—¡¿Qué hacen esos monstruos aquí?! —Grito enfurecido Urano— ¡Sáquenlos de aquí! ¡No los quiero ver más! —bramo furibundo.
Nadie de sus sirvientes se atrevió a decir algo negativo o positivo. Molesto salió del palacio y con su fuerza, tomo a todos sus hijos y los encerró en las profundidades de la tierra.
Gea ignoraba lo que su esposo había hecho, pero en el momento en que encerró a sus hijos, sintió un dolor profundo en sus entrañas, eran tan agudos, que le dificultaba respirar, tendida en su cama, llego Febe al escuchar los lamentos de su madre.
—¿Madre que sucede? —inquirió preocupación.
Gea no podía ni emitir palabra, solo sollozos y quejas de dolor. Para la mala suerte de Gea, Febe había traspasado la videncia a su hija Leto, así que por ese lado tampoco lo sabría lo que se avecinaba.
Con los dolores tan fuertes como los de parto intensificado por 10, sin decirle a nadie, se las arregló para salir del palacio e ir al Tártaro. De camino al Tártaro recordó que esos dolores los había sentido cuando sus 12 hijos vivían en su vientre, aun siendo mayores, ¿qué significaba eso? ¿Su esposo acaso había apresado a sus hijos de nuevo en su vientre? Ciertamente el Tártaro esa parte de ella. Su hermano Tártaro y algunos de sus hermanos vivían con él, en una extensión del Tártaro, que no formaba parte de Gea.
Sin percatarse de cuando había llegado a la cavernosa entra del Tártaro, se desplomó en el suelo del dolor, se veía terriblemente mal, su piel morena pálida, sus labios habían perdido su color y sus extremidades templaban por el dolor y sudor frió que recorría su cuerpo.
—¡Ayuda! —llego a emitir.
A su alrededor llegaron algunas dríades y otras criaturas, algunas ninfas corrieron a la entrada y comenzaron a gritar asustada. Ver a la gran madre Gea tendida en el suelo, quejándose y llorando del dolor, no era nada bueno de ver. Del tártaro salió un joven alto, de piel blanca, cabellos platinados como rayos de luna y penetrantes ojos grises. Cuando vio a su madre en el suelo, corrió a su lado.
—¡Madre! —Exclamó asustado— ¿Madre qué te ha pasado? —pregunto asustado.
La madre tierra intento decir algo, incluso trato de incorporarse, pero no lo logro. Cada fibra de su cuerpo esencial dolía.
—Madre no te muevas —dijo— ¿mi padre te ha hecho esto? —pregunto apartando el miedo y sustituyéndolo por la furia.
El joven que estaba al lado de su madre era Crono, el titán del tiempo y el menor de todos los titanes. La mayoría de los titanes habían salido del tártaro y se habían ocultado en otros lugares lejos de la vista de su padre, eran algunos pocos los que podían permanecer a la vista de su padre, pero aun así aumentaba el desprecio de este.
Por ser el menor, Crono había visto todo lo que su madre y los otros titanes habían sufrido por culpa de su padre, lo que creo en el joven un gran resentimiento hacia él.
Con dificultad llevo a su madre al interior del tártaro, ahí no le sucedería nada, estaría a salvo. Gea aun no respondía a la pregunta de su hijo, por lo que el joven pensaba lo peor de su padre y así su resentimiento crecía.
—Hijo —susurro— tu padre... —hizo una pausa e inhalo— tus hermanos...
—Madre, no te esfuerces... —Gea levanto su mano y con ese gesto lo silencio.
—Tus hermanos los ciclopes; Arges, Brontes y Estéropes... —dijo en voz muy baja— los Hecatónquiros; Briareo, Ceto y Giges... ¿Dónde están? —urgió.
—Madre... —dijo pensando cómo decir las cosas— ellos... salieron más allá del límite que les pusiste.
—¿Alguno de ellos te hizo esto? —pregunto preocupado.
Gea negó con la cabeza, sus ojos se llenaron de lágrimas y negó nuevamente, ya sabía lo que había pasado, Urano los había visto y... el los encerró en el tártaro, por eso el tamaño de sus hijos el dolor era insoportable.
—Crono... —se detuvo y tembló, luego jadeo por aire, el dolor era insoportable, incluso para la madre tierra—necesito que busques a... —susurro muy bajo, Crono tuvo que agacharse más para poder escuchar—... los otros titanes, tráelos.
Y con esas últimas palabras, se fue, se había desmayado, Crono asustado trato de despertarla, la sacudía y gritaba su nombre. De la oscuridad resonó una voz...
—Crono ve... —retumbo la voz.
El joven asustado buscaba en todas direcciones, buscando al dueño de la voz, pero solo había oscuridad, incluso más de la normal.
—¿Quién está ahí? —cuestiono con voz frágil, lleno de emoción por el desmayo de su madre.
De las sombras apareció una figura, ataviada de negro, de pies a cabeza, Crono se interpuso entre la figura y su madre, en un pardeado había desaparecido del lugar donde estaba y había aparecido justo detrás de Crono y cerca de Gea, en una milésima de segundo el chico se percató y giro, vio al hombre cargando a su madre con gentileza, los ojos del chico reflejaban muchas emociones que iban del miedo, preocupación, ira, desesperación y sobre todo impotencia.
—¿Por favor dime quién eres? —Suplico—, no te lleves a mi madre.
—No te preocupes por mi sobrino, yo soy Érebo padre de las tinieblas, yo cuidare de ella mientras tú haces lo que te pidió.