«Para los momentos tristes la mejor persona es Dios, pero si Dios te manda un ángel, es imposible rechazarlo».
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Llevaba un rato leyendo las cartas, con unos lagrimones que los sentía hasta en las sábanas, estaba bastante cansada, mis ojos estaban pesados por todo lo sucedido, y lo leído, si puedo ser sincera. Nunca imaginé que todo lo que habían dicho sería de este modo, recordaba cada pedazo que pasábamos juntos —no al extremo de mis pasos de bebé, aquello sin duda que no lo puedo recordar, aunque lo intente miles de veces—, cada comienzo, cada final, y, no podía sentirme más triste de haberme alejado de ellos de aquel modo, aunque, no puedo evitar estar aliviada al saber que ya, ahora sí puedo entenderlos un poco mejor. A cada uno de ellos.
El siquiera pensar se estaba haciendo difícil, no sé qué fue lo que me pusieron las enfermeras después de ese chequeo, pero mi ojos desobedecían cada acción que les daba, quería seguir mirando aquellas imágenes, quería, pero, pero...
Estaba imaginándome tantas cosas después de haber recordado la mayor parte —si acaso eso no fue todo—, de mi infancia y adolescencia, como un regalo a todo lo que había estado guardando. El pasado regresó de una manera maravillosa, sin haberme dado cuenta de que eso era lo que me hacía falta. Sonreí enternecida hacia la imagen, ¿cómo actuaré de ahora en adelante? ¿Será lo mismo con ellos, después de todo? Ah, que estoy pensando, claro que será lo mismo, solo recordé nuestras vidas en la secundaria, y en la primaria, nada más. No es nada del otro mundo.
—¿Qué tienes en las manos? ¿Es algo tan interesante que ni siquiera notas como abren la puerta?
—¿Umh? —Retiro mi mirada de la imagen para posarla en el intruso que osó interrumpir mis pensamientos. Abro los ojos con sorpresa al darme cuenta de que el individuo más inesperado siempre es el mismo: Callum—. Oh, eres tú. No pensé que sabrías que estaba hospitalizada. ¿Qué haces aquí? —Comenté nerviosa escondiendo el resto de las cartas y las imágenes detrás de la almohada, ahora que sabía todo, mierda, era incluso más difícil que las otras veces—. ¿Acaso no trabajas, cómo es que tienes tanto tiempo libre? A veces me lo pregunto cuando te veo hacer cuanta cosa y ninguna relacionada con tu trabajo.
—También me pregunto cómo me vuelvo tan irresponsable siendo tú la causante de todos mis problemas —chasquea la lengua divertido, sentándose a mi lado, muy cerca de mí—. No puedo evitarlo, tienes esa magia de no hacerme pensar en las otras cosas, sino que solo en lo que estás pasando, ¿cómo puede ser? También estoy curioso de la respuesta.
—¿Ah sí? ¿Cómo puede ser? —Me abanico con las manos inconscientemente, pensando que así se me irán todos los pensamientos sobre él, ah, demonios, sigue siendo tan coqueto como siempre, maldito, utilizas tus encantos contra esta pobre enferma. Le sonrío divertida, y lo agarro de la corbata acercándolo a mí—. ¿No será que soy capaz de hacer tantas cosas que ni te imaginas los resultados de aquellas cosas? Puedo sorprenderte, aunque, puede ser que ni a eso llegue. Tal vez un poco más lejos —le doy una mirada a sus labios, umh, desde este ángulo realmente se ven tentadores, muy tentadores.
Sin saberlo, me voy acercando a ellos, impulsando su nerviosismo, yo apenas lo noté antes de sellar nuestros labios en una sola danza de tijeras. Solo él y yo. Nadie más.
—¡Cielo santo! ¿Qué acabo de soñar? No es nada propio de mí, ¿por qué diantres vengo a soñar con él? Es tu culpa foto del demonio. No debiste quedarte en mis brazos, fue por tu culpa —la tiré al piso completamente atemorizada ante aquel sueño que no me dejó, sino que más nerviosa.
Padre, yo sé que el corazón es idiota, en ocasiones retrasado, pero dile que no haga este tipo de juegos, no me gustan para nada. Son horribles, ¡prohíbeselo! Respiré unas cuantas veces tratando de recobrar los sentidos, Jesús, eso se vio tan real, ¿y por qué demonios tuve que ser yo quién lo besara? ¿Por qué no él? Así me sentiría menos nerviosa, pero eso no serviría de nada, fue un sueño. Fue un jodido sueño. Nada más. No es como si vaya a pasar ¿cierto? No, que bobadas estoy pensando. En serio que me estoy volviendo loca.
Negué con la cabeza y me fui al baño con la clara intención de lavarme la cara y salir a hablar con los viejitos que hay por aquí, me da un poco de lástima su situación, el no poder hacer nada por ellos me deprime, lo bueno es que Sean me traerá mis tijeras y un poco de tela, le quiero hacer un abrigo bien bonito a una señora bastante agradable, sin duda se merece vestir algo mejor que esa bata toda zarrapastrosa. Ugh. Salí en el momento que sentí movimiento en la habitación, aplaudí mentalmente sabiendo que ese sería Sean que habrá traído mis materiales de costura.
—Sean, sí que eres un sirviente fiel, no imaginé que llegarías tan pronto, como dijiste que estarías un rato visitando a tu hermano, que bueno que aquella llamada funcionó, sino se tendría que ver conmigo, y sabes que no es broma, les pateamos el trasero a un grupo de indecentes cuando estaban tratando de molestarnos, ¿te acuerdas? Fue un día fantástico, ¡comimos un montón! —Detuve mi risa cuando lo que mis ojos veían no eran los de Sean, sino los de otra persona. Tragué saliva, el sueño estaba bastante reciente, mi corazón no dejaba de decirme que fui bastante imbécil en negarme la realidad, y no puedo estar más de acuerdo con él, pero nunca se lo admitiría—. ¿C-cómo te enteraste de que estaba aquí? No he llamado ni siquiera a las chicas porque mamá dijo que vendrían aquí cuando ella regresara, así que no entiendo cómo fue que te enteraste —susurré eso último un poco conmocionada por su presencia aquí.
Miré algo que sostenían sus manos, oh mierda, tiene esa imagen maldita en sus manos, ¿cómo diablos no la escondí en la almohada? Ugh. Deja vu.