Desesperación, rabia y pánico era lo que sentía Alessia con la situación, afianzaba con bastante fuerza la sartén a su mano. Era mala idea traer a su casa a un hombre, que no conocía y mucho menos si no estaba consciente, pero eso no le daba derecho a tratarla de la manera en que lo hizo, pensó mientras miraba desafiante al sujeto enfurecido.
Alessia continuó apuntándole con la sartén, amenazándolo con darle un buen sartenazo si avanzaba y el hombre no tuvo de otra, que poner sus manos en modo de defensa. ¿Cómo habían llegado a la actual situación? Fácil, todo comenzó hace una hora, cuando Francesco se despertó desorientado y se topó con una mujer desconocida atendiéndolo.
—¡Pazzo! ¡Un paso más y terminará con mi sartén en su cara! —gritó desesperada al verlo acercarse. Francesco se quedó quieto, reconoció el acento de la mujer y se dio cuenta que era italiana. Se rascó la nuca nervioso, intentando comprender ¿por qué llevaba ropa tan holgada y tenía descuidado el cabello? A su parecer las mujeres cuidaban más de su aspecto.
—¡Bien! —accedió sabiendo que no llegarían a un acuerdo gritando y esa discusión ridícula donde parecían niños, era innecesaria. Solo se hallaba confundido, ella debía entender que no de un día a otro amaneces viendo a una desconocida poniéndote toallas en la frente. —Mire…señorita, no fue mi intención reaccionar de esa manera, intente comprender que me es desconocido como llegué aquí. —trató de mediar calmando la situación con las manos.
La mujer pareció relajarse cuando oyó su explicación.
—No lo he secuestrado si es lo que piensa, puedo ser horrenda, fea y toda, así como me ve —se señaló temblándole los labios y a Francesco pareció saber a qué se refería. —Pero soy honesta y demasiado patética, todo esto me lo busqué yo por mi corazón de pollo. —se hizo menos, bajando la sartén y haciéndose pequeña en el suelo, abrazándose las piernas.
Un silencio incómodo se instaló en la sala, lugar donde Alessia lo había dejado ayer por la noche y hoy por la mañana pasó a ver como estaba, preocupada de que su fiebre no haya bajado.
Francesco se sintió mal por la mujer y se reprendió por haber sido duro con ella cuando se veía que encima se tomó la molestia de atenderlo, después de estar bajo la lluvia como ella le gritó hace una hora intentando explicarse.
—No se haga menos, señorita…
—Alessia. —respondió cuando supo que el hombre no sabía quien era.
—Señorita Alessia, me comporté como un patán al decirle que era una aprovechada. Discúlpeme, por favor. Fue muy imprudente de mi parte y no pensé lo que provocaría en usted mis acusaciones. —ofreció sinceramente, acercándose a ella. La muchacha alzó la mirada del suelo sin creer que ese hombre la estaba mirando a la cara. ¿No le dolía ver tanta fealdad? —Todo lo contrario, déjeme agradecerle por lo que ha hecho por mí. Ayer bebí mucho y no sé que me pasó. —dijo avergonzado y muy apenado, recordando perfectamente todo el bochorno que armó. Habría de parecer un demente cuando ella lo encontró.
—Además que lo asaltaron cuatro mujeres. —lo susurró muy bajito, pero muy bajito, burlándose del hombre y reteniendo sus lágrimas. Era débil y tonta porque esas acusaciones calaron en su ser y la invadió de tristeza.
Francesco se quedó en blanco, la había escuchado.
—Por favor, olvidemos eso. No quiero más bochornos. —pidió el hombre sin ser capaz de sostenerle la mirada. Estaba bastante apenado. Alessia abrió mucho los ojos, contagiándose de su incomodidad. —Empecemos de nuevo, no cualquiera ayuda a un desconocido perdido en pensamientos en la calle—se carcajeó nervioso. —Muchas gracias por lo que hizo. Soy Francesco Ferrari.
Yo lo hice con usted, pensó Alessia, pero calló.
—Alessia Moretti. —respondió tomando la mano, que el hombre le tendió para levantarse. Era bastante vulnerable, un libro abierto, que hasta un desconocido podía darse cuenta de sus debilidades e inseguridades. Todavía seguía dolida por su ex novio y amanecer con un hombre colérico gritándole, acabó con su estabilidad emocional.
—Le pido disculpas de nuevo.
Alessia soltó su mano, sintiéndose todavía más incómoda de que un hombre la mirara a la cara, no se le iba a ir nunca la idea de que no merecía las atenciones de nadie por ser como era, estaba totalmente convencida que ese señor tenía algo y tuvo que saciar su curiosidad preguntando.
—Disculpe, ¿tiene usted algún problema en la vista? —habló provocando que Francesco pensara por qué lo preguntaba. ¿Acaso lo era? Él hasta donde sabía veía perfectamente bien.
—No. ¿Por qué lo pregunta?
Alessia se avergonzó totalmente roja y empezó a agitar las manos en el aire. Estaba haciendo el ridículo, se reprendió interiormente.
—¿No se da cuenta del esperpento que está delante de usted? ¿Acaso no lo ve? —señaló desesperadamente su rostro, cejas, ojos, frenillos y todo el resto de ella. Francesco soltó una carcajada haciéndola palidecer, quiso reprimir la gracia que eso le causaba, pero no pudo.
—Veo perfectamente, señorita Moretti.
—No le encuentro el chiste. —acribilló mirándolo mal.
El hombre se giró, regresó al sofá y tomó sus pertenencias, ya no tenía nada que hacer en esa casa que no era suya, suficientes problemas le había causado a esa mujer, que parecía que en cualquier momento soltaría a llorar por quien sabría qué.
—Mírese a un espejo, señorita Moretti y encuentre el chiste. —sugirió Francesco con la intención de darle más seguridad, pero ocurrió todo lo contrario. Hacía años que ella no se miraba al espejo, le causaba un enorme pánico verse y romperse.
—Es mejor que se vaya. —dijo a la defensiva limpiándose el llanto que comenzaba a brotar de sus labios. Francesco no llegó a verla porque ya estaba llegando a grandes zancadas a la puerta.
—Muchas gracias por todo, señorita Alessia. Prometo pagarle con creces lo que hizo por mí. —anunció sincero y salió por la puerta descalzo, helado por el frío y absolutamente medio muerto porque sentía un cansancio terrible. No pensaba causar más molestias y si no se iba antes, terminaría cayéndose delante de ella.
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Editado: 14.11.2021