Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 42 El Enano

Una valla de seis fortachones, tres de cada lado, a manera de cortesanos, con armas largas sobresaliéndoles de los brazos, apuntando a las presas, se abrieron para ceder el paso a un hombre de baja estatura, gordo de la cintura, con las piernas más cortas que el tronco, una barba larga y en pico como duende de Santa Claus y que traía un sombrero norteño que se le veía más grande que su cabeza.

A pesar de su aspecto caricaturesco, Bárbara sintió temor en cuanto lo vio, pues el pequeño anciano tenía un rostro arrugado como de piedra y una mirada filosa y negra como una noche tenebrosa.

Diego le tomó la mano a Bárbara y dio un paso por delante de ella, a modo de protegerla, pues al enano se le habían abierto demasiado los ojos cuando la vio de frente. De inmediato había sonreído al admirar las curvas de la mujer.

- Vaya-. Dijo el recién llegado con una voz desafinada-. ¿Así que ustedes son los distinguidos huéspedes de mi hija?

Jorge escuchaba en silencio con el corazón latiéndole a mil revoluciones por minuto. Estaba muerto de miedo porque no sabía exactamente lo que podría pasarle en los siguientes minutos.

- Soy El Buitre. Así me llaman todos.

Jorge repitió casi en silencio ese apodo. Sus labios se movieron lentamente hasta quedar semiabiertos en un aspaviento de asombro.

- Y al parecer mi hija se quiere divertir con ustedes-. Terminó de decirlo y se llevó un puro hasta los labios.

- Conmigo se están equivocando-. Empezó Jorge a alegar. – yo estoy aquí por error. No soy la persona que buscan.

- Y si así fuera, ¿que con eso? Ya estás aquí, y serás parte del festín. A mi realmente no me importa que se traiga mi hija entre manos, vaya, no me importan sus cosas, ¡es más, ni me importa ella! Yo lo único que quiero es que no me esté dando molestias, así que la dejo hacer todo lo que ella quiera.

Apenas terminó de decir eso, cuando la puerta de nuevo se abrió para dar paso a la silueta de una mujer enfundada en un pantalón negro de cuero que no terminaba en la cintura, sino que le llegaba hasta la parte del pecho, terminando en un escote apretado que realzaba la voluptuosidad de sus senos.

- ¿Hablabas de mí, padre?

- Les decía que eres mi princesa y que todo lo que tú me pidas te lo doy con mucho amor.

Nereida caminó sonriendo satisfecha hasta su padre y lo besó en la mejilla.

- Gracias, papito. No sabes lo importante que es para mí tener a estas personas aquí.

Rodeó a su padre para plantarse frente a Diego y a Bárbara.

Pero omitió ver a Bárbara para concentrase únicamente en Diego. Le sonrió de una forma bastante insinuante, recorriendo la punta de la lengua por entre los labios.

Diego la vio con odio. Había en su mirada un rayo láser que, de no ser porque era imaginario, habría atravesado la cabeza de Nereida, reventándole los sesos.

Nereida pudo percatarse de la mirada de rabia de Diego, pero no le importó, siguió sonriéndole de esa forma tan insinuante, hasta que se acercó a él para lamerle una oreja.

- En este juego, yo decido quien vive y quien muere-. Terminó la frase poniendo los ojos en el rostro de Bárbara.

Bárbara mostró en su cara un aspaviento de terror. Tragó saliva mientras una gota de sudor le resbalaba por la frente.

- Bueno, hijita-. interrumpió el enano. – yo te dejo a solas con tus amigos porque tengo muchas cosas que hacer. No tengo tiempo para ver cómo te entretienes.

- Gracias, papi. Solo te encargo que les digas a tus hombres que no descansen hasta hallar a Pablo.  Él es el último que me falta por encontrar.

- A él y a su estúpido amigo, el que iba con esa mujer que robó la maleta con el dinero a Ismael y Felipe. A eso vine, para hacerle pagar, pero veo que no está aquí.

Nereida quito la vista de Bárbara y la dirigió rápidamente hacia Jorge.

- ¿Qué dices? ¿Entonces este quién es?

- Se equivocaron, hija. Ismael es un tonto y lo confundió con el tal Alberto.

Nereida fue rápido hasta donde estaba Jorge y lo tomó de los cabellos para verle la cara. Jorge aulló y empezó a temblar.

- No me mates. Tu papá tiene razón. Yo no soy ese tal Alberto. Pero te puedo ayudar a traerlo hasta aquí.

Nereida metió los dedos entre la pañoleta que había delante de los ojos de Jorge, dispuesta a arrancarla.

- ¡No! – Bárbara gritó.

Nereida se detuvo para clavar sus ojos de arpía en ella.

- ¡No lo hagas! ¡No se la quites! – suplicó Bárbara, mientras que Diego le apretaba de la mano.

Nereida, quien no sabía porque razón Bárbara actuaba de esa forma, apretó más fuerte lo dedos entre la tela y jaló la venda para desprenderla de los ojos de Jorge.

- Ay hija. No tengo tiempo para esto. Me están diciendo los muchachos que capturaron a la empleada del hotel, la tal Mercedes. Iré a darles indicaciones para que la traigan junto a este grupo. O mejor la dejaré aislada en la bodega del jardín.




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