolví el gesto—. ¿Me pregunto que será tu bebé?

—No lo sé, pero lo amaré de igual forma.

Ambas sacamos un largo suspiro hasta que ella habló.

—Llegaste un poco diferente —Suelta sin pelos en la lengua, me conoce mejor que nadie—. Sucedió algo.

—Sí —Afirmé—. Hoy ocurrió algo que me hizo ver en la horrible persona en la que me convertí.

La noche transcurrió con más tranquilidad, no se oían esos sollozos incesantes. Escucharlos todos los días se había vuelto en una tortura, pero era comprensible. Al otro día por la mañana, llegué a la oficina vestida de una forma distinta; llevaba consigo unos pantalones formales, el pelo recogido en una coleta y sin ningún maquillaje en el rostro.

Saludé a Anabeth apenas llegué a la planta principal. Pasé por el puesto de recepcionista y en un par de metros más, llegué a mi puesto de trabajo. Me senté en el escritorio y busqué entre mis cajones, mi lápiz. El recuerdo me vino de golpe. Mierda. Vi su puerta e imploré porque no estuviera ahí dentro. Saqué un largo suspiro. No tengo el valor suficiente como para enfrentarlo, pero me di fuerzas. Me levanté de mi puesto y caminé hasta su puerta. Toqué y por suerte, no recibí respuesta. Abrí la puerta con delicadeza sin entorpecer el silencio. Todo permanecía intacto, incluso mi bolígrafo sobre su escritorio. Genial. Lo recogí y me di la vuelta lista para marcharme justo cuando la puerta se cierra de golpe.

—¡Mierda! —Di un brinco hacia atrás y puse una mano en mi pecho—. Por poco muero del susto.

—Hola, señorita Alison —Una sonrisa encantadora se forma en su semblante, tan linda, pero no lo suficiente para dejarme engañar.

—Hola, señor Jaiden —Apreté el lápiz en mi puño, nerviosa—. Tan solo vine por mi bolígrafo, pero debo irme.

Nos miramos un par de segundo. A pesar de la distancia, siento ese perfume embriagador como si me hipnotizara con ello.

—¿Sigues enojada conmigo? —Pregunta inquietante.

Ruedo los ojos, suspirando.

—Te dije que no estaba enojada, solo decepcionada.

Sus labios se arrugan en una mueca.

—Perdóname, por favor. Lo siento como te trate —Me cruzo de brazos y él se acerca a centímetros de mi rozando mi piel con la suya—. Perdóname.

—Perdóname por cómo te traté. Lo siento —Me implora. Tan solo me cruzo de brazos y él toma de mis brazos desesperado—. Perdóname.

Mis ojos como estúpidos enamorados, se pierden en ese tinte azul.

—Te perdono, pero no del todo —Le advertí levantando una ceja y su rostro entristecido cambia.

Caminé hacia la puerta, pasando por su lado.

—¿Y mi beso? —Pregunta esta vez sonriendo.

Lo ignoro y sigo caminando, pero él se interpone en mi paso.



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En el texto hay: juvenil, romance, amor

Editado: 28.10.2021

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