Dioses en guerra: el elegido

Dos mulas y dieciséis caballos

Quienes estaban acostumbrados a climas cálidos eran los que cargaban los equipajes más pesados. Porque cada quién tuvo que hacerse cargo de lo que llevarían para sobrevivir.

    El más afortunado era el mismo Loryen, le habían mandado un caballo de la mejor raza para montar y una mula fuerte para su equipaje. Solo cargaba una espada al cinto, una especie de lanza dardos amarrado al brazo y un arco con su carcaj colgado en su caballo. Además de una bolsa de cuero en su mula llena de provisiones (para él solo) y otra maleta mediana con, seguramente, su abrigo.

    Los huérfanos también habían sido atendidos por las familias de la alianza, con un caballo cada uno en los que acomodaron, además de sus armas, su maleta con provisiones y abrigos. El resto se había procurado igual que ellos, con caballos de menor fuerza pero igual de cuidados que los que tenían en La Alianza; los único que iban a pie eran Timo, que no le sorprendía a nadie, y Suéh, cuya familia no contaba con caballos. 

    Al notar esa bochornosa situación, Timo, que no se apenaba de nada, soltó una escandalosa carcajada y con su usual tono rasposo y airado comentó:

    —¡Vaya, principito! Tu guarda debe ser la mejor del mundo, porque al parecer te cuidará desde kilómetros de distancia —luego agregó mirando con sorna a Suéh—. A menos que camines a una gran velocidad ¿no?

    Loryen, que primero había ignorado la situación, se vió obligado a mirar de nuevo a Suéh. Le molestaba el hecho de que hubieran puesto a una cazadora sin sombra de Thyxo como su guarda personal, pero lo que más le irritaba, desde  muy pequeño, era tener que solucionar los problemas de los demás. ¿Qué no pudo ella misma pedir un caballo en los establos de La Alianza? Si iba a jugarse la vida en aquel viaje es lo menos que las familias tendrían que hacer por cualquiera de ellos, si ella no lo sabía muy lista no era.

    Se bajó del caballo y, sin decir nada a nadie, caminó de vuelta a la Gran Choza. Al cabo de media hora regresó, sin nada, y montó de nuevo a su negro corsel. Sett y Añu se miraron y sonrieron, del grupo eran ellos los únicos que conocían al elegido. Mientras que un incómodo momento de duda transcurría entre la escolta, Timo, que ya había perdido todo el interés en lo que pasaba, sacó una de sus dagas y comenzó a afilarla con la suela de su zapato, la cuál estaba cubierta de piedra de agua (una patada suya seguro que dolía).

    Al poco tiempo una mujer se acercó con dos caballos y una mula. Le acercó uno de ellos al hombre, que solo asintió con un gesto de molestia y el otro caballo se lo dió a Suéh, también le acercó la mula y le indicó que era para sus cosas. Sin embargo, como llevaba poco, se veía un poco innecesaria. 

    —Bien, ahora sí, es tiempo de partir.

✧️✧️

Tres dagas, una navaja pequeña, un cuchillo, una espada, tres docenas de flechas, trece dardos, tres frascos de veneno y un par de puños de acero. Ese era el botín de armas más grande de los que llevaban encima, quien lo llevaba era Laia.

    Luego de contar las armas compitieron por ver quién llevaba más víveres, también fue idea de Loryen; con una victoria aplastante ganaron Kena y Pouhl, pero después Goutem dijo que no contaba ya que las provisiones ambos iban juntas, así que al dividirlas en dos era mucho menor que las de Thyna.

    El conteo de equipaje siguió hasta el mediodía, cuando pararon los caballos cerca de un lago y Loryen indicó que se reunieran en un círculo. Solo habían avanzado unos kilómetros al sur, aún cerca de algunas de las alianzas del centro, así que a muchos les extrañó la pausa.

    —Ha quedado claro que todos nosotro traemos una cantidad muy diferente de provisiones —comentó el joven, ya que durante sus conteos se evidenció que algunos llevaban muchísimo menos que otros—, por eso me veo obligado a remediar la situación. Vamos a juntar los alimentos y el abrigo en un montón a mi derecha y las armas a mi izquierda. Pueden negarse si quieren, pero en tal caso no podrán tomar nada de los demás.

    Nadie se negó. Incluso a Timo pareció agradarle la idea (era de esperarse, considerando que no llevaba nada de alimento). Después cargaron a una mula con las armas y la otra con el alimento y el abrigo. Cada quién se quedó solo con una ración de un día de alimentos, una capa para el frío y de armas lo imprescindible.

    —No quiero que piensen que esto es una forma de fomentar el compañerismo —comentó de nuevo Loryen—, es más una medida de precaución. Si uno de ustedes muere no podemos perder el tiempo recogiendo su equipaje útil. Además, creo que lo mejor es no encariñarse con nadie, la victoria en esta misión es… Improbable.

    Así, con aquel alentador discurso, el grupo continuó su recorrido hacia el sur. Los caminos estaban libres, los bosques en esa región siempre habían sido abiertos y luminoso, las alianzas seguían cerca y ahora que cada caballo iba más ligero la marcha se facilitaba.

    Trece horas antes del amanecer, cuando el sol se colocaba a su derecha e iba bajando para culminar el día, un sonido ya muy conocido para todos  salió de entre los árboles a unos cuantos metros por enfrente. como ya habían acordado, solo tres de los cazadores bajaron de sus caballos y prepararon sus armas. Laia, Timo y  Mille se alejaron del grupo y se adentraron a donde el sonido los dirigía.



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En el texto hay: elegido, una aventura, amor contra la muerte

Editado: 22.03.2020

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