Antes de la invasión a Eversor Mors y su ejército se congregaron delante de Beleb para invocar a Tenebris, su Dios. A diferencia de lo que hacíamos en Fratum aquí no había indicaciones de que Tenebris fuera a manifestarse o que nos requiriera como sus siervos. Sencillamente se solicitaba su ayuda para alcanzar la victoria y por eso Gehenna y yo conjeturamos que no habría ninguna indicación que nos demostrara que estábamos ante una epifanía.
A una señal de Beleb los hombres de Mors sacaron a la explanada una máquina formada exactamente por dos poliedros entrelazados y acto seguido Mors pulso una serie de mandos que generaron un sonido casi igual al tritono diabolus, solo que más feroz. Al instante todos, incluyendo a Mors y Beleb, iniciaron una danza frenética a la cual Ailaan no se resistió. Quise mantenerme al margen, sin embargo, ella jalo uno de mis brazos y ambos nos sumergimos en una atmosfera cercana a lo diabólico.
El contacto físico con Gehenna hizo que mi libido despertara como un remolino impetuoso que, junto con la suavidad de su piel, que era magnífica, causo que, en cuestión de minutos cayéramos en una vorágine de caricias y besos que culmino en los placeres de la carne más vívidos que alguna vez haya experimentado. Durante mucho tiempo imaginé que ella no sentía placer, a excepción de cuando torturaba o asesinaba a algún desafortunado, empero, ahora sabía que estaba completamente equivocado.