- La vamos a encontrar, seguro que está con sus amigas plácidamente jugando baraja o lotería.
- No sé, Alberto. Algo me dice que detrás de la desaparición de mi mamá está la tal Nereida.
- Esto viene a complicar tu viaje a la Ciudad de México. Eso me preocupa demasiado.
- Sin mamá no me voy.
- Esperemos que esté en casa de esa amiga suya que mencionas. Una vez que la localicemos, en ese momento, tomarás el avión a la Ciudad de México.
- Yo también espero eso.
Detuvieron el auto en una esquina y Natalia bajó de él para caminar con prisa hasta una casa de color amarillo con barandal blanco, donde tocó un par de veces hasta que por fin una mujer apareció en la puerta.
Alberto prefirió quedarse en el auto, pues ambos habían coincidido en considerar que sería de impacto para doña Zoraida presentarse así nadamás sin previo aviso y ella se llevara la sorpresa de que su hija regresaba de su viaje sin permiso con novio nuevo.
Desde ese ángulo, Alberto observó como la mujer que recibía a Natalia movía la boca sin parar en extensas explicaciones. Probablemente le decía que tenia mucho que no veía a Doña Zoraida y que era una pena que no la encontrara, que cualquier cosa le llamara y que ella iba a hacer lo mismo; seguido a esto, la llenaba de consolaciones y le repetía que cualquier información que tuviera se la haría llegar y que no olvidara avisarle si tenía éxito en su búsqueda.
Mientras tanto, Natalia le respondía con extensas posturas corporales compuestas por manoteos al aire, choques de la palma de la mano en la frente y movimientos hiperactivos de una de sus piernas en señal de inquietud.
Era evidente que doña Zoraida no se hallaba ahí. ¿Dónde diablos se había metido la bruja esta?, se preguntaba con ligera rabia Alberto. ¿De verdad era que Nereida la tenía prisionera para atraerlos a ella y hacerles pagar la avería al coche? ¿Había sido para tanto?
Alberto vio venir a Natalia en dirección al auto con el rostro visiblemente desencajado.
Cuando ella subió y cerró la portezuela del coche, echó a llorar. Esta vez Alberto no la tocó, ni le dijo nada. Dejó que se desahogara. Ya después la consolaría.
Dieron la vuelta a la ciudad por todo sitio posible que pudiera albergar a doña Zoraida pero todo fue en vano. La tarde comenzaba a caer cuando eligieron volver a casa en medio del llanto tormentoso de Natalia. Ya estaban completamente seguros de que detrás de ese escenario de incertidumbre estaba escondido el rostro de Nereida, la amiguita de Pablo, a quien por cierto aun no conocían.
¿Hasta dónde habían llegado las cosas? se repetía Natalia en su cabeza.
La vamos a encontrar, le decía Alberto a cada rato. No sé cómo, pero la vamos a encontrar, te lo prometo.
Natalia se recargó en el hombro de él solo para decirle:
- Sin ti no sé qué es lo que haría. Te quiero.
- Yo también te quiero.
Hubo silencio en un buen tramo del camino, hasta que, de manera repentina, como impulsada del torso, Natalia se incorporó.
- ¡Diego!
Alberto se asustó un poco al verla alzarse de forma intempestiva del asiento. Primero pensó que habían estado a punto de atropellar a Diego, pues Natalia gritó su nombre como si lo hubiera visto en medio de la calle. Hasta tuvo que hundir un poco el pie en el freno.
- ¡Hay que buscarlo! Estoy segura de que él algo ha de saber del papá de esa mujer.
- Si. Tienes razón. Él es amigo de Pablo desde hace mucho tiempo. Quizás conozca a la tal Nereida.
- Diego ya debe estar en su casa. ¡Vayamos! - Natalia estaba alterada.
Alberto aceleró por la avenida. Estaban a pocos metros de ingresar a la desviación que conducía hacia la colonia.
Al hacer la maniobra, detectó a través del espejo retrovisor que un auto negro, de vidrios polarizados y con placas de otro estado, lo imitó. No dijo nada para que Natalia no se preocupara. Confiaba en que se trataba de una casualidad que se conjugaba en ese momento con su paranoia. ¿Cuántos carros así de fantoches deambulaban por la colonia a diario? Ninguno, se respondió Alberto al interior de su cabeza. Suspiró y quiso comprobar que aquello se trataba de una paranoia. En cuanto tuvo oportunidad giró el auto en dirección a una de las calles aledañas de la avenida. Eso inquietó a Natalia, quien enseguida cuestionó:
- ¿A dónde vas? ¿Qué haces? El camino era derecho.
- Tranquila-. Respondió Alberto echando el rabillo del ojo en el retrovisor. El auto negro lo había imitado de nuevo.
- ¿Problemas? - Adivinó Natalia al observar la rigidez en el rostro de su novio.
- ¿Tú qué crees?
- ¡Demonios! ¿Ahora qué?
- Un auto nos está siguiendo.
- ¿Hasta cuándo va a terminar esta pesadilla?
- Me temo, mi amor, que apenas está empezando.
- Lo que no comprendo es … ¿Cómo dieron con nosotros? – La expresión de Natalia se volvió de miedo.