- ¿Acaso presumían que huirían del guardián? – Nos preguntó iracunda Jezebel. ¡Así que el gigante frente al cubo era el hijo de Abaddón! Nunca pensé que precisamente caeríamos en las manos del mismísimo Vosx. Mientras Jezebel nos vigilaba el guardián bebía un líquido carmesí de un recipiente del tamaño de un contenedor de basura. Pero, ¿no se supone que los Dioses no requieren agua ni alimentos para sobrevivir?
- ¿Con que sois los que tratasteis de huir? – nos dijo el guardián en cuanto dejo la vasija que sostenía. Me resulto muy raro que hablara con un lenguaje propio de siglos pasados- No sois rivales para mi padre, ni para mí. Nunca saldréis de Eversor, estáis condenados a servir a mi padre todo el tiempo que su miserable existencia se los permita. Mi sierva Jezebel os indicará cuál será, desde hoy, su lugar en el reino de vuestro Dios Abaddón.
Me di cuenta, sin lugar a dudas, que Jezebel se mostraba fuertemente temerosa de Vosx; quizás no era para menos considerando el tamaño y la falta de compasión que manifestaban.
- ¡Muévanse! – Nos grito Jezebel al tiempo que nos señalaba que la siguiéramos por el corredor. Este era circular, áureo e iluminado, al parecer, por el mismo material del que estaba hecho. Anduvimos algunos minutos hasta que llegamos a una habitación donde, para nuestra sorpresa, se hallaban varios de los novus y algunos adeptos.
- ¡Noah! – Exclamo Carol en cuanto diviso a su hermano. A primera vista se veía en buenas condiciones, a excepción de que uno que otro novus se notaba con lastimaduras, posiblemente causadas por la vorágine que nos arrebató a Eversor.
Nos replegamos con Noah en un extremo de la habitación y en cuanto razonamos que podíamos conversar nos dijo que inesperadamente se entero de ciertos secretos que nunca pensó fueran posibles: Abaddón y sus hijos no eran los únicos Dioses que habitaban este planeta, esos otros Dioses de cuando en cuando libraban batallas con los hijos de Abaddón, los adeptos eran esclavizados casi de igual manera que los oyentes, dependían para su sobrevivencia de un líquido carmesí que ellos llamaban vie y Abaddón era un ser barbudo y con olor a azufre que merodeaba de cuando en cuando por los alrededores de Eversor.
Las declaraciones de Noah nos dejaron pensativos porque se empezaba a develar que, después de todo, probablemente esos otros Dioses podrían ser la ruta de escape que necesitábamos. Solo quedaba esperar que fueran menos brutales que Abaddón y sus hijos.