Dioses de la penumbra

Fuga

 - Ailaan, necesito hablar- Le exprese a Gehenna a la par que ella vigilaba a los novus.

- ¿Qué sucede? – Al tiempo que preguntaba me observaba suspicazmente – Otis me dijo que no querías seguir las ordenes de Jezebel. Te conozco desde que pertenecías a Szandor y sé que algo te inquieta. ¿Tiene que ver con el hecho de que no regresaremos?

- Así es – Declare terminantemente, esperando que captara la señal que le mandaba: mi resolución para escapar.

- Estoy contigo, pero largarse no será sencillo. Fuera de las murallas los peligros quizás son incontables. Debemos esperar a que el sol rojo se oculte y marchar al oeste. Oí que Barnett le decía a Otis que Mors y sus hijos están detrás de la montaña que los de Eversor llaman Etnom. Es conveniente que huyamos con algunos más para que los podamos usar como carne de cañón en caso de que nos descubran – Expreso con frialdad.

- ¿Qué probabilidades calculas tenemos de que Mors nos admita sin asesinarnos?

- No lo sé; quizás ninguna, pero no estoy dispuesta a terminar mis días aniquilada y como alimento para los hijos de Abaddón – Ese dato, que los gigantes comen carne humana, solo lo sabemos algunos adeptos. Los oyentes ignoran que en cualquier momento pueden terminar en las repulsivas bocas de los gigantes; ese fue el caso de Jacob.

- ¿A quiénes tienes en mente para llevar? – Quizás era innecesario preguntarle a Gehenna eso. Conociendo sus psicopatías estoy completamente seguro que la familia de Carol serán los elegidos.

- Conoces de sobra a quienes.

- Propongo que hoy mismo nos marchemos – Al decirlo Gehenna me miro como suele hacerlo cuando el instinto de muerte la posee.

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-Levántate sin hacer ruido o te mato – Le ordeno Gehenna a Carol con una sonrisa tétrica. Ella la vio con ojos aterrados mientras el primo y Noah retrocedían – Ustedes también vengan o mueran.

Gehenna estaba enterada de la ruta de escape, empero, a cada paso que dábamos nuestra adrenalina se incrementaba. En ese instante lo que me tenía ansioso era el hecho de que cruzaríamos precisamente por el lugar donde los hijos de Abaddón dejaron los restos de Jacob. Por supuesto, cuando llegamos a donde los gigantes devoraron el cuerpo aplastado del hermano de Carol ella inmediatamente trato de gritar, pero Gehenna la golpeo tan duro que Noah y Arthur no tuvieron más remedio que llevarla a peso.

 El aire del exterior me produjo una pequeña sensación de libertad, a pesar de que el oxigeno de Eversor era a ratos sofocante. Me intranquilizaba que pudiéramos tropezar con los artrópodos de los cuales los gigantes drenaban el liquido viscoso que los sustentaba. Según contaba el mismo Barnett estas criaturas tenían un par de aguijones con los que se defendían de la persecución de los hijos de Abaddón.

Nuestros pasos eran lentos, cuidándonos de no caer en las innumerables hondonadas que abundan a las afueras de la fortaleza de los gigantes. A nuestra llegada a Eversor algunos de los novus cayeron en varias de ellas, donde encontraron una muerte rápida porque, a pesar de que en Eversor es inexistente el agua, curiosamente estás son ciénegas, de donde salir es prácticamente imposible.

Ahora lo que me agitaba era saber cómo nos recibirían en la fortaleza de Mors y esperar que fueran menos brutales que Abaddón y sus hijos. En caso de que fueran de la misma calaña que ellos entonces, sin lugar a dudas, nuestra muerte sería espantosa.        

 

     

 

  




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